No hubiera podido morir en otra fecha. Casi como una burla o protesta bufonesca, Marcos Mundstock nos dijo adiós en medio de esta pesadilla y encierro, como para decirnos o gritarnos en nuestras caras que no nos olvidemos del humor, del humorismo, de la carcajada, de la música y de la imaginación.

Les Luthiers han sido parte de mi vida desde mi juventud. Como un sino familiar, su humor se adhirió a la locura ancestral marquesiana. Pero fue mi amigo Bernardo León quien me enseñó el alcance onomatopéyico y hasta tántrico de la narrativa lelutheriana, a fuerza de repetir una y otra vez los pasajes y las frases más hilarantes que se aprendía de memoria y repetía en los momentos más inapropiados y por lo mismo más perspicazmente estultos.

Pero fue Mundstock quien la gran mayoría de las veces daba voz y vida a la tramposa e irónica trama e inmortalizaba narrativamente a los inolvidables personajes con palabras recortadas, polisémicas y homónimas, equívocas en muy diversos sentidos, provocando no sólo la carcajada ipso facto, sino una reflexión imaginativa cuyo doble sentido no pocas veces se logra desenmascarar por quien escucha, de ahí la necesidad de repetición ad nauseam.

Durante muchos años pensé que Johann Sebastian Mastropiero existía, que era alguien del mismo grupo o un referente serio y tutorial de Les Luthiers, pero poco a poco fui cayendo en la cuenta de que Mastropiero era no sólo un leitmotiv, sino que tenía una historia propia en el recorrido narrativo y cuentístico de estos genios locos, tanto que tuve que retroceder en la producción discográfica para entender la vida de este autor y músico ficticiamente incomprendido, alter ego y revivido en la mayoría de la veces por Marcos Mundstock.

Muchos años después, compré algunos CD y DVD, para mostrarles a mis hijos a estos genios inigualables. Nuevamente y poco a poco, fuimos pasando horas y horas escuchando las historias y la música de estos maestros argentinos del humor, y nuevamente se volvieron frases clásicas del repertorio personal y familiar, también para los momentos menos oportunos e inesperados, para romper silencios incómodos a través de onomatopeyas o cantos absurdos en situaciones inocuas o simplemente para recordar la sabia estulticia de nuestros héroes sudamericanos.

Cuando conocí a Paty Ivison resultó ser también una conspicua conocedora y admiradora de Les Luthiers, y en particular de Daniel Rabinovich y de Marcos Mundstock, lo cual me confirmó que yo no estaba del todo estúpido y loco, pero ahora que lo pienso y escribo, quizá pudiera significar que era ella la que no estaba completamente cuerda como yo pensaba. Sea como sea, nos hemos divertido mucho escuchando irremediable e infinitamente muchos de los mejores pasajes y frases de estos literatos modernos.

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En 2017, Les Luthiers recibieron el Premio Príncipe de Asturias. Escuché con lágrimas y risas el emotivo discurso que pronunció Mundstock al recibirlo en nombre de sus compañeros. Con él entendí la dimensión de la literatura leslutheriana, la enorme y grande contribución a nuestra lengua. Les Luthiers, y quizá Mundstock en particular, no sólo son unos maestros de la música, son unos maestros de la lengua, del Español. Les dejo aquí dos párrafos de su discurso:

“El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito o mímico, dibujado… mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta…, lúdica, pero sobre todo lúcida…, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón. El humorismo no depende de estar de buen humor o de mal humor, o de un humor de perros (que es cuando no movemos el rabo…). Hay gente que siempre está de buen humor pero es incapaz de entender un chiste. No importa, el sentido del humor se aprende y mejora con la práctica: nadie nace riendo.

“El humorismo es siempre social. Uno no se cuenta un chiste a sí mismo, sino a los amigos o conocidos, en el trabajo, en el bar o en un velorio. ¡El humorismo, señoras y señores, es comunicación! Más aún: ¡Comunicación y Humanidades, que es lo que queríamos demostrar! Nuestra mayor satisfacción es habernos ganado con la ayuda de la música, unos raros instrumentos y la exuberancia y las ambigüedades del idioma castellano un lugar en el humorismo”.

Gracias, Mundstock, por tantas carcajadas, por tu ingenio e inteligencia, por tus narrativas, por Johann Sebastian Mastropiero, por tu voz ronca celebrando el humor y la vida (la de Mastropiero, desde luego).

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