La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la república y de Cuitláhuac García Jiménez a la gubernatura del estado, permite presumir a la mayoría de los ciudadanos que por fin vivimos en otro país y en otro estado. En el discurso, sobre todo el de López Obrador, las cosas han cambiado: no más corrupción, no más abusos de autoridad, no más uso del poder con fines personales y para beneficio de una camarilla en el poder. El poder, quiso decir, pasó a manos del pueblo y este pone o quita. Entre los ciudadanos hay fiesta, hay esperanza, existe la idea de que la delincuencia va a disminuir y que la corrupción es un cáncer que ha quedado extirpado para siempre. Pronto volverán a recibir sus ayudas los adultos mayores de 65 años; los ninis serán contratados con un sueldo de 3 mil 500 pesos, para que no se dediquen más a pensar en cosas malas; se comenzará a construir una refinería en Tabasco y se rehabilitarán las que están funcionando mal para procesar nuestro petróleo y producir gasolina y, con ello, baje el precio de este combustible; llegarán los recursos al campo para detonar la producción y los labriegos puedan acceder a una mejor forma de vida arraigados a sus tierras; se creará un comité de recepción para los cientos de inversionistas que se dejarán venir a México a instalar en nuestro país sus empresas con lo que se crearán miles y miles de empleos; la nueva policía conformada por militares, marinos y las corporaciones estatales les dará su merecido a los miembros de la delincuencia organizada y aunque a Enrique Peña y su camarilla no se les moleste ni con el pétalo de una rosa por haber endeudado al país con ¡cinco mil billones de pesos! más, que se vayan a disfrutar sus fortunas porque aquí no queremos hacer circo, no queremos perseguir a nadie, esa no es la misión de la cuarta transformación… ¿A poco no somos otro país?