El recuerdo más fuerte que tengo de mi papá es con el café, con el olor del café. Quizá una de las constantes más fuertes en su vida fue una taza de expreso. Cada vez que lo visitaba en su casa me recibía con un café de su cafetera italiana. Uno podía pasar horas hablando con él de tipos, formas, cargas, sabores de café. Las remembranzas más nítidas que tengo de él son así, tomando un expreso, hecho por él mismo, y diciéndome que pasara a tomarme uno, que él me lo preparaba.
Otra constante fue la comida. Como dice mi hija Isabel, ella recuerda el espagueti que siempre le hacía cuando lo visitaba. También yo les puedo decir que uno de los recuerdos más fuertes de mi papá es verlo cocinando, y sobre todo ofreciéndome lo que cocinaba. Sus tortas eran memorables; su roast beef uno de los mejores que he probado; y su chicharrón en salsa quedará guardado inefablemente en mi memoria porque una de las últimas veces que lo vi en su casa me enseñó un chicharrón de Naolinco que acababa de comprar y que yo no quise, pero le dije que me lo preparara en salsa y que iría el fin de semana para comerlo con él. No sé por qué razón no pude pasar y lo dejé plantado con la salsa de chicharrón que había hecho, y lo sé porque había dejado un recado en la contestadora de mi casa diciendo que ya lo tenía y que pasara. Ese fue mi última experiencia culinaria con mi papá… bueno, no es cierto… la última vez que lo vi comer con su delicado apetito fue la última noche que pasé con él en el hospital, una paleta helada de limón que Carolina le llevó y que a él le encantaban, el viejo la chupaba con tanta sed que hasta a mí se me antojó.
Otra constante fue la música. Durante muchos años, su pasatiempo favorito fue la música, coleccionar discos y buenos “toca-discos (tornamesas)”. Música y discos de todo, desde sinfónica clásica, hasta el rock más progresivo que hubiera, y sobre todo el jazz; siempre he imaginado que mi papá quizá debió haber nacido en la ribera del Misisipi, en lugar de en la ribera del Tecolutla. El jazz lo llamaba, lo embrujaba, quizá porque su temperamento era muy parecido al jazz. Su nieto Juan Carlos “MaFlo” heredaría parte de esa sabiduría y sensibilidad, y le tocaría hacer realidad uno de los muy posibles talentos escondidos de “El Pica”, tocar con maestría un instrumento. Paradójicamente, o más bien lógicamente, la música desapareció de su vida, regaló sus discos o los enmarcó y colocó en una pared, para no volver a tener ni siquiera un radio.
Ese era “El Pica” que quizá muchos no conocieron. Hemos escuchado que “El Pica” era impredecible, excéntrico, loco, extravagante, especial, etc. y mucha gente me ha dicho, y les ha dicho a mis hermanos también, lo importante que fue él en sus vidas, amigos nuestros de la primaria, de la secundaria y hasta de la universidad. ¿Por qué?
Creo que, como dice muy bien Sergio González Levet, fue porque en él siempre ganó la persecución de la libertad, de la independencia. Dentro de esa forma indomable de ser, estaba su aberración al autoritarismo, al paternalismo, a la sujeción. Quizá por eso siempre tuvo muy claro que tanto con sus hijos como en el país, debía prevalecer la persona, el individuo, y por eso mismo chocó siempre con cualquier forma de convencionalismo y de esquemas cerrados. Era un liberal, aunque quizá no tanto un demócrata. Para mí, que soy politólogo, mi papá era un extraordinario analista político. Les puedo asegurar que lo que más extrañaré de él, en mi relación con él, es la claridad de sus observaciones de contexto social, económico y político, y al igual que Sergio, me pregunto por qué no escribió más.
Mis amigos a lo largo de mi vida me decían que les encantaba la libertad que teníamos en casa mis hermanos y yo; se sorprendían de las libertades que nos daban y del aire de libertad que se respiraba en mi casa, tanto de parte de mi papá como de mi mamá. Además de a la confianza, alegría, optimismo y bondad con las que mi mamá vivía la vida, esa impresión, esa impronta, derivaba también del espíritu libre de mi papá, y de su creencia de formar “ciudadanos del mundo” como decía él, y todo eso lo heredamos, lo mamamos de él.
¿Quién era mi papá?
No quiero caer en lugares comunes de la narrativa familiar y social.
No quiero repetirles a ustedes lo que muchos dicen, que era un niño inquieto y perspicaz, que fue un líder estudiantil en los sesentas, que fue un ingeniero con grandes perspectivas de ascenso, que fue un funcionario público sui-generis, etc. O que tuvo una carrera política desperdiciada, o una fortuna económica considerable que luego se gastó de formas que sólo cabrían en novelas de Gabriel García Márquez.
Mi papá fue un personaje clásico de la condición humana. Cuando fue feliz, fue feliz arrebatadamente. Cuando amó, amó con pasión desmedida. Cuando sufrió, sufrió como pocos lo manifestarían. Creo que odió suficiente, pero nunca lo vi enojado. Su alegría era pegajosa, contagiosa, y muchas veces muy imprudente. Pero sobre todo eso, él siempre quiso entender por qué una persona podía sentir todo eso, por qué una persona podía amar así, odiar así, querer así, y quiso entender la mente humana.
Muchos de los que lo conocieron no saben esto, pero mi papá al mismo tiempo que estudió ingeniería en la UNAM, estudió psicología en la Ibero. Luego estudiaría una maestría en Terapia Racional Emotiva con Albert Ellis. Eso fue, el estudio de la conducta humana, una constante en su vida. Algo frecuente en él era que te recomendara libros y lecturas de psicoterapeutas. ¿Cuántas copias de libros o fotocopias no nos regaló de sus autores favoritos como Ellis, Dryer, y el famoso libro de “La Supermente”? creo que ese libro me lo fotocopió como cinco veces en diferentes momentos de mi vida. Tenía sus tarjetitas blancas que dejaba por todos lados o que te entregaba para darte mensajes importantes, frases de él mismo o de sus autores favoritos, incluyendo a los hermanos Marx y a Woody Allen, porque para él la psicología no estaba lejos del humor negro judío.
¿Qué nos dice eso del hombre, del ser humanos que fue Arturo Márquez González? Para mí todo eso habla de una persona que siempre quiso entender la mente humana, el sufrimiento, y que siempre quiso entenderse a él mismo. Que no lo entendieran muchas personas de su contexto social era quizá también frustrante para él.
De ahí podemos también explicar y entender su poesía. Una poesía no fácil de captar. A diferencia de la claridad en sus ideas y pensamiento social y político, su poesía estaba atravesada de sombras y de un intento inalcanzable de expresar su dolor que indudablemente provenía del amor, sus amores, y también, muy escondidos, sus verdaderos temores.
Cocina, música, análisis político, psicología, poesía, para mí todo eso fue mi papá. Y en medio de ello, como una constante firme, inquebrantable, inamovible, el amor por sus cinco hijos, y luego también el amor por sus nietos. Todo eso en medio de cambios de casa y mudanzas permanentes, como un constante huir de lugares y personas.
Mi papá no iba a celebraciones o reuniones familiares, no iba a bodas, ni navidades, ni cumpleaños, ni siquiera los nuestros, pero te sorprendía con un recado en el teléfono, con una nota en tu puerta, con un chiflido desde la calle, con un pensamiento especialmente dirigido a ti. Tampoco iba a funerales, y muy probablemente no hubiera ido a ninguno de nuestros funerales. No fue a los funerales de algunos de sus mejores amigos como René Villegas, Alejandro Carbajal, Pepe Casazza, ni al de su propia madre, mi abuela Lala, ¿pero, les digo por qué? porque nunca entendió que el amor se puede demostrar también solamente estando. Por eso quizá le decían el “PicaJui”, porque él te picaba con algo asombroso, una frase, un recado, un pensamiento, un platillo, un café, pero en cuanto sentía el dolor ajeno, sobre todo de los que más quiso, se alejaba huyendo.
Ese era mi papá, el “Pica, el “PicaJui”.
Les dejo una poesía que le escribí hace unos años:
Viejo trashumante
Para el Pica
El viejo huía y de ahí su nombre,
huía del niño invocado,
huía del recuerdo del río
y de un hombre inventado,
mudaba, trastocaba, inventaba.
El viejo mudaba su piel, su casa
trashumante por el territorio de sus miedos,
huyendo de sombras implantadas
mudaba su olvido también.
Andaba sólo, sin compañía,
porque la risa se le había vaciado,
la inocencia,
esperando nada salvo la vida
que se le había robado.
Adhiriendo sus pasos al suelo
la banqueta se volvía una interminable
historia de consejos y tesis,
nunca una baldosa de reproches o juicios.
También el gran viejo razonaba
haciendo disecciones perfectas
y alejándose por ello de la gente,
poniendo su distancia hasta de él mismo.
Miraba con sus ojos brillosos
asistiendo al desfile de explicaciones
que su cabeza le entregaba,
miraba como queriendo explicarte
su dolor.
El dolor era su música
escondida en alucinantes cátedras,
el viejo era incapaz de caminar
sin inventar una mentira
arbolada en su cabeza.
Viejo siempre generoso,
tal vez eso mismo lo alejó,
al creer que no tenía qué dar,
ignorante de la estela de luz
de sus brillantes ojos.
Porque no viene, me despido.
Aunque no me visite, no lo olvido,
ya le dije adiós, aunque no venga,
ya llegará a picar y enamorar
con el tiempo que él tenga.