Alejandro Moreno “Alito” le robó el PRI a la vieja guardia. Con la reforma a los estatutos aprobada este lunes por el Consejo Político Nacional, ahora tendrá facultades para decidir todas las candidaturas en el país –incluidas las listas de legisladores plurinominales a nivel federal y en los estados- con lo que ha arrebatado el poder a los Gobernadores, los grupos parlamentarios y las dirigencias estatales.
No conforme con ello, hizo el intento por atribuirse la facultad de designar a los coordinadores parlamentarios en el Congreso de la Unión –quienes tendrían que consultarle el sentido del voto en cada iniciativa-, e incluso, el derecho de conceder licencia a militantes que deseen laborar en un gobierno emanado de otro partido.
Sin embargo, tanto Miguel Ángel Osorio Chong y René Juárez resistieron el embate, aludiendo que el propio Reglamento del Congreso concede a los grupos parlamentarios la facultad de auto gobernarse. La pretensión de “Alito” no sólo contravenía la ley, sino que despojaba a los legisladores de su autonomía y libertad de conciencia a la hora de votar. Tendrían que hacerlo a indicación del dirigente nacional.
En el pasado reciente, el Presidente de la República o el gobernador en turno, eran los líderes políticos del Partido como parte de una regla no escrita pero por todos conocida. Disponían de las dirigencias del partido y el liderazgo en las Cámaras, sin embargo, dejaban el resto del pastel a las corrientes partidistas. Hoy, por decreto, Alejandro Moreno es dueño absoluto del PRI en todo el país.
Con los nuevos Estatutos aprobados este lunes por el Consejo Político Nacional, el Presidente del CEN del PRI podrá ejercer “por sí mismo o por conducto de quien autorice mediante poder notarial, el registro de las candidatas y los candidatos del Partido a cargos de elección popular federales, estatales, municipales y de las demarcaciones territoriales en el caso de la Ciudad de México”.
Además, pretendía que el “titular de la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional designará, de entre los integrantes del grupo parlamentario que corresponda, a quien fungirá como Coordinador.” Es decir, el Presidente del PRI sería quien designara a los coordinadores parlamentarios del PRI en el Senado y la Cámara de Diputados, incluso en los Congresos locales, y no los propios integrantes del grupo como hasta ahora.
Por si fuera poco, los coordinadores tendrían que “consultar a la persona titular de la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional el sentido del voto en aquellas iniciativas cuyos temas sean de interés público y transmitir esta resolución a los integrantes de su grupo parlamentario.” Al menos en esta Legislatura no será así, pero los próximos coordinadores parlamentarios deberán su posición al campechano, por lo que asumirán de facto esta disposición.
Como parte de esta reforma, las dirigencias estatales se convertirán en figuras decorativas para operar las decisiones tomadas desde la capital por el gran tlatoani. Ya no habrá más procesos ni democracia interna, sino la voluntad del Presidente nacional que se ha auto nombrado como la autoridad máxima e indivisible del PRI, lo que le convierte al mismo tiempo, en el único interlocutor válido con el Presidente, los Gobernadores y el resto de las fuerzas políticas.
¿Cómo pudo lograrlo con un liderazgo diezmado por las acusaciones de corrupción, un desastroso gobierno en Campeche, la exhibición de propiedades y el debilitamiento por la crisis financiera que vive el partido? ¿Por qué ningún Presidente sometió al PRI de esa forma? ¿Por qué los históricos como Beatriz Paredes o Manlio Fabio Beltrones nunca intentaron siquiera semejante osadía?
La primera razón es porque el PRI no ostenta la presidencia de la República y ningún gobernador ha tenido el arrastre para asumir ese liderazgo. Se esperaba que lo hiciera el propio Alfredo del Mazo del Estado de México, pero su pertenencia al grupo político de Enrique Peña y una cuestionada administración descarrilaron su proyecto. Alejandro Cárdenas sólo llenó el vacío de poder en el PRI.
La segunda es que “Amlito” –como lo tildan algunos priistas-, es un buen amigo y aliado del Presidente. Durante una reunión celebrada el 5 de junio del año pasado en Palacio Nacional, en un arrebato de añoranza de su pasado priista, López Obrador le pidió a los gobernadores del PRI su apoyo a Alejandro Moreno, quien entonces buscaba quedarse con los escombros de lo que quedó del PRI tras la elección de 2018.
“Quiero que apoyen a Alito (Alejandro Moreno), para la presidencia del partido…”, dijo el Presidente sin rodeos. Los gobernadores priistas no daban crédito a las palabras de AMLO, quien no bromeaba. Pedía a “la mafia del poder”, a su odiado enemigo político, que apoyara a un candidato que contaba con la simpatía y bendición presidencial. Las críticas del dirigente nacional del PRI al gobierno de López Obrador no son más que parte de la mascarada que han tendido.
La tercera es la más evidente: la polarización del PRI, la ausencia de liderazgo entre los pocos gobernadores que aún le quedan, la fragilidad de sus sectores y organizaciones y la ausencia de los líderes históricos, ocupados más en sobrevivir políticamente y enfrentar los amagos de investigaciones en su contra.
López Obrador se hizo del PRI en una verdadera ganga: la absolución de las tropelías y corrupción cometida en Campeche… y de algunos otros.
Las del estribo…
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