Recientemente leí que, cuando uno anda ya en la década de los 50 años de edad, uno empieza a comprender que la mejor crónica es la que tiene dentro.
Mi primer recuerdo de Lety Tarragó creo que no es muy agradable sobre todo para ella. Por allá de 1975, mis papás nos inscribieron en un curso de verano en Xalapa en una de esas casas típicas del centro con un largo patio-jardín trasero y con cuartos a ambos lados, convertidos en talleres de pintura que Lety había organizado. A mis hermanos Mauricio, Alejandro y a mí, simplemente se nos ocurrió que, como no era una escuela, podíamos salirnos en el momento que quisiéramos, y nos dirigimos hacia la puerta de salida, pero una maestra y Lety se pusieron en la puerta cerrándonos el paso, y a nosotros, chamacos malcriados, se nos ocurrió la mala idea de empezar a patearlas. No recuerdo bien qué pasó después, pero al siguiente día mi papá nos llevó a casa de Lety a ofrecerles disculpas. Ahí supe por primera vez, a los diez años de edad, quién era Leticia Tarragó.
Luego, pocos años después, su hija Lety y yo fuimos compañeros de salón en la escuela primaria Rébsamen. Hace poco nos reencontramos Lety Vilchis y yo, y recordamos esa época: las albercadas y comidas de nuestra infancia en esa increíble casa-rancho de Naolí Vinaver, quien era también compañera nuestra y muy amiga de Lety; las clases de danza con Yocasta, a las que asistían mis hermanas y donde también estaban Lety Vilchis y Naolí Vinaver, y que yo observaba con admiración y deseo, sin saber en ese entonces que lo que sentía era eso: admiración y deseo; el equipo de atletismo de Xalapa que yo abandoné muy pronto, pero en el que Lety se volvió campeona estatal y nacional; y, aunque ella no se acordaba, también un par de veces, cuando fui a su casa, quizá con alguno de mis padres, y quedara guardada en mi memoria como una de las casa más hermosas que hubiera conocido jamás, llena de vegetación, montañas, hondonadas y nubes, pero sobre todo, y es algo que se me quedó para siempre en la memoria, unas paredes, muros y columnas con mosaicos con dibujos de caritas de niñas con alas.
Mi reencuentro con Leticia Vilchis, hija de Leticia Tarragó, se debió mucho a que descubrí que ella hacía pan, y pan de masa madre, y que era (y es) una de las mejores panaderas de México, y yo venía apenas de descubrir, azarosa y furtivamente, mi gusto por hacer mi propio pan y luego pasteles. Así que la empecé a seguir y a admirar, y la sigo y admiro cada día más.
Hace pocos meses fui invitado por mi amiga Lety Vilchis, a comer a su casa de Briones (o mejor dicho a la casa de Lety Tarragó), y al llegar ante esa mujer menuda y famosa, con su cara que nos recuerda a todas las caras de sus dibujos, lo primero que me dijo, con una sonrisa amable y picaresca a la vez, fue recordarme el día que la pateé 45 años antes. Le respondí que lo recordaba como si fuera ayer, y le volví a ofrecer disculpas, luego nos abrazamos con cariño. El resto de la tarde la pasamos recordando anécdotas del pasado, de la vida cultural xalapeña de los años 70 y 80, de amistades comunes, de anécdotas y momentos de nuestras vidas con sus hijas que fueron compañeras y amigas de la infancia. Nos contó de sus viajes, las aventuras e historias que vivió con Fernando Vilchis, su esposo, y las amistades con grandes y famosos. Pero, sobre todo, descubrí una Lety simpática y entrañable que nos relataba escenas de su vida, de su infancia, de su juventud y de su carrera, que me hizo pensar durante la velada (y muchos días después) lo afortunado y privilegiado que era al escuchar de propia voz a una de las mujeres más importantes y talentosas que ha tenido Veracruz y nuestro país.
Hace unos días, nuevamente fuimos invitado por sus hijas, Mariana y Paulina (extrañé a mi amiga Lety que se quedó en Guadalajara donde vive), a comer unos chiles en nogada que preparó magistralmente Mariana, y otra vez nos quedamos en una tarde de conversación y memoria hasta el anochecer. Porque ahí estaba Lety Tarragó, una Lety lúcida, elocuente, lindísima, que nos siguió contando anécdotas, recuerdos, historias, que escuchábamos con risas y lágrimas, soñando su vida a través de su voz de 81 años, una voz amigable, cercana, entrañable. Y nosotros maravillados y agradecidos por ser recibidos por ella y sus hijas en ese bosque de niebla de su casa, en ese mágico espacio coatepecano-xalapeño, donde vive una de las mejores pintoras y grabadoras veracruzanas.
Pero Lety Tarragó no sólo es la mamá de mis amigas, no sólo es un redescubrimiento muy agradable en mi vida, Lety es una presencia contante en ella. En las casas de mis papás y en las de mis tíos, tías, hermanas y hermanos, en todas, siempre hubo y hay todavía, varios cuadros de Lety. Sus grabados han sido acompañantes de mi familia y de mi historia. Tanto que quizá los dejé de ver, tanto que quizá se convirtieron en algo dado, en algo que tenía que estar. Ahora, al haber convivido, aunque sea por breve tiempo, con Lety, quisiera volver a verlos, volver a observarlos y entender a esta increíble mujer un poco más.
No conozco mucho de pintura ni de arte, estoy muy lejos de saber o entender de escuelas, movimientos, corrientes. Pero toda mi vida me ha rodeado el arte en diferentes formas. Y, sin embargo, reconozco que los grabados de Lety siempre me atrajeron y me gustaron. Ahora más. Me gustan sus colores y sus trazos, y, desde luego, esas caras y miradas, que, ahora lo entiendo un poco más, traducen, reflejan, hablan, entre sueños y contextos, de la mirada, la intimidad, la introspección de una mujer, de su historia, de su infancia, de su familia, y, creo yo, de sí misma, como una especia de auto observación, de un viaje hacia adentro de sí misma, de sus miedos, ideas, sueños y placeres.
En este momento que existe una lucha por los derechos de las mujeres, por la presencia de las mujeres en todos los ámbitos en plena igualdad, en la batalla por erradicar todas las violencias contra las mujeres, Leticia Tarragó nos recuerda un mundo lleno de mujeres valiosas, valientes, presentes, vivas, activas, emprendedoras, soñadoras.
Primero sus hijas: Lety, Mariana y Paulina, tres mujeres fuertes, artistas, cocineras, panaderas, empresarias, pintoras, grabadoras, madres, y, sobre todo, creadoras, creativas, talentosas hasta la médula.
En segundo lugar, esas niñas y mujeres de sus cuadros y grabados, soñadoras, tristes, alegres, espantadas, pensativas, entrañables, que nos abren al mundo de Lety, a su corazón, a su alma, a sus ojos y mirada, y a su intimidad que nos regala como un tesoro sagrado de su persona.
Y tercero, la propia Lety Tarragó, su relato, su palabra, sus recuerdos, su memoria, su familia, su casa, su jardín, su esposo, sus papás, sus hermanos y hermanas, su sonrisa, su amor, su vida, su gran vida.
Hay que celebrar la obra de Leticia Tarragó, pero, sobre todo, hay que celebrar la vida de Lety Tarragó. Una mujer excepcional, entre mujeres excepcionales; mujeres reales y de sueños; mujeres persona y mujeres dibujos. Lety en el centro: menuda, pero grande; tímida y discreta, pero fuerte y presente.