“Un joven se puede dar el lujo de ser incongruente alguna vez en su vida y corregir, pero un viejo ya no tiene esa oportunidad. Un joven incongruente es una incidencia, un pecado venial; un viejo incongruente es una acusación viva, un pecado capital para el que no hay ninguna virtud teologal que sirva”, dice el Gurú.
En este asunto de la alianza de Movimiento Ciudadano con el PAN y el PRD -y más, la alianza de MC en Veracruz con los partidos de Miguel Ángel Yunes Linares-, acepto que he tratado de entender los motivos ocultos de Dante Delgado Rannauro, confieso que he intentado meterme en su pensamiento político otrora fundamentado en la inteligencia y el conocimiento. Pero, como don Cleto Angulo, no le hallo la cuadratura al círculo.
¿Dante aliado con su enemigo histórico? ¿Con la persona que lo metió a la cárcel y lo trató tan mal? ¿Con quien le impidió asistir al funeral de su padre? Muchos amigos cercanos que creían en él se sintieron decepcionados cuando vieron que MC mantenía la alianza en Veracruz y apoyaba como su candidato al hijo de su némesis.
Es la incongruencia en pleno de ese político que siempre presumió su concordancia entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía… y que a la vejez se dejó contagiar tal vez por la viruela de los intereses.
Bueno, el germen de la incongruencia empezó a saltar en el alvaradeño crecido en Córdoba desde el origen mismo de su partido, llamado en un principio Convergencia Democrática, pero en el que solamente convergía impávida la voluntad de su creador, a despecho de la democracia que presumía en el nombre.
Y el pináculo fue cuando el líder moral y económico de Movimiento Ciudadano, que presumió tanto su conocimiento de las ciencias sociales, la profundidad de su pensamiento político, el Dante de este nuevo siglo de las luces, aceptó que el mensaje que su partido mandaría al mundo en las elecciones de 2016 ¡sería un jingle cantado por un niño de ocho años, lleno de ritmo pero vacío de contenido!
Tantos libros, tanto estudio, tantas ideas atrevidas lanzadas en largas conversaciones, en discusiones agudas en las que Dante se emocionaba, se enervaba, se daba en cuerpo y alma, para que terminara con el Nanananá de Yuawi.
Y después vino lo peor de todo: la concesión a la dignidad tantas veces proclamada, para aceptar que el hijo de su enemigo de antaño sea el candidato de su partido.
Quiso Dante tener un rasgo de congruencia, un último suspiro de su íntimo decoro, y no se presentó en Xalapa al registro del candidato Yúnior en las oficinas de Movimiento Ciudadano. También ordenó que no fueran otros jerarcas del partido. Pero ese gesto ridículo no fue más que la expresión grotesca de su congruencia incongruente.
“Soy, pero no soy. Voy, pero no voy. Soy, pero no voy”.
¿Dónde quedó aquella valentía que lo llevó a la gubernatura? ¿Dónde el digno preso político que sobrevivió a la injusticia?
Me disculpas, Dante, pero te desconozco.
Y no soy el único.
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