Le puse a esta columna “La vida está en otra parte” porque como politólogo por muchos años tuve la convicción de que la vida de un ser humano, sobre todo de un ciudadano o ciudadana, está -y debía estar- en la “cosa pública”, en la política, en la comunidad y en la sociedad, pero con el tiempo fui aprendiendo que la vida de una persona está, sobre todo, en su vida privada, en su libertad y sus libertades, en su tiempo personal, particular, en su uso del tiempo cotidiano, familiar, personal, íntimo.
Por eso, aunque sigo pensando que lo público, la política y la actividad como integrante de una comunidad [ya sea como ciudadano o no] es esencial en la existencia de cualquier hombre o mujer, ahora creo que la vida, la verdadera vida, no está ahí, está en otra parte, está en nuestra vida privada, personal, familiar o en ese pequeño mundo que creamos para nosotros mismos y quienes nos rodean más cercanamente.
Por eso ahora quiero escribirles -como ya lo he hecho en algunas ocasiones- sobre cosas mías, sobre cosas que vivo, leo, veo, reflexiono en mi ámbito personal y privado, y no tanto sobre un tema o problema público.
Hace unos meses escribí aquí mismo mi artículo sobre hacer pan “Rescatar la masa madre y el pan casero”: https://formato7.com/2020/07/24/rescatar-la-masa-madre-y-el-pan-casero/. Pues me da muchísimo gusto decirles que este viernes abre sus puertas “Roma, pane e pizza”: https://www.facebook.com/romapaneepizza creación de Cynthia Toscano, a quine menciono también en mi artículo sobre la masa madre y el pan casero.
Durante estos últimos meses, Paty y yo hemos visto a Cynthia trabajar 20 horas diarias sin parar. Hemos ido probando sus panes, y cada vez que los probamos caemos sorprendidos de lo que hace Cynthia con ellos. Cynthia además de ser una perfeccionista en todo lo que emprende (porque eso es Cynthia, una verdadera emprendedora que hace todo lo que hace hasta que le queda como debe ser) es una artista. Las creaciones de Cynthia, sus panes dulces o salados no son sólo perfectos y deliciosos, son obras de arte donde ella deja parte de su talento y su gusto exquisito. Los invito a que vayan a Coatepec, a Plaza Orquídeas (justo en la entrada llegando de Xalapa), a partir de este próximo fin de semana y comprueben ustedes mismos lo que les estoy diciendo.
Cristo dice que no nos fijemos en las cosas de este mundo o que no seamos de este mundo, y esta es una idea que desde hace ya más de diez años me anda recorriendo en todo mi ser. Efectivamente me parece que dedicar nuestro tiempo, tanto tiempo diría, a estas redes sociales invasivas y tener estos ídolos de lo material y lo corporal, como reyes absolutos de nuestras existencias, nos aleja de esa conexión con Dios, o con lo espiritual, con nuestra capacidad de volvernos a nosotros mismos y conectarnos con algo más trascendente que el dinero, la comida, el sexo, las redes sociales, etc. Sin embargo, por otro lado, es ahí, en ese mundo, en este mundo, donde vivimos nuestras contradicciones como seres humanos, nuestras limitaciones, nuestros retos, y también nuestras más fuertes alegrías y más duras tristezas.
Digo todo esto porque estas últimas dos semanas tres cosas, -un libro, una serie y una película-, me han hecho mucho ruido en la conexión entre la libertad del ser humano, nuestras elecciones como personas, la desaparición o ausencia de anclas espirituales, religiosas o ideológicas, y la propia vida que una y otra vez a los seres humanos nos vuelve a los mismos problemas, errores, conflictos, condición “caída”.
El libro es “Herejes” de Leonardo Padura (Tusquets Editores, colección andanzas). Se trata de la tercera novela que leo de Padura, y ya con ellas puedo decir que es uno de los mejores escritores latinoamericanos que he leído en toda mi vida. Además de ser una erudita y extraordinaria novela, plantea algo que viene coincidentemente con esa vieja inquietud mía sobre la libertad individual, el contexto histórico (que siempre tiene que ver con el ejercicio del poder), y la búsqueda de una conexión con algo que nos sobrepasa a los humanos, con el misterio, con lo trascendente y con Dios. Porque precisamente es en esa paradoja o contradicción dialéctica que se encuentra la pregunta entre estar en este mundo y ser de este mundo o conectarse con algo más grande, algo originario y espiritual.
La serie es Shtisel: https://en.wikipedia.org/wiki/Shtisel y https://www.netflix.com/mx/title/81004164. No sólo porque tiene excelentes actores, ni porque está perfectamente bien ambientada, pero es entrañable porque toca fibras muy sensibles de la condición humana. La serie muestra, con mucho respeto y cuidado, la vida de una familia judía ortodoxa, que finalmente y a pesar de su fuerte conexión espiritual y religiosa con Dios, adolece de lo mismo que cualquier otras persona o comunidad: envidia, mentira, adicción, enojo, celos, ira, etc. Sin embargo, el tema que tiene que ver con mi inquietud fue que nuevamente aparece ese conflicto entre el mundo, la vida en el mundo, la libertad individual, la belleza, el arte y la creación [exactamente igual que lo que sucede con el judío sefaradí de Herejes, Elías Ambrocius] y el peso, no solamente de la tradición y de las reglas religiosas, sino de la profunda y también muy humana creencia en Dios, el miedo y a la vez el respeto a ese Dios tan presente y riguroso de Akiva Shtisel y toda su familia.
Pero ese conflicto no se resuelve, desde mi punto de vista, en el triunfo de uno sobre el otro (ni en el caso de Herejes ni en el caso de Shtisel), sino en la síntesis o conclusión de que esta nuestra vida humana necesita de ambas, por un lado, necesita de este mundo, del arte, de la elección individual, de vivir la vida y el mundo, y por el otro, de la creencia de algo mucho más grande, mejor y perfecto que guíe nuestras vidas.
La película es “Otra Ronda” o “Druk” (Dinamarca, 2020), https://es.wikipedia.org/wiki/Otra_ronda del director danés Thomas Vinterberg. Aquí no aparece el elemento místico, espiritual o religioso, (por lo menos no explícitamente), pero estamos ante un vacío existencia de cuatro hombres adultos que eligen emborracharse diariamente como un reto para tener un grado permanente de alcohol en sangre de 0.050, lo que, de acuerdo a un estudio, los haría ser más creativos en sus vidas profesionales y familiares, y estar más relajados.
Conocía el trabajo de Vinterberg por “La celebración” con un tema muy fuerte de violación sexual de un padre a sus hijos, y que, con el movimiento de cámaras y el ritmo de la película, crean una atmósfera que te subsume en la angustia existencial y el drama personal de uno de los hijos sobrevivientes (la otra hija se suicida). En la “Otra ronda”, nuevamente Vinterberg, con su muy personal y rápido juego de cámaras, crea escenas llenas de tensión, coraje y tristeza frente a unos hombres que van perdiendo sus vidas frente al alcohol, a pesar de estar rodeados de familia, amigos, amor, y un buen nivel de vida.
Estamos acostumbrados en México a estar peleando por los políticos, por los problemas del país o de la ciudad, a estar pendientes de la última tragedia, el último crimen atroz, el último acto de corrupción, el último político mediocre o corrupto, y se nos olvida que la vida está en otra parte, que la vida está en el mundo con nuestras familias, con nuestros amigos, con nosotros mismos, en nuestras vidas y actividades personales y privadas, las que más nos dan satisfacción y alegría, y que la vida es también esa otra dimensión espiritual, mística, interior, profunda, insondable de nuestra relación, cualquiera que esta sea con Dios, con el universo, con el medio ambiente y el resto de los seres vivos.
La vida no está en tener, no está tampoco en saber quién será la próxima potencia mundial o si el mundo se lo van a repartir tres bloques; China, Rusia y Estados Unidos, o en saber cuándo será la próxima guerra mundial, porque finalmente eso ya lo hemos vivido y se repite una y otra vez en la historia.
La vida está en hacer pan, en cocinar, en pintar, en crear, en cantar, en enseñar, en conversar y también en orar o meditar. No está en los celulares, no está en las redes, no está en tener cosas. Está aquí, junto a nosotros, en el abrazo a tu esposa o hijo e hija, en hacerles de comer y en probar los panes de los amigos, en ir al río y al mar, en leer un libro, en escribir, en ver una buena película.
Así que no se pierdan estas cuatro cosas: “Shtisel” de Ori Elon y Yehonatan Indursky en Netflix, “Herejes” de Padura, “Druk” de Vinterberg, y “Roma, pane e pizza” de Cynthia en Coatepec. En las cuatro está la vida y también está lo inefablemente sublime e insondable de ella.