México, 15 feb (Xinhua) — Una amplia nave en un extremo de la penitenciaría de la Ciudad de México es usada por reos que acumulan décadas sin pisar la calle como una ventana a la libertad, al menos de la mente.
Cada tercer día, 19 presos que pagan condenas por homicidio, secuestro o robo en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla dan vuelta a la página de su pasado para ensayar y presentar allí obras de Shakespeare, Beckett o incluso otros reos, dentro de la Compañía de Teatro Penitenciario.
«Somos libres por cuatro horas ensayando diálogos», expresa Fidel Gómez. El es el miembro del grupo más veterano en cuanto a vivir en la cárcel, porque lleva casi 30 años preso desde que, en 1989, mató a un abogado con un cuchillo porque lo insultó.
Gómez era uno de los líderes de la extinta pandilla juvenil de «Los Panchitos», surgida a finales de la década de los setenta del siglo pasado en barrios marginados del oeste de la capital, y famosa por los desmanes de sus integrantes en las calles.
Condenado a 40 años de prisión, «el Mandi», como lo conocen, cuenta que la vida en la cárcel es «recia» y él no era el interno mejor portado, pero el teatro lo cambió.
El Foro Shakespeare, un espacio independiente que trabaja proyectos de impacto social mediante el teatro, creó la compañía en la penitenciaría más antigua de la ciudad en 2009, luego de que su directora impartió talleres a reos.
Durante los nueve años de vida del grupo, Gómez ha llegado puntual a los ensayos y disfruta recitar las líneas de los personajes que encarna, como «Lucky», de la obra «Esperando a Godot», de Samuel Beckett, su favorito.
«Antes era muy conflictivo, pero ahora, que voy para 30 años en la cárcel, el teatro me ha ayudado a cuidarme a mí, a mis compañeros y a la compañía», comenta el hombre, quien a sus 54 años sigue usando cabello encrespado y lleva prendedores de bandas de rock sujetas a su uniforme azul, como en sus días de pandillero.
El refugio de los presos-actores es el teatro de la penitenciaría, una nave de paredes altas que parece una bodega industrial pero cuenta con escenario, bloques de butacas móviles y equipo de iluminación.
Afuera, otros reos de la cárcel ubicada en el popular barrio Santa Martha Acatitla, en la periferia este de la ciudad, fabrican imágenes religiosas en talleres de carpintería o gastan el tiempo sentados a la mesa jugando ajedrez.
La compañía presenta en ese teatro dos sábados al mes la tragicomedia de Beckett y la tragedia «Ricardo III», de William Shakespeare, ante público que es llevado a la cárcel en autobús desde el Foro Shakespeare, ubicado en el céntrico barrio Condesa.
Los espectadores pagan 250 pesos (13,5 dólares) por vivir la experiencia de una función dentro de la prisión que aloja a 2.600 presos, pasando por la aduana y sujetándose a los mismos controles que los familiares de los reos cuando los visitan.
Las escenografías y vestuarios son fabricados por el propio grupo de reos, 14 de ellos actores, tres técnicos y dos escenógrafos, todos con sentencias que van de los 27 a los 40 años, explica el coordinador de la Compañía de Teatro Penitenciario, Javier Cruz.
De 44 años, Cruz se involucró en el proyecto porque estuvo preso en la penitenciaría 18 años por comprar y vender decenas de automóviles robados. Igual que «el Mandi», fue uno de los fundadores de la compañía.
Más allá de sacar a los reos de la dura rutina de estar encerrados, el teatro los alecciona a que sean disciplinados, responsables y mejoren sus relaciones de convivencia, enumera Cruz.
El propio coordinador de la compañía podría ser un ejemplo de la readaptación que se consigue mediante las artes escénicas, pues dice que antes de interesarse en el teatro pasaba sus días en prisión fumando «crack».
Cuando salió libre, hace cinco años, eligió la actuación para rehacer su vida, y se incorporó al área de Impacto Social del Foro Shakespeare, encargándose de la logística de la compañía y presentándose en obras en el exterior con otros colegas ex reos.
«El teatro es lo mismo que en el crimen, lo tienes que planear y ejecutar bien para obtener un resultado», refiere.
En su espacio, los integrantes también ensayan actualmente la producción «Xolomeo y Pitbulieta», una obra escrita por un preso de una cárcel de Oaxaca (sur) que ganó el premio nacional de dramaturgia penitenciaria.
La historia narra el amor de un migrante mexicano en Estados Unidos y la hija de un multimillonario mediante personajes que son perros de razas xoloitzcuintle, que es originaria de México, y pitbull.
Para caracterizar la pieza que se estrenará en marzo, la compañía fabricó las máscaras de los personajes, y practica por espacio de dos horas o más cada una de las escenas bajo la dirección de Camilla Brett.
«Es un privilegio hacer lo que hago porque soy libre. Muchos siguen encerrados en su haraganería y su mediocridad», asegura Rafael Martínez, otro miembro que está sentenciado a 19 años de prisión por secuestro y robo de vehículos.
Preso desde que la policía lo arrestó en 2002, el hombre expone que a partir de que actúa aprendió a respetar a los demás, escuchar opiniones y, básicamente, a ser una persona honesta que no se mete en problemas.
Además de los aplausos del público, los integrantes de la compañía reciben un pago por cada función que varía conforme al ingreso de taquilla, lo que permite que puedan comprarse ropa o entregar dinero a su familia.
Martínez, de 39 años, comenta que de joven sólo se dedicó a delinquir, pero cuando recupere su libertad, dentro de cuatro años, planea seguir en la actuación y abrir un puesto de gorditas, un popular platillo de masa de maíz relleno de carne frita.
«El público me dice que le gusta como actúo, que le gusta como desempeño los papeles. Eso te llena y entonces tienes que dar más», agrega.