Hace dieciocho años, el dos de julio de 2002, durante una gira por Indianápolis, Ray Brown estuvo jugando golf por la tarde y después se fue a su hotel. Como no llegó a la presentación que tenía que dar con su trío en un club de la ciudad, uno de sus músicos fue a buscarlo y lo encontró muerto en su habitación.
Ray Brown fue una institución del contrabajo, trabajó al lado de grandes figuras del bop como Charlie Parker y Dizzy Gillespie; fue esposo y acompañante de Ella Fitzgerald, a quien conoció en las giras Jazz at the Philarmonic de Norman Granz. Tuvo una participación notable en el trío Oscar Peterson, agrupación en la que permaneció más de una década y con la que recorrió el mundo y ganó prestigio internacional.
Raymond Matthews Brown nació en Pittsburgh, Pensilvania, el 13 de octubre de 1926. Inició su formación musical con el piano a los ocho años de edad, posteriormente se cambió al contrabajo, instrumento que ejecutó en orquesta estudiantil local. Debutó profesionalmente a los dieciocho años con el sexteto de Jimmy Hinsley.
Al año siguiente —1945— decidió ir en busca de la fortuna a Nueva York, y la encontró en grande pues conoció a Dizzy Gillespie, quien tras escucharlo lo contrató y se convirtió en su mentor, gracias a él pudo tocar con Charlie Parker, Bud Powell, Hank Jones, Coleman Hawkins, Ben Webster y Billie Holiday.
Su solvencia técnica, su solidez sonora y su maleabilidad le permitieron grabar y tocar, a lo largo de una dilatada carrera, con músicos de estilos tan distintos como Count Basie, Duke Ellington, Lionel Hampton, Sonny Rollins, Michel Legrand, Fred Astaire, Gerry Mulligan o Stan Getz.
Brown, afirma Miquel Jurado en un artículo publicado en El País en ocasión de su fallecimiento, «fue bastante más que un gran músico de jazz. Durante varias décadas ejemplificó la figura del contrabajista con mayúsculas en un contexto musical que había relegado este instrumento al papel de puro acompañante. En sus manos, el contrabajo no sólo se asentó como base de cualquier combo jazzístico, sino que fue adquiriendo una personalidad propia, hasta alcanzar en muchos momentos el papel de solista. Un sonido amplio, rotundo y preciso, una poderosa mano izquierda (una de las más poderosas del jazz clásico) y un buen gusto exquisito marcaron toda la carrera de Ray Brown. Una carrera tan dilatada como prolífica, ya que el contrabajista participó en más de quinientos discos, dejando una treintena a su nombre.
«Si fácilmente puede hablarse de un antes y un después del contrabajo en el mundo del jazz gracias a Ray Bown, también puede hablarse de él como uno de los pocos personajes que supo atravesar estilos y modas adaptándose perfectamente a cada situación sin perder nunca su idiosincrasia musical».
«Se acercó también —concluye el periodista español— a las fusiones brasileñas con su cuarteto L.A.4 y, en los últimos años de su vida, distanciado de las vanguardias que habían irrumpido en el jazz, mantuvo sus propios grupos con jóvenes pianistas como Monty Alexander o Benny Green, convirtiéndose en el paradigma de un clasicismo sin estridencias y conviviendo pacíficamente con todo tipo de modernidad».
En abril de 1994, llevó al Carnegie Hall de Nueva York un verdadero platillo gourmet, llegó pertrechado de Roy Hargrove en la trompeta, Jackie McLean en el sax alto, Joe Henderson en el tenor, JJ Johnson en el trombón, Kenny Burrell en la guitarra, dos monstruos del piano, Herbie Hancock y Hank Jones, Kenny Washington en la batería, Betty Carter en la voz y para batirse en un duelo de consecuencias inimaginables, convocó a Christian McBride. Hoy lo recordamos con esa formación interpretando un clásico del bop, Now’s The Time, de Charlie Parker, y con dos standards reinventados con su trío.
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