¿Un mundo al revés? La tradición fársica en Hispanoamérica.
Dahlia Antonio Romero
México
Universidad Veracruzana/Ficticia editorial
Agosto 2017
159 páginas

«Acaso el sentido del humor político del hispanoamericano no es sino una peligrosa evasión de sus circunstancias»: DAR.

En estos tiempos de bombardeo electoral vale la pena reflexionar sobre los vicios más profundos de nuestra clase política. A la par, parece necesario pensar en el papel que ha jugado el pueblo en la permanencia en el poder de una clase política nociva para sus gobernados.

Como punto de partida para esta reflexión los invito a leer ¿Un mundo al revés? La tradición fársica en Hispanoamérica de Dahlia Antonio Romero. Trabajo de investigación que salió a la luz editorial en el segundo semestre del año pasado y que tiene varios aciertos.

El primer acierto es que este trabajo académico atiende a la farsa, un género muchas veces desdeñado por los teóricos y críticos hispanoamericanos, pero que es vital y vigente porque no pierde el vínculo con la vida cotidiana de la comunidad, pues la farsa cuestiona y desenmascara el lado más oscuro del poder.

De ahí que a partir de un estudio amplio de la farsa en nuestra región, la autora logra tocar un punto sensible de la realidad social hispanoamericana: la supervivencia de una clase política holgazana y corrupta, misma que es sostenida, con resignación, por un pueblo cómplice.

La investigadora sostiene que:

«El político latinoamericano es un actor que hace lo que no dice y no dice lo que hace; que se involucra en los robos y delitos más extravagantes; que, muchísimas veces, roza el límite de la caricatura y, a partir de sus improvisaciones y malabarismos, ha convertido nuestra historia en una verdadera farsa. No es raro, entonces, que el político latinoamericano –ya sea bajo la forma del presidente, del ministro, el diputado, del dictador– sea una figura inspiradora de farsa que, dolorosamente, sí tratan de nuestro más auténtico acaecer» (78).

Recordemos que la farsa es un género que deforma la realidad, a veces hasta la caricatura, a fin de alterar el orden imperante y renovar con ello el mundo. «En la tradición la farsa se revela como la puesta en escena de mundos al revés» (II), pero en Hispanoamérica, «donde el mundo ya está al revés» (Ídem), la autora se pregunta si «la farsa hispanoamericana no es, a veces, el más realista de nuestros géneros» (90).

El libro de Dahlia Antonio se compone de una introducción, cinco capítulos y un último apartado que funciona como conclusión del trabajo. En la introducción, la autora menciona las tres obras que serán el eje de su estudio por considerarlas «farsas auténticamente hispanoamericanas».

Las obras en cuestión son: En la luna. Pequeño guiñol en cuatro actos y trece cuadros (1934) del poeta chileno Vicente Huidobro; La última puerta (1934-1935) del dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli; Saverio el cruel del argentino Roberto Arlt. A decir de la investigadora, las tres obras antes mencionadas «actualizan el tópico del mundo al revés, que nos mueven a ponerlo entre interrogaciones y que, por último, fueron escritas para abrir la conciencia de los espectadores hacia la posibilidad de una nueva Hispanoamérica» (14). Sin embargo, «de ninguna de ellas se puede decir que se agota en el panfleto» (149).

El segundo acierto que quiero destacar del estudio de Antonio Romero es el largo alcance de su mirada para comprender el género en cuestión. Quiero decir que para mostrarnos cuál es el sentido y las vetas esenciales de la farsa hispanoamericana o, en otras palabras, para reconocer «¿De qué se ríe la farsa hispanoamericana?» -éste último es el título del apartado final-, la autora no se limita a ubicar las obras analizadas en su época ni en su espacio más inmediato, sino que traza líneas más extensas y llega hasta las raíces de la tradición de la que estas farsas son herederas.

En el primer capítulo, «El arte de poner al mundo de cabeza como tradición», Dahlia Antonio nos informa que la farsa nació entre los griegos, y que la risa de esa farsa antigua no era solo para divertir a los espectadores, sino el arma con la que los sometidos pasaban por el tamiz de la risa a los gobernantes para burlarse y atentar o siquiera provocar ese orden establecido que los sometía. La investigadora ejemplifica con obras y autores.

En el primer capítulo también se encuentra un repaso de la farsa latina, con su risa festiva, cercana a la locura, así como los giros que dio el género en Roma con la actualización de formas como el mimo. Además, en este capítulo se hace una revisión de la farsa medieval, en donde el objetivo de poner el mundo al revés para trastocarlo y renovarlo, propio de la risa fársica, se encamina, más bien, a una risa que sostiene el orden entonces vigente. Este capítulo no deja fuera la farsa renacentista con su profesionalización o, como la nombra la autora, «el arte de hacer reír». Finalmente, el primer capítulo termina con la farsa moderna, «la risa trágica».

El segundo capítulo, «El Nuevo Mundo de la farsa», se puede calificar tanto de apasionante como de riguroso, pues va rastreando la semilla de la farsa en Hispanoamérica: desde que el género llegó al continente con los primeros conquistadores, pasando por la influencia de dramaturgos y actores que no pertenecían al mundo hispánico, como el teatro francés del vodevil, para llegar a los géneros plenamente hispanoamericanos como: cancán, tonadilla bataclán, teatro de variedad, a propósito, petipieza, juguete, sainete criollo, teatro de carpa.

Por otro lado, el capítulo II no deja de lado los grandes conflictos que han delineado la personalidad e historia de los hispanoamericanos. El trauma de la conquista, las pugnas entre las razas, la constante necesidad de afirmar su identidad y defenderla son circunstancias del hispanoamericano que delinearon el teatro fársico de nuestra región. El segundo capítulo llega al estudio de la farsa hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX, que es el periodo en el que nacieron las tres obras analizadas en los capítulos III, IV y V, ya mencionadas en la introducción del libro.

En el capítulo III, «Fársico desfile de sublevaciones», la autora analiza En la luna. Pequeño guiñol en cuatro actos y trece cuadros. Obra «fársica porque es, en esencia, crítica; porque es un ataque al orden de ese microcosmos que es la polis y, como la antigua farsa griega, aspira a la renovación del sistema político imperante» (94).

En el capítulo IV, «Condenados a la espera», la investigadora se acerca con ojo crítico a La última puerta de Usigli, una farsa «impolítica» que «no deja de revelar en su composición estratos de la antigua tradición fársica» (105) y a la política mexicana como «una gran escuela de teatro» (114).

El objeto de reflexión del capítulo V, titulado «Un dictador anda suelto», es la farsa Saverio el cruel de Roberto Arlt. Obra que «nos muestra que incluso cuando la farsa hispanoamericana alza los más metafísicos vuelos, no se desprende de esas figuras que nos acongojan: nuestros políticos, nuestros militares, nuestros coroneles, nuestros grandes gesticuladores» (148).

La autora realizó la investigación con rigor, basta ver la lista bibliográfica, y como un lujo o una cortesía para el lector, Dahlia Antonio escribe con una prosa precisa y clara. Esto último le permite al lector seguir muy bien los contenidos del libro, que le dan la posibilidad de adentrarse en el mundo de la farsa, desde la antigua Grecia, pasando por Roma, España e Hispanoamérica, no sólo para descubrir cómo han sido los trazos que ha seguido el género a lo largo de todo este tiempo y en diversas regiones, sino para comprender el sentido de esas imágenes fársicas que los griegos acuñaron y que, a pesar de los vaivenes de las épocas, han sobrevivido.

La lectura de ¿Un mundo al revés? La tradición fársica en Hispanoamérica nos lleva a aceptar que la farsa sigue siendo tan necesaria hoy como hace siglos porque todavía son la risa, la farsa, los chistes, las caricaturas las formas «menos sangrientas» de vengarnos de «la violencia que ejercen sobre él (el pueblo) los poderosos» (149).

«Y es verdaderamente triste que una de las armas más afiladas que los pueblos hispanoamericanos han dirigido contra una clase tan perjura como es la clase política sea la risa, porque nuestros políticos se han vuelto terriblemente cínicos, en el sentido menos filosófico de esta palabra, y han terminado por acostumbrarse a que se rían de ellos. Saben que es mejor ser objeto de burlas que de una investigación por peculado o de las balas de una revolución. Ante este panorama es imposible preguntarse si acaso el sentido del humor político del hispanoamericano no es sino una peligrosa evasión de sus circunstancias» (149).