Estamos viviendo tiempos de gran cambio. Estos cambios están también impactando de manera significativa y simbólica la relación del Estado con las y los ciudadanos. Los últimos meses han sido reveladores de que algo se está rompiendo en esa relación, hemos sido testigos de una separación cada vez más dramática entre lo que los y las ciudadanas están exigiendo y lo que el Estado ha sido o es capaz de responder o resolver, o mejor dicho de la manera en la que el Estado está respondiendo a esas exigencias.
Desde las manifestaciones contra el racismo en Estados Unidos y en Europa alrededor de la exigencia de Black Lives Matter (en español “Las vidas de los negros son importantes”), pasando por el descontento y enojo de los ciudadanos en Hong Kong, hasta las fuertes protestas en Chile y Colombia contra la represión policial, y las manifestaciones feministas en México, todas estas expresiones ciudadanas tienen como denominador común el pasmo del Estado.
Y ante ese pasmo, muchas veces las policías no saben otra cosa que hacer sino más represión. Lo seguimos viendo en todas las latitudes. Quizá, ante ese pasmo del Estado, es la hora de replantear o de reformular el papel del Estado en sus formas de relación con sus ciudadanos y ciudadanas.
En ese contexto nos encontramos ahora con la hipocresía de Estado Unidos o, por lo menos, de una parte de su gobierno y de su sociedad, frente a la nueva película “Mulan”. El doble discurso de los estadounidenses no es sorpresivo porque no es nuevo, pero sí es ilustrativo, por un lado, de lo que el Estado es para ellos como ciudadanos, y, por el otro, lo que el Estado es para las y los ciudadanos de otros países.
La leyenda de Hua Mulan se desarrolla en la región china de Xiangjing, que en español se presenta como SinKiang, y donde existe una minoría musulmana, los uigur, que han sido reprimidos y explotados por el gobierno central chino, dando lugar a violaciones de derechos humanos contra esos ciudadanos chinos minoritarios. A pesar de ello, las empresas y gobiernos “gringos” han establecido acuerdos y negociaciones tanto con el gobierno central chino como con el gobierno regional de SinKiang, y como ejemplo de ello ha sido todo lo que se acordó alrededor de la filmación de “Mulan”, en esa misma provincia, pasando por alto las violaciones a derechos humanos y acatando a pie juntillas la visión del gobierno chino, por más que en el discurso oficial aparentemente lo desaprueban.
El tema central que quiero presentar aquí es que en la lucha por las libertades y los derechos hay dos alternativas o caminos para el Estado. La primera es ignorarlos, desdeñarlos, violarlos, reprimirlos. La segunda es escucharlos, atenderlos, respetarlos, garantizarlos.
Desde luego que el Estado tiene el uso de la fuerza legítima, pero ese uso siempre debe ser para proteger a los ciudadanos, no para protegerse de los ciudadanos. Así, frente a las libertades y derechos debe existir un Estado fuerte para responder y atender las exigencias de las y los ciudadanos. Aquí la cuestión es cuando el Estado no encuentra otra salida más que la represión.
Independientemente de la historia de Mulan -quien finalmente lucha a favor de la propia autoridad central, en ese caso del Imperio, y no de la rebelión, lo cual hasta resultaría un mensaje contradictorio frente a las protestas y manifestaciones alrededor del mundo, que en parte buscan la liberación e igualdad de las mujeres, y la no discriminación de cualquier tipo- el tema de fondo que planteo es que los Estados, sea el chino, el estadounidense, el francés, el colombiano, el chileno o el mexicano, están permanentemente ante la disyuntiva de manejarse, frente a los problemas públicos y la demanda ciudadana, ya sea por intereses particulares o parciales, o por el interés general que se encamine a resolver precisamente esos problemas públicos y esas exigencias sociales.
Los derechos humanos, la no discriminación, la igualdad entre hombres y mujeres, la perspectiva de género, los derechos civiles y ciudadanos, son discursos todos, pero son discursos que surgen o buscan responder a problemas de la realidad social y de la convivencia humana.
Lo que el Estado, sus instituciones y sus representantes deben entender es que tarde que temprano se debe responder, resolver o atender esa realidad, como ha sido a lo largo de la historia -por ejemplo, durante la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos- donde la realidad, el problema público y la exigencia ciudadana terminan siempre por imponerse, y no los intereses particulares del Estado y sus gobernantes en turno.
Las Mulans de hoy son personas, hombres y mujeres, en muchas calles del mundo, exigiendo al Estado, igualdad, no discriminación, justicia, y no represión. Si el Estado las quiere de su lado, como finalmente pasó en la historia de Disney, necesita escucharlas, responderles y atenderlas, y no sólo reprimirlas.