Creo que una de las razones por la que a muchos jóvenes no les gusta la poesía es porque los maestros y maestras de literatura nos limitamos a enseñarla en términos de figuras poéticas sin sentido. En un intento por cubrir al pie de la letra los programas de literatura de la SEP, nuestros exámenes no van más allá de preguntar qué es un hipérbaton o una metáfora. Los docentes estamos obligados a exponer movimientos artísticos, periodos y regiones a las que pertenecen los poetas representativos, pero no logramos sembrar la semilla del interés o del gusto por las obras de arte verbal.
Y es que nada decimos de la poesía como eso que logra mostrarnos el mundo desde otro ángulo; o del poema como el espacio donde nacen novedosas y seductoras imágenes, que no sólo tienen la intención de hacernos vibrar de gusto ante algo completamente nuevo e intenso, sino que al utilizar inesperadas palabras para nombrar, por ejemplo, algo tan grande pero tan gastado como el amor, también se nos ofrecen nuevas reflexiones sobre el asunto.
Me parece que en la poesía no se trata sólo de nombrar de otra manera, sino de que esos ingenios del lenguaje nos den luz sobre las preocupaciones profundamente humanas: el amor, la muerte, la naturaleza, la política o la poesía misma.
Nuevas palabras para nuevas ideas. Los poetas honestos, que para mí son los poetas verdaderos, no intentan hacer alarde de sus habilidades en la versificación sino consumirse en el poema para que de él nazca el asombro y un estado espiritual de gozo.
Cuando Octavio Paz escribe “Dos cuerpos frente a frente/son a veces navajas/y la noche relámpago” (Dos cuerpos) no sólo nos seduce con sus poderosos versos, sino que también nos está abriendo la puerta hacia el abismo y la magia que desata el encuentro con el otro.
Ciertamente definir, explicar o, por lo menos, tratar de comprender qué es la poesía es una tarea titánica, pero la sola lectura en voz alta del poema dentro del aula de clases ayudaría para que los alumnos reconozcan que el poema es una composición ligada a su pasado musical. El poema debe sonar y, por lo tanto, ser escuchado.
Por ello aplaudo la lectura dramatizada que hizo Edgar Rivas de sus poemas durante la presentación de su libro. Considero que deberíamos hacer más actos colectivos de lectura de poesía, sobre todo de aquella que está unida al ritmo; pero habrá otro tipo de poemas que soliciten una lectura a solas, en la intimidad, y una actitud de entrega para poder penetrar en sus misterios.
Con estas líneas sólo pretendo invitarlos a acercarse a la poesía como un acto de fe, ese del que no se tienen las palabras apropiadas para explicarlo, pero que, sin embargo, experimentarlo nos lleva a vivir una vida más auténtica. Les dejo un par de haikus, traducción de Octavio Paz.