Se ha dicho hasta el hartazgo que el presidente no tiene ninguna responsabilidad en la propagación de una pandemia surgida en China y para lo cual ningún país, ningún sistema de salud, estaba preparado. Tampoco es su culpa las morbilidades crónicas de los mexicanos que han sido cuerpo fértil para el virus.

Sin embargo, sí es su responsabilidad llevar una y otra vez la crisis sanitaria de la pandemia al terreno de la política donde él se asume inmune, tanto que ni siquiera utiliza cubre bocas, como si lo hace por ejemplo el resto de su gabinete y los gobernadores de su propio partido; y de soslayar la crisis hospitalaria para dar prioridad a la rifa del avión o el Tren Maya.

También ha sido su responsabilidad la desinformación y la propaganda constante de que la epidemia ha quedado atrás. Basta dar una mirada al pasado: el 25 de abril, con 1 305 muertos registrados, López Obrador dijo que estábamos viendo la luz al final del túnel; un día después, el domingo 26, afirmó que ya habíamos domado la pandemia, cuando apenas se contaban 1 351 decesos.

Pero la simulación política no paró ahí. Todavía el 14 de mayo –cuando se dio a conocer que en el país ya habían fallecido 4 477 personas por el Covid-, aseguró que la pandemia no rebasaría a su gobierno porque afortunadamente “ya estamos de salida”. A este discurso populista e irresponsable lo han acompañado las anécdotas de las imágenes religiosas y la negativa sistemática a usar cubre bocas en público.

De todo esto, sin contar el desabasto de equipos de protección, la compra tardía de insumos –mascarillas, ventiladores, uniformes, etc-, y la falta de protocolos y capacitación al personal médico, sí es responsable el Presidente. El gobierno ha fallado atendiendo las instrucciones presidenciales basadas en prejuicios e intereses políticos, nunca en razonamientos médicos ni científicos.

La única vez que López Obrador visitó un hospital fue sólo para legitimar el montaje donde el paciente de Covid resultó ser un integrante de su seguridad personal, habilitado para simular la enfermedad durante los pocos minutos que duró la visita presidencial. Hoy Estados Unidos y Europa nos han cerrado sus fronteras debido a que el país tiene un número indeterminado de muertes y contagios a causa del Covid.

¿Cuántos muertos más hacen falta para que el Presidente atienda la pandemia?

Esta mañana en Cabo San Lucas volvió a la politiquería que tanto le gusta y que tanto critica. El Presidente se comporta como un alcohólico que asume que el vicio sólo está en los demás. Un día después de que se dio a conocer la muerte de 50 mil 517 personas a causa del Covid, López Obrador aseguró que México no ha sido tan golpeado por la pandemia y que si se trata de resultados, nuestro país se encuentra en quinto lugar de decesos por el nuevo virus en el continente americano.

Al Presidente le parecen ociosas las comparaciones con otros países, salvo cuando a su discurso convienen. Remitámonos entonces a las cifras locales. El golpe de la pandemia no sólo se mide en muertos –los cuales hoy son muchos más que los registrados por la violencia, el gran flagelo del país en la última década-, sino también en sus consecuencias económicas y sociales.

Sugerir que no hemos sido golpeados es un insulto a la familia de los más de 50 mil muertos y casi el medio millón de personas que han sido contagiadas. Es un acto irresponsable ante una caída del 10% de la economía y la consecuente pérdida de millones de empleos –formales e informales-, sobre todo cuando presume que ya se recuperaron ¡10 mil! Es también un acto de hipocresía ante cientos de médicos y personal hospitalario que han perdido la vida combatiendo el virus.

¿Pero el Presidente es el único responsable? Por supuesto que no. A decir verdad, la pandemia es lo más democrático que ha vivido este país; ha puesto al desnudo todos nuestros vicios, nuestras diferencias y hasta nuestra precaria educación. Todos estamos bajo la misma tormenta aunque no vamos en el mismo barco.

Pero como en cualquier democracia hay diferencias y privilegios. La irresponsabilidad y omisión del gobierno, frente a una sociedad incrédula e indisciplinada –a veces por necesidad, a veces por ignorancia-, ha provocado este desastre que enluta a miles de familias, sin importar su condición social o económica. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí? ¿Quién falló? ¿Fue la ciencia, fue el gobierno, fue una sociedad, fuimos todos?

¿Cuántos muertos más hacen falta para que el gobierno y la sociedad reaccionen? O ¿seguiremos regodeándonos de nuestra tragedia como a lo largo de la historia?

Las del estribo…

1. Sigue el culebrón en el TSJE. La Presidenta Sofía Martínez Huerta, quien soñó con un Poder Judicial autónomo y a su servicio, ya asumió su rol de mero espectador del reparto del botín. Este jueves por ejemplo, tomó posesión Joana Marlen Bautista Flores como directora general de Administración del Consejo de la Judicatura, quien viene de la Secretaría de Finanzas donde se le conoce más por su relación sentimental con el primo del gobernador, Eleazar Guerrero, que por su desempeño en la dependencia. Añoranzas de los años del duartismo fiel.

2. El cobro de cuotas y moches, lo mismo a trabajadores con antigüedad que a los nuevos burócratas contratados, se está convirtiendo en una práctica generalizada en la administración estatal. Conservar y obtener un trabajo sólo es posible si una parte del sueldo va a parar a los bolsillos de los titulares por la vía de intermediarios de poca monta. Ayer se denunció en Sedarpa aunque el “tabulador” existe en todas las dependencias. Dicen que no son iguales, aunque muchos son peores.