Es un profesor de secundaria decapitado en Francia por haber mostrado a Mahoma desnudo en una clase sobre libertad de expresión. Es las bombas en Nagorno-Karabaj. Es la mujer golpeada y asesinada por su pareja. Es la mirada perdida de una madre que busca a su hijo desaparecido. Es un virus en un pulmón de alguien en un hospital en cualquier lugar del mundo. Es la palabra irresponsable de un líder mundial. Es un negro sangrando debajo de la rodilla de un policía. Es la ultraderecha neonazi ignorante, animal.
Es un muchacho de 20 años entrando a una iglesia y quitando la vida a tres personas que nunca en su vida había vista. Es un bombardeo a un barrio sirio. Es un terremoto turco o un huracán caribeño. Es un incendio en los valles de California. Es el “cristal” que vende alguien en una calle de uno de nuestros pueblos o ciudades.
La muerte es cada uno de nuestros muertos. Es el tío, la hermana, el hijo, la madre, los vecinos, los amigos, llevados por un aéreo y airoso virus, triunfante ante nuestra indefensa biología humana.
Tres días de luto nacional. Pero los mexicanos y mexicanas nos reímos de la muerte, no como burla, sino como sarcasmo e ironía. Aquí, a la muerte la homenajeamos, la respetamos, le damos la bienvenida. También la dibujamos, la escribimos, la llamamos. Es imagen, icono, adorno. Representamos a la muerte, pero también nos representa.
Es un suicidio. Es desesperación y es colgarse de una soga o tirarse de un puente. Es desesperación, depresión, aburrimiento. Es esta incógnita diaria.
Es una muerte que nos tiene encerrados, encerrados de miedo, y de precaución. Una muerte amenazante, que nos ha dejado a todos frente a pantallas, sentados en conferencias virtuales. Es distancia y es lejanía.
Aquí todos somos santos. Somos como cristianos, como musulmanes, como judíos, como hindúes, como budistas. Somos humanos que matan humanos. Somos humanos muertos por otros humanos. Somos muerte que traemos más muerte. Somos microbios devoradores de otros microbios, de otros cuerpos, de otros vivos.
Es un músico sin trabajo. Es un bar o restaurante cerrado. Es el teatro, la ópera, el museo, cerrados, suspendidos. Es la imaginación y las nuevas ideas. Es un futuro diferente, una cercanía nueva, un vernos y un estar juntos que no conocíamos, que estamos aprendiendo.
Tres días de muertos, tres días de luto, que son más, muchos más. Es un año interminable, en medio de muchas cosas interminables. Es extravió, es laberinto, es inframundo.
Pero no quitas la vida a otro, eso no se vale. Francia nos recuerda que la muerte también puede ser odio, puede ser irracional. La muerte, nuestra muerte, no puede ser irracional, aunque nos parezca irreal. La muerte puede venir, pero nunca en manos de otro. La muerte es bienvenida, aunque sea desde un bicho-virus, de un terremoto, o de un accidente, pero no una muerte que llega por otra persona.
El enojo de Francia nos recuerda de dónde venimos. Es indignación y es reivindicación. Libertad es nuestra vocación, heredada del ideario revolucionario, republicano, ético.
Esa muerte, esa muerte irracional, la ideológica, la fanática, la enajenada, es una muerte muerta, una muerte que viene muerta, una muerte del odio.
Bienvenida la muerte que viene de la vida, bienvenida la muerte que viene del amor, de haber vivido.
Para nosotros, la muerte es vida también, es posibilidad. Es comida, es altar, es fiesta y es color. Es pensarte y es pensarlos. Es vernos, desde la vida, desde la muerte.
Vemos la muerte, está junto a nosotros, nos rodea. Ya no es una noche. Es toda la vida.