Flora Pasquet ha armado un rompecabezas formado por imágenes insulares, de viejo continente y moderna ciudad; con resonancias africanas sembradas en el maloyá, sonoridades cosmopolitas reunidas en París y lenguajes musicales mexicanos. Todo lo que cabe entre el cielo y la tierra ha sido utilizado por Flora Pasquet para retornar y hacernos retornar a la raíz original. Ella misma nos platica.
Sueños pasados por agua
Hola, soy Flora Pasquet, soy cantante, compositora y coach vocal. Soy de una isla que se llama Isla de la Reunión, es un lugar hermoso que se encuentra en el océano Índico, muy cerca de Magadascar; allá crecí y pasé muchos años de mi vida. De los recuerdos más lejanos que tengo, es que siempre estábamos viviendo y conviviendo con la música, en mi familia pasábamos los fines de semana comiendo riquísimo, bailando y cantando, eran momentos en los que había alegría y mucho gusto por compartir la música. Mi abuelo toca el acordeón, mi abuela canta, mi tío toca el piano, mi mamá canta, mi padre toca la guitarra, entonces, siempre nuestros encuentros eran muy musicales y era lo normal, lo más natural. Crecí con una tía —hermana de mi mamá— que tiene la misma edad que yo, empezamos a cantar juntas, ella tomó clases de piano desde los seis años, yo también, pero yo recuerdo que lo tocaba no muy mal pero no se me quedó nada, vamos a decirlo así (risas), y empezamos a juntar nuestras voces más hacia la adolescencia, como a los diez o doce años. También cantábamos en la iglesia, por las tardes, después de hacer la tarea, íbamos a la iglesia, ella tocaba el piano y cantaba, y yo buscaba hacerle voces en armonización.
La Isla de la Reunión es muy musical, desde la esclavitud tenemos un género que se llama maloyá, que nació a partir de las voces de los esclavos, por lo que lo consideramos como el blues reunionés; tiene una base muy rítmica, muy percusiva, acompañada con muchas voces.
Con todo eso, mi encuentro con la música fue desde muy niña, y creo que por mi mamá y mi familia, he seguido este camino, era lo normal, si en tu familia se juega fútbol, pues tú también juegas.
Empecé a componer muy temprano, desde niña ya empezaba a escribir mis letras en un cuaderno. Mi abuela, que era maestra de escuela, nos puso en el ballet, nos puso en las clases de piano, las clases de flauta y las clases de guitarra en la adolescencia; no sé por qué, pero nunca he seguido una relación con un instrumento en particular, entonces acabé tocando muy mal la flauta (risas), un poquito el piano y todavía es el instrumento con el cual compongo, y ahora estoy queriendo regresar al gusto que tenía por tocar la guitarra de más chavita, también es una manera de volver a conectar con los ritmos de la música tradicional de mi isla, creo que a través de esta rítmica que se siente en el cuerpo, se me facilita un poco más tocar la guitarra.
La comedia y la tragedia
En la adolescencia formamos nuestro primer grupo de música con uno de nuestros mejores amigos, era nuestro vecino, se llama Bastien Picot y sigue en este camino de la música, tiene su proyecto musical se llama Aurus Music, vayan a escucharlo. Es muy bonito ver que desde la adolescencia, tanto mi tía, este mejor amigo y yo ya habíamos encontrado un lugar donde podíamos expresarnos, donde podíamos empezar a moldear nuestra personalidad, que fue la música; también nos ayudó a conocer nuestras posibilidades, yo creo que en la adolescencia es justamente cuando queremos enseñar al mundo quiénes somos y la música fue perfecta en ese momento para hacer esto.
En la adolescencia también me acerqué mucho al teatro, tomaba clases de teatro e iba a los ensayos después de la escuela; también teníamos un grupo de teatro de improvisación muy divertido, trabajábamos, justamente, la improvisación: cómo adaptarnos, cómo reaccionar, cómo imaginar, cómo tener una manera más amplia de enfrentar las cosas; todo este panorama de emociones. El teatro me abrió muchas puertas para expresarme y para conocerme, y es lo que sigo haciendo a través de mi música.
Participé en concursos de teatro y gané unos premios, tuve una beca para ir a París a tomar un taller de teatro, estando ahí nos llevaron al Festival de Teatro de Avignon. Fue una súper experiencia salir de la isla y que me llevaran al sur de Francia, el clima estaba riquísimo, éramos puros jóvenes, fuimos a ver teatro y a tomar talleres, fue increíble. Por ese concurso, también tuve una beca para tomar un taller en el Studio des Variétés en París, donde conecté todavía más con mi voz; fue muy bonito tener acceso a esa información y tener a gente profesional que nos compartió su experiencia.
También hice unos cortometrajes con mis amigos y fue muy divertido, nos las pasábamos en un medio muy creativo de estar siempre inventándonos cosas, resolviendo los efectos, de ver cómo nos va a salir porque no somos Hollywood. También me gustaba mucho escribir, escribía mis canciones, escribía guiones y diálogos para las películas.
Vasos comunicantes
Pasando el bachillerato, quería seguir en esta dirección, dejar un poco la música para encaminarme más hacia el teatro y el cine; quería escribir guiones, quería actuar, quería estudiar esta disciplina. Mis padres me dijeron está padrísimo, vemos que estás muy metida, pero mi mamá —que es cantante y vive de los conciertos, pero también da clases de música— me dijo está bien, pero este medio es muy difícil y estaría bien que, antes de meterte a eso, pudieras tener un diploma más oficial. Desde el teatro y el medio musical, me han gustado la comunicación y las relaciones públicas, entonces, cuando acabé el bachillerato, a los diecisiete años, dejé mi ciudad y me fui al norte de la isla a estudiar comunicación de empresas. Fue una buena experiencia, sentía que, de alguna manera, seguía actuando un poco porque el mundo de la comunicación de las empresas es otro código; me gustaba el trabajo de la imagen de la empresa, resolver los problemas de comunicación a los que se puede enfrentar una empresa. Me la pasé bien pero sequía algo ahí que decía ya que tengo mi diploma, quiero darme un año de algo más artístico. Mi papá vive en París y le dije a mi mamá en París hay una licenciatura en mediación cultural con especialidad en teatro y quiero irme.
Una reunionesa en París
A los diecinueve años, dejé la Isla de la Reunión; me despedí de mi mamá con el corazón pesado pero muy emocionada con la nueva aventura que iba a vivir. Me fui a París a cursar esa carrera, fue un año mágico. Nunca dejé totalmente la música, siempre estaba poniendo música y cantando encima de las canciones que me gustaban, pero estaba más enfocada en el mundo del teatro. Cada semana iba al teatro porque nuestra tarea era ir y hacer un escrito sobre las obras que íbamos a ver. Llevábamos clases de literatura, trabajábamos mucho con obras de teatro —me sigue emocionando, lo digo y siento que en mi voz hay algo que se va despertando—. Era para estar abajo del escenario, no arriba del escenario, pero me gustaba mucho, nos preparábamos para ser mediadores entre el artista y el público —creo que ahora, en mi trabajo como cantante tengo que considerar que no soy nada más artista, que tengo que tener una relación con la gente que se quiere acercar a mi música, y creo que esto lo aprendí ese año en París haciendo mediación cultural.
También íbamos a los museos a ver las exposiciones de arte contemporáneo, porque en ese movimiento también se necesitaban mediadores que pudieran hacer frente a un arte que va rompiendo las reglas de la estética, de la belleza, de la lógica; el público necesitaba personas que les pudieran acercar a la obra de estos artistas. Íbamos a ver danza contemporánea y era muy teatral. Fueron muy bonitos esos años en París.
Why not?
Acabé la carrera, estaba muy llena de teatro y de todo lo que había vivido, pero otra vez estaba esta cosita que me decía oye, ¿pero la música?; ándale, Flora, ¿qué pasó? Entonces dije le voy a dar chance otra vez a la música. En París tenía amigos de la Isla de la Reunión que estaban estudiando en una escuela de música y me decían está increíble esta escuela, te deberías de meter, la verdad, porque es de música contemporánea y es muy versátil: hay rock, hay pop, hay world music; deberías de hacerlo, además, justo va a empezar la temporada para solicitar una beca. Entonces dije bueno, why not? La música se me hace fácil, no creo que vaya equivocarme fuerte, creo que sí puedo hacer algo bonito. Quería profundizar mis conocimientos en armonía, en solfeo, en la parte más teórica y entré a una escuela que se llama Atla, école des Musiques actuelles de Paris. No terminé la carrera pero me diplomé. En paralelo, tuve la oportunidad de hacer una carrera de pedagogía; la posibilidad de ser maestra, de poder enseñar, me gustaba mucho. Estuve en esa escuela entre 2008 y 2009, tengo mi diploma de pedagogía, puedo dar clases de manera oficial; y tengo el diploma de la escuela de música, aunque no acabé la carrera.
París fue una súper aventura, conocí mucha gente de mi edad que venía de todas partes del mundo: Turquía, Colombia, México, Argelia, Senegal, Guadalupe, Martinica; gente de todos lados que estaba haciendo música —qué bonito—, en los jams de la escuela escuchábamos sonoridades de todas partes del mundo, y presentaba mis canciones porque ya había formado mi grupo; eso fue muy enriquecedor.
Justamente en un jam conocí a mi esposo, que es mexicano, Juan Pablo Aispuro; actualmente, además de músico —es contrabajista y bajista—, es productor de discos y director de un sello que se llama Pitayo Music.
(CONTINÚA)
SEGUNDA PARTE: Un mundo lleno de ilusiones
TERCERA PARTE: El amor en los tiempos del covid
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