El Lencero
“En esta casa de horizonte desatado y con la hierba alta y dulce en el contorno, con los corredores callados, por la gracia del ladrillo culto; con el agua próxima pero dormida; con el Arcángel duro y celador de su higuera hindú, que le refresca el costado; en esta morada con cada aposento diverso pero igualmente aceptador de gente errante; rodeada del fuego morado y el escarlata de las bugambilias, con la iglesia grecorromana que la gobierna sin palabra y con ella, mitrando cada día unos ponientes abrasados y anchos desde la terracilla de la malva y la albahaca, y la albahaca y la malva: en esta copa vieja y no trizada que guarda el sosiego como se guarda el agua por el cuidado de una patrona Santa y el brazo fuerte de un varón que es patriarca sin sabérselo, más el celo de cada uno de sus servidores; bajo estas tejas sin trizadura y estas puertas cuyo cerrojo nocturno es leal de noche, pero que de día fueron aceptadoras de cada huésped que llegó ¡y fueron tantos! Aquí llegue yo y viví en paz y dulzura, siendo todo lo feliz que puedo ser en el trance presente del mundo, y desee a tal morada, en cada uno de los ciento ochenta días, la dicha de sus castellanos y la de México conjuntamente, una larga vida para ellos y toda bienaventuranza para esta patria dos veces buscada por mi y dos veces hallada.
Y ahora me voy volviendo la cara a cada paso, para retenerla
un poco más y para bendecirla mejor”.
El Lencero, 27 de diciembre, de 1949.
Gabriela Mistral, chilena errante.
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga (Vicuña, Chile 1889-New York 1957), conocida con el seudónimo de Gabriela Mistral en homenaje a dos poetas a los que admiró: el italiano Gabrielle D´Annunzio y el francés Frédéric Mistral, vivió en El Lencero, en dónde con gratitud y cariño marcaron esta etapa de su vida, ante “el trance presente del mundo”.
Y es que si la Mistral viviera en estoy tiempos, se sublimaría ante la desventura que recorre la tierra y los cielos de este mundo que fue su mundo, un mundo en donde la intolerancia, pretende ser grácil, deplorablemente servil, un mundo en que la represión suena a sorna, un mundo que ante el temor del represor de ser subyugado, pretende congraciarse con el real poder. Se habla y se lastima con hechos y palabras, a una sociedad ya de por si vapuleada por la incertidumbre económica y la descomposición social.
Desolación; es lo que se encuentra en este su pueblo, en que un daño profundo merodea los espíritus, que allega aun a los más fuertes, una desolación moral llena de confusión que altera la tranquilidad de su ser.
Ternura; es lo que se busca, comprensión, compasión, incluso hasta piedad, en estos días que son de guardar, “cuanta falta de cariño”, hacia este pueblo sometido al establishment de los formatos de las políticas que rigen el verdadero poder global, no adecuado a las necesidades culturales e idiosincrasia de esta sociedad.
Tala; el consciente colectivo, pero no penetra a la profunda raíz del origen de la consciencia humana, tala pero no se reforesta, se arbórea de incipientes y endebles propuestas paliativas que en poco o nada otorgan firmeza en las necesidades esenciales del hombre.
Lagar; en el recipiente febril de la inestabilidad social, que machaca profundamente la existencia.
Y nos abruma la desolación con falta de ternura que tala y alcanza a lagar la constante certeza de que como pueblo, se marcha por el camino adecuado del bien, para una resurrección, propicia en estos días de fe y esperanza.