No hubo fiesta ni celebración; no había motivo alguno. Hasta los fuegos artificiales parecían opacos en el sombrío ánimo del gabinete que se refugiaba en los salones del Palacio de Gobierno. En muchos sentidos, la ceremonia del grito de independencia de este sábado significó el principio del fin del gobierno de Miguel Ángel Yunes. Fue su noche triste.
Desde que la alternancia política echó por la borda las fastuosas celebraciones de los informes de gobierno –con besamanos incluido-, el día del Presidente o del Gobernador en turno pasó a ser la celebración de las fiestas patrias. Es esta una de las cuatro únicas ocasiones en que el mandatario federal puede usar la banda presidencial y salir a saludar a la multitud, como también lo hacen los ejecutivos estatales apenas unos minutos después.
En Xalapa, la noche del 15 septiembre siempre ha sido muy emblemática del estilo personal del gobernador; de esta forma, se vivieron fastuosas celebraciones con invitados especiales traídos de todo el mundo como en la administración de Miguel Alemán, el populismo exacerbado de Fidel Herrera quien contrataba a decenas de cocineras para preparar fritangas que se ofrecían en los patios de Palacio de Gobierno, hasta las vergonzosas borracheras de adolescentes que llevaban a Javier Duarte a presentarse con los efluvios del alcohol al desfile cívico militar del día siguiente.
La celebración de este sábado fue una especie de fiesta cancelada para Miguel Ángel Yunes Linares. Una ceremonia del grito de independencia de mero trámite, sin brillo, donde lo que más se escuchó fue una serie de abucheos y rechiflas por parte de los cientos de asistentes, a pesar de que frente al balcón de Palacio siempre son acomodados los grupos sociales afines al gobierno para evitar este tipo de incidentes. Crónicas y testigos así lo cuentan.
En la plenitud de su efímero poder, hace apenas un año el escenario era muy distinto. A pesar de haber participado en decenas de este tipo de eventos, era el primero de su gobierno, el primero en el que sería el único protagonista; donde no tendría que ocupar un lugar secundario como lo hizo con Patricio Chirinos y otros tantos gobernadores. Ahora era su noche, la noche del Gobernador.
Y la disfrutó a plenitud. El gobierno ya había tomado rumbo, su hijo Fernando recién había ganado la elección municipal de Veracruz y su hijo Miguel Ángel –luego de gobernar por segunda vez el municipio de Boca del Río- se encontraba listo para asumir su papel como su sucesor en el Gobierno de Veracruz; se cumplían cinco meses de la detención de Javier Duarte y los escándalos habían quedado atrás. El proyecto transexenal era una especie de reloj suizo.
Hace apenas un año, la familia Yunes -la dinastía elegida para gobernar a Veracruz por una década al menos-, imaginaba que la ceremonia del grito de independencia de este año sería muy especial. Sería una especie de coronación adelantada ahí frente a un pueblo agradecido.
Seguramente, el Gobernador se imaginaba una ceremonia abarrotada, vitoreado por la multitud ante los actos justicieros contra los bandidos del pasado. Se veía así mismo flanqueado por sus hijos como los invitados especiales: el primero en calidad de gobernador electo y el segundo, como representante de todos los presidentes municipales del estado. Todo era cuestión de ajustar la logística para que pudieran estar en tantas celebraciones les fuera posible.
Y estarían ahí también su esposa y las esposas de sus hijos, esas jóvenes primeras damas, acompañadas de una tercera generación a la que nada les faltará. Soñaba Miguel Ángel con asomar al balcón central del Palacio de Gobierno con toda su dinastía, mostrando a Veracruz a la familia que les gobernaría por muchos años.
Habría pensado tal vez en una ceremonia discreta en público pero fastuosa en lo privado; con vinos y bocadillos a la altura de la celebración; que se mostrara que en Veracruz no habría espacio para el populismo mezquino e hipócrita de la nueva administración morenista. Porque si algo sabe el Gobernador es para qué sirve el poder y los privilegios que otorga; sería una muestra de que Veracruz recuperaba la grandeza y la riqueza, al menos representada por la familia gobernante.
Seguramente el Gobernador pensó que sería la mejor celebración de independencia que habría vivido; que su lucha política de décadas se había concretado y que no habría más clase política en Veracruz que la suya. Que a la fiesta sólo serían convidados sus incondicionales de siempre y los jóvenes colaboradores de sus hijos, los que habrían de tomar la estafeta a partir de diciembre. La ceremonia del grito sería entonces, el inicio de una nueva etapa en la historia de Veracruz.
En eso seguramente pensaba el gobernador, cuando las rechiflas y abucheos lo volvieron a la realidad.
Las del estribo…
- Apenas el 5 de septiembre pasado, Andrés Manuel López Obrador, presidente electo, afirmó que tras seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto, en el país hay estabilidad y no hay crisis financiera. Ayer dijo lo contrario, que el país se encuentra en bancarrota y que difícilmente podrá cumplir todas las demandas del país. Al parecer, ya se pusieron a hacer cuentas serias y no hay dinero que soporte tal subsidio al populismo, así que volveremos al discurso de campaña.
- El secretario de Educación de Veracruz, Enrique Pérez, reconoció ayer que nada sabía del asesinato de dos profesoras de educación indígena en el municipio de Zacualpan; dijo que no es un tema que concierne al sistema educativo. Su indolencia explica en parte la difícil situación que viven decenas de maestros que son violentados en distintas regiones del estado; aunque en realidad no mintió: nunca ha sabido nada del sector educativo de Veracruz porque sólo fue un custodio federal metido a secretario.