…es vituperio. Debo confesarte, mi pequeño Salta, que en lo personal este refrán, adagio o sentencia -la taxonomía es lo de menos- no me gusta mucho. Eso de “vituperio” se me hace salido del discurso adocenado de un jilguero priista anacrónico, pero es cierto que así y feo dice una gran verdad. Quien constantemente habla bien de sí mismo cae a menudo en la injuria, y además consigue que los demás lo aborrezcan, o cuando menos que bostecen.
—Cierto, maestro, —pude intervenir en el respiro que tomó el filósofo— no hay nada más aburrido que escuchar a una persona que enaltece sus propias acciones, pasiones o efusiones.
—Y mira, —retomó la palabra que yo le había desenhebrado— ahora que tenemos un tiempo de elecciones, estamos condenados a oír a partidos y candidatos con su retahíla de buenas intenciones, promesas vacuas y virtudes auto-otorgadas. Es muy fastidioso, la verdad. Aunque también es muy revelador. ¿Quieres conocer las debilidades de una persona? Pues pídele que hable bien de ella misma, o que se exprese mal de algún otro.
—En ambos casos, la persona se vuelve transparente, como debían ser las administraciones públicas —aventuré, mientras pedía al mesero una nueva ronda de cafés, pues deduje que la plática se iba alargar. Y no estaba equivocado, porque:
—He ahí un rasgo esencial de la naturaleza humana que devela los motivos profundos de muchos comportamientos y opiniones, sobre todo de quienes por cualquier razón o motivo se sienten poderosos —continuó el Gurú—. Y, oh paradoja, cuando creen que exhiben su poder es cuando están más desvalidos ante sus semejantes.
—¡Uy, sí! No hay individuo más desamparado que el que se deja seducir por la vanidad; desamparado y también fastidioso.
—Y de regreso al tema, —enderezó el maestro— con esto de las campañas, a mí me gustaría que los candidatos -en lugar de hablar bien de ellos mismos y decir mentiras como que son y serán honestos a carta cabal, y que transformarán nuestra ruinosa realidad nacional- se dedicaran a proponer un programa inteligente para que los gobiernos de los tres niveles se vayan convirtiendo en entes eficaces para el desarrollo nacional (si me disculpas el lugar común); que en lugar de decir discursos vacuos, ofrecieran palabras sinceras y prometieran acciones verdaderas para que a todos nos vaya mejor… ¿Se trata de innovar? Pues que nos ofrezcan el espectáculo insólito de decir su verdad, toda su verdad y nada más que su verdad.
—Bonita su utopía, maestro… —me atreví a decirle.
El Gurú asimiló el golpe, se recompuso y aceptó mi comentario con una gracejada:
—¡Touché!, como dicen los gringos… bueno, los gringos que saben hablar francés, je je. Pero tienes razón: es utópico pensar en este momento que los políticos van a cambiar, que habrá campañas innovadoras, que podríamos escuchar y ver cosas diferentes. Y lo he dicho con conocimiento de causa. Recuerda, como yo, la famosa frase del movimiento francés de 1968: Seamos realistas, pidamos lo imposible.
El hombre se quedó pensando, miró fijamente al horizonte, hacia la nada, y asió su sueño:
—Podemos perder todo, menos la esperanza. No lo olvides.
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