Como ciudadano me he abstenido hasta hoy de opinar sobre el hecho de que el Gobernador del Estado haya “impuesto” a su hijo como candidato a sucederlo, pero como politólogo es mi deber advertir la gravedad de esto, haciendo un análisis de sus implicaciones para nuestra democracia y para la historia de nuestro estado.
Me resulta interesante que hasta ahora los otros candidatos y la sociedad en general no hayan puesto atención en el grave antecedente para nuestra convivencia política que representa el hecho de que un gobernante quiera perpetuar a su familia en el poder, en el contexto de un sistema republicano como el que tenemos en México.
No quiero opinar aquí si el actual Gobernador es un buen gobernador y por lo tanto merece una cierta continuidad en su corto mandato, o si su hijo como candidato, suponiendo sin conceder como dicen los abogados, pueda ser un buen administrador o gobernante. No se trata, por lo tanto, en este momento de calificar o evaluar los defectos o cualidades de ninguno de los dos, pretendo simplemente señalar lo aberrante y peligroso que resulta que un hijo sea el sucesor del padre.
Tampoco quiero decir aquí que ello sea ilegal o que no pueda suceder eventual o contextualmente, pero todos conocemos la gran habilidad de Miguel Ángel Yunes Linares, el padre, para tomar el poder, para manejar el poder, para conservar el poder, lo cual resulta, por lo menos sospechoso, que no sea por las características propias de Miguel Ángel Yunes Márquez, el hijo, o por la capacidad política y propositiva personal de éste. Esa candidatura y, si gana, esa gubernatura, sería mérito exclusiva y estrictamente del padre, no del hijo.
En la teoría de las formas de gobierno, desde la antigüedad con Platón y Aristóteles, se describen las mejores y peores constituciones. Así, la monarquía, la aristocracia y la democracia como formas buenas o virtuosas de gobierno, tienen su contraparte en la tiranía, la oligarquía y la oclocracia. Es decir, de acuerdo a las clasificaciones clásicas (e incluso modernas como podemos constatar con las diferentes constituciones de los Estados de Derecho contemporáneos) no se trata de descalificar o denostar a la monarquía como una buena forma de gobierno, o que la democracia no pueda tener sus riesgos degenerativos como se ha constatado a lo largo de la historia.
Sin embargo, nuestro diseño constitucional es el de una república representativa y democrática, por más que a veces en la realidad y en los hechos los regímenes tanto nacionales como en las entidades federativas, parezcan monarquías u oligarquías disfrazadas, si bien nos va, o de plano dictaduras o tiranías aristocráticas partidistas, en los peores casos.
Por ello y frente a esta realidad nacional y a los malos gobiernos de los últimos 40 años en Veracruz, resulta un riesgo y una insensatez que los ciudadanos veracruzanos no nos demos cuenta que esta candidatura simplemente no tiene justificación en el momento y contexto histórico de Veracruz.
Además de ello, muy pocas veces en la historia no sólo de nuestro país, sino del mundo, un gobernante ha dejado a su hijo como sucesor, en regímenes republicanos o no monárquicos. George Bush tuvo el interludio de Bill Clinton, y con reservas, solamente en este caso podría yo decir que hubo un trabajo político personal y partidista para una perpetuación familiar en el poder. Igualmente en el caso de Oaxaca con los Murat. No hay ningún otro antecedente de sucesión inmediata de un hijo “heredando” el gobierno del padre en una democracia moderna, a no ser en regímenes abiertamente totalitarios como Corea, o la dictadura de los Duvalier en Haití.
El simple hecho de que como ciudadanos no nos demos cuenta de esto, del nefasto antecedente que dejaría que Miguel Angel “Junior” se quede con la gubernatura, nos demuestra la pobreza política en la que hemos caído en nuestras instituciones y como sociedad.
Es una lástima que un político con la ambición, talante, habilidad y capacidad como lo es Miguel Ángel Yunes Linares le haya tocado o haya aceptado una gubernatura tan corta como lo es ésta de dos años, pero eso no justifica que su hijo se quede como su sucesor. Tampoco descalifico o desdeño las posibles cualidades del hijo al heredar las habilidades del padre, o por lo menos su capital político, pero personalmente eso para mí queda en segundo plano, frente al riesgo de un proyecto familiar de ambición personal o de capricho ególatra.
El régimen priista (y sus gobiernos) tuvo muchos defectos a lo largo de su historia, pero tuvo la habilidad e inteligencia de respetar siempre estas reglas no escritas para la transición o traspaso del poder. Parecería ser que ahora se nos olvida esa sabiduría política mexicana, lo cual puede ir en detrimento de la consolidación de las instituciones representativas y republicanas de México, además de que resulta cada vez más peligroso en un contexto nacional (e incluso internacional) de ambigüedades políticas, de desdibujamiento de las instituciones que han dado fundamento a las democracias modernas, y de asideros teóricos y legales debilitados por las ambiciones personales de personajes que creen que el “Estado soy Yo”, como lo decía el Rey Luis XIV de Francia “El Rey Sol”, a la más pura y demagógica tradición absolutista.