Algunas especies de tiburones son capaces de nadar hasta 67 kilómetros al día persiguiendo una presa, de regreso al lugar donde nacieron o en busca de nuevas aguas en las que reproducirse. Todo ello sin desorientarse ni perderse. Para lograrlo, los tiburones hacen uso de una serie de sensores presentes en la nariz y la boca que, según ha descubierto un grupo de científicos de la Universidad de Florida (EE UU), les permiten detectar los campos electromagnéticos y orientarse mejor en las profundidades marinas. El hallazgo, publicado en la revista Current Biology, también va a ayudar a los investigadores a diferenciar mejor entre especímenes de diferentes poblaciones, ya que cada individuo respondía ante las ondas electromagnéticas que más se parecían a las de su lugar de nacimiento.
Los tiburones cuentan con una serie de sensores en el morro conocidos como ámpulas o ampollas de Lorenzini, que les permiten detectar los impulsos eléctricos que emiten las células de cualquier animal. Así, pueden detectar presas aunque estas se oculten bajo el fondo marino. Estos mismos receptores también les permiten captar el campo electromagnético terrestre y utilizarlo como brújula en sus viajes.
Las ámpulas de Lorenzini permiten a los tiburones detectar los impulsos eléctricos de sus presas, aunque estén ocultas bajo el fondo marino
Lo que hasta ahora era solo una teoría ha sido confirmado con un experimento en el que se expuso a 20 ejemplares de tiburón cabeza de pala (Sphyrna tiburo) a los campos electromagnéticos de tres puntos geográficos diferentes, recreados de manera artificial. Según cuenta por correo Brian Keller, uno de los responsables del estudio, esta especie en concreto era ideal por dos motivos. Su tamaño inferior a un metro le hace más sensible a campos electromagnéticos menos potentes, además de que retornan hacia puntos geográficos concretos en función de la estación del año. Una de las localizaciones recreaba el campo electromagnético de la zona donde fueron capturados (en el golfo de México, cerca de la universidad que llevó a cabo el estudio), otra se situaba 600 kilómetros más al norte (en tierra firme), y el tercer punto, 600 kilómetros al sur del primero. Además, ajustaron algunos parámetros para afinar la simulación.
La hipótesis de trabajo de los investigadores partía de que los tiburones querrían y sabrían volver a su lugar de origen (el punto a media altura, cercano al golfo de México) cuando se percatasen de que no estaban en su hábitat. De ese modo, si imitaban las condiciones del punto del norte, nadarían hacia el sur, y viceversa. Cuando los investigadores simularon las condiciones del punto situado más al sur, la mayoría de los tiburones nadaban en dirección al norte. Sin embargo, cuando recreaban los campos electromagnéticos de los puntos intermedios y del norte, estos nadaban sin una dirección concreta. Esto hizo pensar a los expertos que ante campos electromagnéticos desconocidos (estos ejemplares nunca habían viajado tan al norte), los tiburones no sabían orientarse ni encontrar el camino de regreso a casa.
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El investigador menciona el caso del tiburón blanco, que migra desde Sudáfrica hasta Australia, y nueve meses y 20.000 kilómetros después, regresa al punto inicial. “De camino hacia Australia, estos animales muestran una trayectoria increíblemente recta. Dado que el campo magnético es quizás la única pista constante y omnipresente de la que disponen estos tiburones, es razonable pensar que la navegación basada en el magnetismo sea la responsable de estos éxitos de navegación”, asegura Keller.
Àlex Bartolí, biólogo del SUBMON, apunta al aprendizaje como clave de estos movimientos: “Esto indica que los tiburones generan un mapa magnético mental que les indica más o menos dónde están y reconocen esos campos magnéticos. Con esto, pueden orientarse hacia un punto determinado siempre y cuando lo conozcan”. Y lo aplica al caso de un humano: “Si siempre haces una ruta desde una localidad al sur de Madrid hasta la capital, siempre vas a saber dónde estás y vas a saber dónde moverte para ir a tu destino. Pero si estás en el País Vasco por primera vez, no reconocerás ninguno de los puntos a tu alrededor ni sabrás dónde tienes que ir”. El ser humano ha desarrollado un sistema de carreteras, carteles y señales para orientarse, pero en el mar no existe nada de eso.
El tiburón blanco migra desde las costas de Sudáfrica hasta Australia
Keller asegura que es probable que estas pruebas no sean aplicables en todos los tipos de tiburones, pero sí que pueden ser replicables para otras especies que utilizan sistemas de navegación similares, como es el caso de las tortugas, las rayas, las anguilas o las langostas. En cualquier caso, serán necesarias más pruebas para confirmar el descubrimiento. La idea del equipo organizador pasa por utilizar tiburones de fuera del golfo de México, sin limitaciones espaciales para viajar de norte a sur, y repetir la experiencia.
Sergio Ramírez, biólogo del Instituto Oceanográfico de Baleares, remarca la importancia de este informe con respecto al análisis de las estructuras poblaciones. “Este estudio puede ayudarnos a la hora de gestionar la conservación de una especie, para determinar cómo de sensible es a la pesca o a otros fenómenos”, asegura el experto. “Si sabemos las implicaciones que tiene el campo magnético en la vida de los tiburones, podemos establecer un mayor control a la hora de establecer instalaciones en el mar, como molinos de viento, e intentar reducir el impacto de estas obras humanas en la fauna marina”, destaca Bartolí.
El País
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