El pasado 20 de septiembre, la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, cumplió 111 años de su fundación. Ha sido un siglo de luces donde se han formado algunas de las mentes más brillantes de este país. Los tres únicos premios Nobel mexicanos –Octavio Paz, Mario Molina y Alfonso García Robles- estudiaron en la UNAM.
Desde el año 2003, el nombre de la Universidad Nacional está inscrito con letras de oro en el muro de honor de la H. Cámara de Diputados, como reconocimiento a uno de los pilares en la construcción de la sociedad mexicana contemporánea.
La UNAM es la institución educativa con mayor prestigio en nuestro país, la segunda más importante de Latinoamérica y una de las más reconocidas a nivel mundial. Representa el proyecto de difusión de la cultura, promoción de la investigación científica, de preparación de generaciones enteras de profesionistas, académicos e intelectuales y de mayor trascendencia en la historia de México.
Sus pasillos resguardan la historia y la esencia de nuestra cultura, la herencia de Justo Sierra y de José Vasconcelos; y el genio universal de nuestros muralistas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes plasmaron su grandeza en el imaginario colectivo de sus edificios más emblemáticos. En 2009, la UNAM recibió el Premio Príncipe de Asturias y su sede, la bellísima Ciudad Universitaria, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad apenas dos años antes.
Desde el conocimiento y la conciencia crítica que se imparte en sus aulas han surgido los movimientos sociales y políticos que han permitido la transformación verdadera de nuestra nación y de sus instituciones. La UNAM representa la revolución de las ideas, una revolución que nos convoca a la fraternidad y nunca a la confrontación.
La Universidad Nacional también nos impulsa a construir una sociedad plural y democrática a través de la educación, la libre discusión de las ideas y en la tolerancia de todas las formas de pensamiento. Es en la UNAM donde todos los días nace un México cada vez más libre y con una conciencia más clara de su destino, a través del conocimiento y no de los prejuicios.
Es imposible entender al México del último siglo sin la presencia de la UNAM. Es imposible imaginar el futuro de nuestro país sin el aporte permanente de nuestra Universidad.
Sin embargo, estos preceptos no son entendibles para quien no la conoce. Para quien despreció el valor de sus aulas y las convirtió sólo en un instrumento de su obsesión y nunca de su vocación. Para quien la formación universitaria le pareció una pérdida de tiempo, tal vez porque tuvo que invertir 17 años para obtener un título.
Denostar a la universidad es despreciar el esfuerzo cotidiano de decenas de miles de estudiantes, maestros, investigadores, académicos y técnicos que forman parte de su comunidad. Es la arrogancia de quien piensa que el destino de un país no está en la formación y la preparación de sus jóvenes, en la enseñanza y la ciencia, sino en la voluntad unipersonal y el empoderamiento de la mediocridad.
Los ataques constantes a los científicos e investigadores, a las universidades públicas y privadas, a los jóvenes que hacen el esfuerzo de prepararse académicamente en otros países –como lo hace la mayoría de los hijos de quienes hoy forman parte de este gobierno-, a la aspiración de trascender, tienen como común denominador el desprecio por lo que no se posee: valores y educación.
Las recientes críticas del Presidente a la UNAM no son más que un acto de provocación. La UNAM no es de derecha ni de izquierda. Se alimenta del pensamiento universal y no del prejuicio dogmático. Tampoco será rehén del resentimiento personal.
Sus desvaríos no lastimarán la libertad, autonomía, orgullo, sentido de pertenencia y arraigo que concede la Universidad a cada uno de los miembros de su comunidad. En efecto, la Universidad es la antípoda de la 4T.
Nuestra Universidad forma a una sociedad crítica, no crea clientelas electorales; concede el valor de la razón como forma de erradicar la ignorancia; comparte el conocimiento como una forma de libertad y no pretende convertir a los individuos en mascotas dependientes del gobierno, como sugiere el mantra cuatroteísta. Tal vez eso sea lo que molesta al Presidente.
No podemos sustituir la imagen del águila mexicana y el cóndor andino del histórico escudo universitario por la de un ganso prejuicioso e ignorante que sólo representará los años de oscurantismo de la educación superior, la investigación y la ciencia en México. Nuestra Máxima Casa de Estudios vivirá otros siglos en los que será testigo del efímero paso de sus detractores.
Defenderemos a la UNAM desde su lema fundacional: por mi raza hablará mi espíritu.
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