En esta segunda parte de la conversación, Juan Pablo Aispuro habla de dos hallazgos que cambiaron su vida: la ingeniería en audio y el jazz.

¡Que viva el punk!

Ya no me acuerdo por qué, pero en la prepa empecé a tocar la batería y un día mi hermano me dijo:
—Oye, tengo unos amigos que quieren hacer una banda y les falta baterista, yo veo que tú estás clavado en la batería, entonces les dije que mi hermano toca la batería, que si quieren que los ponga en contacto, ¿te interesa?
—Pues órale
Empecé a tocar la batería con ellos en un grupo de punk y eso fue demasiado divertido, pero algo que fue también parteaguas de esa relación fue que dos de ellos estudiaban mecatrónica, hubo un momento en que quisimos grabar nuestro demo y no teníamos ni idea de cómo hacerlo; ellos no tenían computadora pero yo tenía una, compramos un programa para grabar, ellos compraron los cables y como eran de mecatrónica, pusieron los conectores, soldaron, hicieron todo a mano; yo di una guitarra que tenía a una casa de empeño para poder comprar un kit de micrófonos Superlux, chafísimo, que todavía uso.
Nos hicimos de nuestro equipo y grabamos, sonaba horrible pero estábamos increíblemente felices de que habíamos grabado y que los cables estaban bien hechos y que todo funcionó. Como en mi casa estaba la computadora, ahí se quedó el equipo y los micrófonos, entonces empecé a experimentar yo solo en mi cuarto, a grabar lo que pudiera; empecé a hacer diferentes canciones, agarraba la guitarra y así pasaba mis noches, me encerraba en mi cuarto y me ponía a grabar. Después conseguí un controlador midi y nunca me metí mucho pero empecé a encontrar una forma de crear, aunque no sabía que existía la ingeniería de audio.

El nido del sonido

Seguí haciendo mi preparatoria, mis dos papás son arquitectos, entonces pensé en ser arquitecto también, pero me gustaba mucho tocar la batería con esta banda y hacer mis experimentos en mi casa, y con un amigo empecé a fumar marihuana y en la noche me ponía los audífonos y me ponía escuchar discos de música clásica, hay un cuarteto de Schubert que me encantaba, lo ponía y lo ponía. La cicatriz que me había quedado de que me sacaron de la orquesta era que ya no quería ser un instrumentista porque sentía que no nos valoraban.
Mi papá tuvo mucho que ver con la construcción de la Torre Reforma, para la inauguración hubo un concierto de Pablo Milanés en el piso 54, obviamente fueron sus ingenieros de audio, entre ellos estaba Salvador Tercero, ahí lo conocí y ahí supe que existía un ingeniero de audio que conocía de acústica, eso me llamaba mucho la atención porque ya estaba haciendo mis experimentos en la casa y de pronto conozco a una persona que se dedica a eso y que da clases en una escuela que se llama Fermatta. Le comenté y me dijo pues si te interesa, ¿por qué no te metes a estudiar ingeniería en audio en Fermatta? Me llamó muchísimo la atención y dije órale, lo voy a intentar. Me metí, tenía que llevar un instrumento pero no había chelo y musicalmente era un nivel muy bajo con respecto al que yo traía, entonces me desesperé muy rápido y un día fui a su estudio y le dije oye, Salvador, no me está funcionando para nada Fermatta, quiero aprender de ti. En ese entonces, él tenía su estudio Sala de Audio en Polanco, era muy chiquito, solo eran él y una persona que le hacía los cables, creo que se llamaba Moncho. Cuando le dije que quería aprender con él me dijo bueno, pásale, me enseñó una bolsa como de basura, gigante, llena de cables y me dijo aquí hay una lista de cables, esto es un multímetro, así pruebas si funcionan o no, quiero que cheques que todos los cables funcionen; y ahí me dejó, ese fue mi primer día en un estudio de grabación.
Empecé a ir al estudio a ayudarle a Salvador y vi que grababan mucho jazz, me acuerdo que al primer jazzista que vi ahí fue a Israel Cupich, acaba de grabar su disco Hecho en casa y estaba hablando con Salvador algo sobre la distribución o no sé qué; ni siquiera lo saludé, yo solo escuchaba la conversación desde afuera, cuando salió me dijo mira, este disco acaba de llegar, toma uno. En mi casa escuché el disco, estaban Nico Santella y Hernán Hecht, y me gustó mucho. Siguieron llegando a grabar jazz y hubo un momento en que como músico dije tengo que aprender a tocar esta música, es increíble. Me volaba la cabeza y hubo, sobre todo, una sesión de Ilán Bar-Lavi, el guitarrista —esto tiene como quince años—, a la que invitó a músicos de todas partes: había un saxofonista israelí, estaba Tyler Mitchell, estadounidense, en el contrabajo; Gabriel Puentes, que acababa de llegar de Chile, en la batería; Ilán en la guitarra y también fue Ximena Sariñana. Llegaron, no sacaron partituras, solo dijeron el nombre de una canción —yo ni siquiera sabía que era un standard— y se pusieron a tocar; salió algo increíble a la primera toma sin que hubieran ensayado y yo dije ¿cómo puede suceder esto?, entonces decidí que me tenía que ir a estudiar jazz.

 

 

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: Aprendiendo a caminar
TERCERA PARTE: Soundprints

 

 


 

 

 

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