Así pasaron los días y Lorena no tenía tregua por parte de la financiera, cada 30 minutos recibía un mensaje o llamada cada vez mas amenazante para requerirle el pago de la deuda; a la par, sus familiares y amigos le marcaban para reclamar porque su número de teléfono y nombre estaba en manos de esos cobradores y exigir la pronta solución para el cese de llamadas.

Con la presión, los nervios destrozados y el estrés a límite, sufrió por primera vez en su vida de ansiedad, depresión y más trastornos emocionales. Perdió el trabajo, su departamento, amistades, posibles proyectos de trabajo y hasta familiares que nunca supieron entender cual era el origen de aquellas misteriosas llamadas de “ejecutivos” cobradores de supuestas financieras a quienes Lorena les debía dinero.

Casualmente -cual película de terror- Lorena recibió el llamado de una empresa denominada Saldo Cero, que de la misma manera se anunciaba en redes sociales y Facebook, y cuya función era el símil de una reparadora de deuda; empresa que ahora le ofrecía “defenderla” de aquellas llamadas, acoso, chantajes y extorsión.

Esta reparadora se ofrecía a negociar en su nombre con cada una de las empresas que le habían dado los créditos digitales (vía aplicación en celular) a cambio del pago de una mensualidad y una cuota que serviría a modo de ahorro y con la que ellos gestionarían el pago de las deudas.

La promesa era que la dejarían de molestar a ella y a sus amistades y que la asesorarían para que las empresas prestamistas no le pudieran “hacer nada”, describiendo las bondades de sus servicios como la mejor opción para salir de los problemas y recuperar su tranquilidad.

En el fondo Lorena, veía en esta opción la única forma de salir adelante y dejar atrás todo el acoso del que había sido víctima, pues ahora, alguien la defendería; pero a la par pensaba, como era que esta reparadora de deuda había obtenido sus datos, su nombre, el monto de sus deudas, y como además sabían lo afligida que estaba como para ser el cliente perfecto.

Buscó entonces a quien pedir dinero, para pagar ahora por la solución al problema, pero algo le hizo re pensar la opción que le ofrecían, y cuanto terminaría pagando por esa ayuda que recibiría, al fin de cuentas lo que no tenía era dinero. Y consideraba que no valía la pena seguirse endeudando para contratar un compromiso que era muy difícil de afrontar, pues desempleada y sin dinero no era fácil hacer planes a futuro.

Mejor ejemplo no hay -que esta tremenda historia de terror que vive Lorena por haber accedido a descargar aplicaciones que le ofrecían liquidez- para reflexionar sobre el tema de falta de liquidez, y todas las opciones que (con el apuro) saltarán a la luz en estos momentos. Las redes sociales, plataformas digitales y demás herramientas tecnológicas, han normalizado la despersonalización de los trámites, y la rapidez con la que obtenemos respuestas.

En la internet tenemos todo a la mano, en un click podemos conseguir hasta lo que no buscamos, pero, ¿cuál es el límite de esa libertad y facilidad? Sobre todo en materia de préstamos.

No podemos excedernos en la confianza de creer en cualquiera que ofrezca dinero a cambio de nada, sobre todo si eso compromete nuestra información, identificaciones, datos personales, o de nuestra familia. No podemos abrir la puerta de nuestra privacidad a cualquiera porque con ello nos expondremos y expondremos a quienes confían en nosotros, a nuestros seres queridos, y amistades o compañeros de trabajo para actos de molestia innecesarios.

Sobre el papel de las autoridades al respecto, hablaremos en otra ocasión triste y desafortunadamente la crisis y el ataque que viven las instituciones de este país nos generan una mayor indefensión e incertidumbre; no hay de otra, tendremos que aprender a cuidarnos solos.

Y si ya está viviendo algo así, busque ayuda, no guarde silencio, no caiga en soluciones mágicas que puedan traerle nuevos problemas.

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