Un viejo investigador inglés, perito en criminalística, me dijo hace algún tiempo que gracias a los avances científicos y tecnológicos, prácticamente ya no existe el crimen perfecto. Podrán pasar años e incluso siglos, pero al final se sabrá el nombre del asesino, indicó.

El perito puso como ejemplo el caso del célebre Jack el Destripador, un asesino en serie autor de al menos cinco crímenes de mujeres que horrorizaron a los londinenses en 1888. “Aunque no tenemos su nombre, se sabe con certeza que Jack fue miembro de la realeza británica. El problema es que Su Majestad la reina se niega a abrir los archivos de sus ancestros para que comprobemos la identidad del asesino. Pero una vez que eso suceda tendremos el nombre”.

Cuando le pregunté si en México también se terminaron los crímenes perfectos me contestó: “Tu país es una de las excepciones a la regla. Álvaro Obregón y Luis Donaldo Colosio son entre otros, ejemplos de crímenes perfectos”.

Me dijo que en el asesinato de Colosio siguen existiendo lagunas a pesar de que hay un detenido y sentenciado. Y en el de Obregón, si bien es cierto que José de León Toral le disparó, al cadáver del caudillo le encontraron 19 orificios de bala de diferentes calibres. “Al menos siete balazos eran mortales de necesidad y los responsables nunca aparecieron. El crimen sigue siendo perfecto”.

La verdad, no me queda más que darle la razón al investigador.

En México los crímenes perfectos existen, sobre todo cuando se trata de periodistas. En Veracruz por ejemplo, durante el gobierno de Javier Duarte fueron asesinados 19 y en el de Miguel Ángel Yunes van cuatro; 23 en total. Y sólo en cuatro casos hay detenidos y procesados. El resto de estos asesinatos continúan impunes.

Lo mismo sucede con periodistas acribillados en otros estados. La indefensión de quien se dedica a esta actividad es lo que le sigue a preocupante.

Cuando cae un periodista se hace la alharaca, los compañeros del gremio se manifiestan pidiendo justicia, las autoridades dicen que el crimen no quedará impune y… hasta ahí llega el asunto.

Lo que no cuadra, lo que no está bien, lo que no se vale, es que después de algún asesinato vengan las descalificaciones y la criminalización hacia un ser humano que ya no puede defenderse. “De seguro andaba en malos pasos y por eso lo mataron”.

Hasta donde me da la memoria sólo uno de los 23 asesinados tenía nexos con la delincuencia, pero los 22 restantes eran compañeros dedicados a su oficio y vivían de su magro salario. Tan es así que no pocos tenían que recurrir a trabajos alternos para llevar el sustento a su hogar.

Este 3 de mayo, aparte de festejar a la Santa Cruz, se conmemoró el Día Mundial de la Libertad de Prensa y como siempre, las organizaciones civiles y políticos de toda laya se soltaron el pelo hablando elocuentes babosadas sobre el tema, se tomaron la foto y eso fue todo.

Sin distinción todos “lamentaron” las muertes de los compañeros y “exigieron” justicia para cada uno de ellos.

Pero ni la libertad de prensa es total en este país, ni la justicia llega para un periodista asesinado.

No deja de ser paradójico que mientras en Inglaterra ya casi saben quién asesinó a cinco mujeres hace 130 años, aquí desconozcan a los asesinos de 23 compañeros ocurridos de siete años a la fecha.

Por desgracia y hasta que se demuestre lo contrario, el crimen perfecto sigue vigente en México, sobre todo cuando se trata de periodistas.

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