Al hablar del estudio de sismos, generalmente se piensa en ciencias de la tierra o geociencias, la disociación con la historia se debe a que desde hace pocas décadas profesionales de ésta se interesaron por tal estudio y empezaron a colaborar con especialistas de otras disciplinas en investigaciones conjuntas, expuso el académico y coordinador de la Maestría en Historia Contemporánea de la Facultad de Historia de la Universidad Veracruzana (UV), Hubonor Ayala Flores.
“Efectivamente, hacen falta más y mejores estudios sobre los sismos desde la disciplina histórica, pero también desde un punto de vista multi e interdisciplinario”, remarcó.
Una de las líneas de investigación del profesor-investigador son los sismos y de ello da cuenta en el artículo “El sismo del 3 de enero de 1920. Reacciones y acciones del Estado, la Iglesia y la sociedad civil”, publicado en el libro Historiar las catástrofes del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Sorbona, de Francia (https://bit.ly/3eHVBMs).
Tal sismo es “considerado el más catastrófico por el número de muertes registradas entonces en Veracruz”, ocurrido en la colindancia de los estados de Veracruz y Puebla ubicada en la Sierra Madre Oriental. Ello dio pie a una entrevista con Universo sobre el tema, desde la relación de la historia con el presente.
¿Por qué su interés en hacer historiografía sobre sismos?
Los desastres naturales han acompañado el desarrollo de la humanidad a lo largo de la historia; sin embargo, en los últimos años nos enteramos más acerca de ellos, tenemos mejores registros y el mundo ha visto en imágenes y video los efectos devastadores de sismos como los de Japón, Chile o la Ciudad de México.
Creo que rescatar y analizar a los sismos desde la historia ayuda a comprender no sólo las acciones humanas en torno a ellos, sino también a descifrar las características y patrones de comportamiento de la actividad sísmica, lo que puede ayudar a los sismólogos, geólogos y otros especialistas a elaborar con mayores datos y precisión, los mapas de riesgo, por ejemplo.
Hace ya algunos años, al buscar información sobre el sismo del 3 de enero de 1920, me di cuenta que no había prácticamente nada publicado desde el campo de la historia reciente sobre este acontecimiento. Me interesó analizar cómo una zona de actividad sísmica como Veracruz no contaba con una memoria histórica de esos acontecimientos, lo que me pareció peligroso pues si bien la zona central del estado no registra una frecuencia sísmica –como la del centro o la costa del Pacífico–, este sismo en particular constató la letalidad por actividad sísmica poco recurrente en regiones serranas y rurales.
La memoria histórica de los efectos sociales, así como pérdidas humanas y materiales causadas por sismos, ¿es aprovechada favorablemente por la sociedad y autoridades gubernamentales?
Sí y no. Desafortunadamente, los desastres como cualquier otra coyuntura social traumática han sido y son utilizados desde un punto de vista político. Por otra parte, la sociedad en su conjunto es la que más ha aprovechado la memoria histórica para mejorar protocolos, realizar simulacros, establecer mapas de riesgo y luchar porque se destinen recursos de todo tipo para comprender, estudiar y prevenir los eventos sísmicos de importancia, así como para atender a las víctimas o atenuar los efectos de los sismos.
En lo anterior también participan y han participado las autoridades gubernamentales. Desde los diferentes órdenes de gobierno se han establecido campañas, planes de contingencia, mapas de riesgo y monitoreo de zonas sísmicas, pero no es raro que por la corrupción, el desinterés o la poca rentabilidad política, se abandonen los proyectos referentes a prevención, así como los presupuestos.
Para muestra de lo anterior, el año pasado casi ningún gobierno pensaba en robustecer sus sistemas sanitarios, elevar sus presupuestos destinados a salud, comprar equipos o capacitar personal para atender las epidemias, incluso algunos redujeron o desmantelaron esos mismos sistemas y presupuestos.
¿Qué nos dice un historiador de la combinación de pandemia y sismos?, ¿hay registro de dos catástrofes de esta índole juntas en el país?
Desafortunadamente para quienes nos hemos acercado al estudio de los desastres, la anécdota a la que haces referencia la tenemos muy presente: en una de las conferencias del titular de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, una reportera preguntó qué hacer si en plena contingencia temblaba, el planteamiento causó burlas hacia la chica en redes sociales, pero su predicción se cumplió y el 23 de junio tembló de manera considerable (magnitud 7.5 con epicentro en Oaxaca y hay registros posteriores, aunque más leves).
En mi caso, pensar en la posibilidad de que un sismo u otro evento se sumaran a la pandemia pasó por mi cabeza más de una vez. Por descontado, ninguna sociedad está preparada para hacer frente a las catástrofes sísmicas, países como Japón, con altos índices de bienestar, infraestructura y una excelente cultura de la prevención, han sufrido los terribles efectos de los sismos en los últimos años. Que dos tragedias se conjunten no es raro; así, por ejemplo, nuestra generación ha sido testigo de dos sismos y sus correspondientes tsunamis en las zonas con actividad volcánica, también existe posibilidad de conjugarse erupciones y sismos.
En el caso del sismo de 3 de enero de 1920, muchas personas perecieron por los aludes de tierra en las zonas serranas centrales de Veracruz y Puebla, lo que es raro pues estamos acostumbrados a pensar en víctimas en las ciudades por derrumbes de viviendas y edificios. Con lo anterior habría que hacer más estudios de prospectiva; por ejemplo, la conjunción de una temporada de lluvias intensa y un sismo en la misma zona, sería catastrófico y seguramente se repetirían los deslizamientos de tierra, pero con mayor número de víctimas por la cantidad de personas que ahora viven en las laderas de los cerros.
En ese caso en particular, la violencia que asolaba al país a raíz de los últimos enfrentamientos armados de la Revolución Mexicana, también conjugó una crisis social y un evento sísmico. Muchas veces los desastres son predecibles o cíclicos y vivimos acostumbrados a ellos o ignorándolos: zonas con intensa actividad sísmica y volcánica, regímenes de huracanes del Atlántico o el Pacífico, o regiones con riesgo epidémico o de tsunamis. En realidad, son pocas las regiones del mundo que no estén expuestas a un desastre y eso nos debería preocupar más como sociedad.
En su artículo hace referencia al recorte en gastos y reducción de sueldos de la clase trabajadora al servicio del Estado para solventar la reconstrucción, y actualmente hay un decreto de austeridad anunciado por el gobierno federal debido a la pandemia. ¿Es una medida recurrente ante tales circunstancias?
Claro, un desastre –de cualquier tipo– necesariamente tiene un costo económico elevado, y si su magnitud es mayúscula puede incluso llevar a una profunda crisis económica, como lo estamos atestiguando con el SARS-CoV-2 a escala mundial. Por lo anterior, diferentes sectores, no sólo el gubernamental, se vieron en la necesidad de contribuir y hacer esfuerzos de todo tipo para paliar el desastre.
En el sismo de 1920 la Iglesia católica y otros cultos, así como la sociedad civil organizada o que se organizó en ese momento de manera coyuntural, contribuyeron enormemente en la atención a heridos, damnificados y la reconstrucción de las poblaciones afectadas. En el caso del gobierno estatal, realizó campañas de donación de sueldos de la burocracia, condonó impuestos e hizo donativos.
La situación es muy diferente en la actualidad, hoy sabemos claramente los riesgos de la mayoría de los desastres, tenemos suficiente información de todo tipo acerca de ellos y en la mayoría de los casos podemos anticipar su presencia o comportamiento. Los gobiernos de diferentes países supieron de los riesgos de una epidemia que inició en China en diciembre del año pasado y también cuando se convirtió en pandemia. La diferencia la ha marcado la capacidad de preparación anticipada de años, pero sobre todo la respuesta inmediata y coyuntural a la pandemia, eso ha marcado y marcará el número de contagios y muertes, así como su rapidez.
A 100 años del sismo del cual nos compartió en su artículo, ¿es un referente, se ha olvidado, en el imaginario colectivo se sigue con la idea, incluso de “la erupción de volcanes y ríos de lava”?
Yo veo que México sigue siendo un país sumamente injusto, y lo digo porque la pobreza y el analfabetismo condicionan esa pregunta. Muchas personas pertenecientes a las sociedades rurales o a las zonas de marginación y pobreza se explican el mundo de manera muy diferente a como lo podría entender una persona con estudios y preparación académica.
Por otra parte, constatamos que hay personas de diferentes sectores de la sociedad actual, incluso con estudios de posgrado, que niegan o cuestionan la existencia de la pandemia actual y así tenemos un mapa preocupante sobre los niveles de conocimiento acerca de los eventos catastróficos a los que estamos expuestos como sociedad.
Es claro que en general conocemos más sobre la naturaleza y sobre el mundo en el que vivimos, pero estamos muy condicionados por la pobreza y la falta de educación, que inhiben una cultura de conocimiento y prevención de riesgos por desastres naturales.
Por otra parte, no podemos negar ni cuestionar la cosmovisión de grupos sociales particulares como los pueblos originarios, pero incluso ellos han sabido amalgamar sus creencias profundas sobre la tierra y la naturaleza con los conocimientos actuales de las mismas. En cualquiera de los casos, aún hay mucho por hacer en materia de prevención sobre desastres.
¿Qué cambios ha notado en los medios de comunicación sobre la manera de informar de estos fenómenos naturales?
Esto es muy interesante, porque los medios de comunicación han ido cambiando vertiginosamente a lo largo de los años. Para tener una idea, pensar siquiera en la radio en las zonas rurales e incluso urbanas de principios del siglo XX, era imposible. Las personas se enteraban y especulaban sobre las noticias traídas por los viajeros o el telégrafo.
Tenían que confiar en los personajes más ilustrados de la población o de los informes de las autoridades civiles y religiosas. En algunos casos –si llegaba– la prensa informaba, pero también de manera distorsionada. Por lo anterior, el sismo de 1920 no estuvo exento de exageraciones, noticias alarmantes, falsas, fantasiosas o versiones distorsionadas.
Pero eso sigue ocurriendo en la actualidad, ahora desde las redes sociales y la pluralidad de las mismas. Desde un teléfono celular y sin mayor criterio las personas acceden a todo tipo de posturas, versiones, opiniones y tendencias, que no siempre son las más serias o veraces.
UV/Karina de la Paz Reyes