A nadie extrañó que Enrique Peña Nieto se fuera de la presidencia con una aceptación del 24 por ciento, la más baja para un Mandatario desde que se hacen este tipo de mediciones. El caso Ayotzinapa, la Casa Blanca, la segunda fuga del Chapo, el latrocinio y corrupción de Javier y César Duarte, Roberto Borge y Andrés Granier a los que solapó y encubrió lo pusieron en esa tesitura.

A eso añádase que el país apenas creció un 2 por ciento, que aumentó la violencia, que hubo hospitales inconclusos, obras hechas una ruina como el Tren México-Toluca y el socavón de Morelos… Su sexenio fue un desastre.

Su sucesor llegó a la presidencia con una popularidad de entre el 74 y el 80 por ciento. Y llegó tumbando caña.

Canceló el aeropuerto de Texcoco y las estancias infantiles, no supo manejar una pandemia que ha provocado 500 mil muertos y más de 3 millones de contagiados, su pleito con las farmacéuticas dejó sin abasto a los hospitales y sin medicinas a los niños con cáncer.

Promovió espectáculos indignos de un presidente como vender y luego rifar el avión presidencial. Y al final ni lo uno ni lo otro. Su combate al huachicoleo fue puro cuento. Su juicio a los expresidentes resultó un distractor y una farsa.

Prometió que el país crecería a una tasa del 7 por ciento y está en -0 por ciento. En sólo tres años su administración ha creado cuatro millones de nuevos pobres y dos millones de miserables. Gracias a sus políticas económicas deambulan por las calles 5 millones de desempleados.

No ha inaugurado ni una autopista o pavimentado una calle, pero creó el Plan Nacional de Bacheo. Su programa Sembrando Vida está arrasando con los bosques y Jóvenes Construyendo el Futuro es una cloaca de corrupción. Y ya que hablo de corrupción ésta aumentó un 5 por ciento.

Quizá lo que más le puede a los pobres es la desaparición del Seguro Popular para sustituirlo por el Instituto de Salud para el Bienestar; un bodrio sin pies ni cabeza.

Este sucesor de Enrique Peña que se ha peleado con empresarios, medios de comunicación, la UNAM y un largo etcétera, puso en gobiernos estatales a sujetos que están llevando a la quiebra a sus entidades. Casi todos los miembros de su Gabinete son floreros que obedecen la voz del amo.

Es un tipo autoritario cerrado al diálogo que no acepta más opinión que la suya. Su política de abrazos y no balazos ha disparado la violencia en más de 100 mil asesinatos; el doble de los cometidos en tres años con Peña y Calderón.

Si comparamos este gobierno con el de su antecesor, Peña Nieto se lo lleva de calle en crecimiento económico, en menos violencia y en más atención a los Programas de Salud.

Sin embargo, este sectario rencoroso cuya divisa es el odio, este hombre que ha mostrado su poca humanidad para con las mujeres asesinadas, violentadas o vendidas, es el segundo mandatario más popular del mundo. La encuesta la dio a conocer The Financial Times, uno de los medios de comunicación más influyentes del planeta.

Con 65 por ciento de aprobación Andrés Manuel López Obrador está por encima de Joe Biden y de Ángela Merkel, la arquitecta de la nueva Alemania y sólo debajo de Narendra Modi, Primer Ministro de la India que tiene un 71 por ciento de aprobación.

¿La encuesta está cuchareada? Por Dios, claro que no. La realiza la empresa Morning Consult que rastrea cada semana el índice de aprobación que tienen los presidentes y primeros ministros entre sus gobernados. Y la encuesta dice que más de 6 de cada 10 mexicanos aprueban al tabasqueño.

Ni hablar, los números no mienten. Pero indican que algo está podrido en este país.

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