Los tejedores y vendedores de palmas tratan de refugiarse en la escasa sombra que les proporciona el edificio de la catedral metropolitana, se sienten desvelados, cansados y con la esperanza de terminar todos sus productos, o por lo menos sacar la inversión.
Sus ágiles dedos entrelazan las palmas para formar diferentes figuras, les colocan flores, otras hojas del campo y en algunos modelos les colocan las imágenes en papel de la Virgen María, o de Jesús en su entrada a Jerusalén, sobre un burro.
Los vendedores que vienen de Chapulco, estado de Puebla llegaron desde el miércoles y comenzaron a vender en el mercado Jáuregui, los que son del vecino municipio de San Andrés Tlalnelhuayocan se colocaron en las escalinatas de la catedral desde el viernes en la tarde – noche.
Llevan dos noches pernoctando en los 18 escalones de la catedral, para apartar su lugar y que otros vendedores no se los quiten, “porque la competencia está dura. Todos queremos vender y sacar la inversión”, coinciden la mayoría de ellos.
Para venir a vender y tejer las palmas no hay edad, porque hay desde niños, niñas, adultos y personas de la tercera edad llegan con sus cajas de cartón o de madera, y traen consigo la herramienta indispensable: Sus manos y la fe.
Al lado de la catedral estaba muy contenta la vendedora de Tlalnelhuayocan, Feliciana Hernández Hernández, porque tiene un oficio, una manera de obtener ingresos para su familia de manera honrada.
Para ella es importante que a las nuevas generaciones, en este caso sus hijos, sus sobrinos y sus vecinos aprendan que vender y tejer palmas, a tener “dinero de manera honrada, porque ahorita hay mucha delincuencia, la cosa está muy fea”.
Ella lleva 19 años en esta labor, así que ha enseñado a niños y jóvenes a “que aprendan a tejer. Porque si no le quieren echar ganas al estudio, que aprendan otra cosa, porque robar no es nada bueno. Yo vendo con fe. Porque sino le pongo fe, ahí se me queda toda la venta”.
La mujer con edad de 56 años, estudios hasta Segundo año de primaria y madre de seis hijos mencionó que desde el hogar se forman “los buenos hijos, las buenas hijas. Ahí se les enseña a trabajar, a ser honrados, porque ahorita hay un problema que son los celulares y las tabletas, la tecnología vaya; ahí se meten a un canal otro canal y ahí aprenden que se puede tener dinero fácil. Ya les dije: Aprendan lo bueno, porque yo voy para abajo, pero ellos tienen que trabajar”.
A un lado de Feliciana, estaba una familia más de cuatro integrantes, papá, mamá, hijo con 16 años e hija de 12 años, venían también de Tlalnelhuayocan e invirtieron arriba de mil pesos en palma para tejerla y venderla.
Explicaron sentirse cansados y desvelados porque apenas han dormido entre tres y cuatro horas del viernes al domingo, con el propósito de apartar su lugar en la catedral y que no se los quitaran.
Federico Zurita se dedica a sembrar maíz y Luisa a labores del hogar, pero como sus padres y madres se dedicaban a tejer palma y venderla, ellos hacen lo mismo año con año, en el domingo de Ramos, de la iglesia católica.
“Muy desvelados, muy cansados, pero queremos sacar la inversión. Nos falta la misa de ocho de la noche y ahí esperamos terminar de vender todo. Lo malo que como cada año, siempre repela la gente el precio y tenemos que bajarlo a 15 pesos” expuso la pareja.
Federico consideró que los católicos deberían tomar en cuenta que los vendedores piden dinero prestado para ir a El Palmar, un lugar cerca del Puerto de Veracruz, para comprar allá la palma y después tejerla.
“La gente debería de darse cuenta que nosotros vamos hasta allá a comprarla, la traemos, la tejemos, nos desvelamos dos o tres boches para que no nos quiten el lugar y ellos vienen y quieren pagar barato, creemos que no está bien” finalizaron.
Verónica Huerta/Avc