Ayer hablé de cuatro escritores que nos dejaron en 2014, el primero fue Juan Gelman, el poeta argentino que tuvo que morir dos veces para morir en paz y nacer tres veces para que en paz fuera su nacimiento. Nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930 y comenzó a morir el 24 de agosto de 1976, él estaba en Roma pero el deceso ocurrió en Argentina. Nació en México el 7 de enero de 1990 y volvió a nacer el 31 de marzo de 2000 en el mismo lugar, donde murió para siempre el 14 de enero 2014.
Gelman nació en Buenos Aires como cualquier chamaco de barrio, conoció la poesía muy temprano, «mi hermano mayor me recitaba a mis siete u ocho años versos de Pushkin en ruso. Me llevaba a un rincón apartado y yo caía rendido por el ritmo y la música de aquellas palabras que no entendía en absoluto», y se la topó de frente en 1939, «empecé a escribir poemas a los nueve años. Claro que fue por una chica. Al principio le mandaba versos de un argentino del siglo XIX, Almafuerte, pero no me hizo caso. Así que decidí probar yo mismo. Tampoco me hizo caso. Ella siguió por su camino y yo me quedé con la poesía», ambos comentarios se lo hizo al periodista José Andrés Rojo en 2007, cuando se enteró que había obtenido el Premio Cervantes de Literatura, el reconocimiento a la labor literaria más importante de nuestra lengua.
Fue militante del Partido Comunista y de las FAR, fue encarcelado y tras el golpe militar de 1976, tuvo que salir de su país para exiliarse en Roma. El 24 de agosto de ese año, los militares irrumpieron en la casa de su hijo Marcelo y se lo llevaron junto con su esposa embarazada, María Claudia García. Esa fue su primera muerte, una muerte desgarradora que no podría sanar hasta que conociera el destino de sus familiares. Inició una larga, meticulosa y fatigosa búsqueda que lo llevó al conocimiento de un hecho atroz: su hijo fue sido asesinado la noche del 13 de octubre y su nuera fue trasladada a Uruguay donde dio a luz en el mes de noviembre, dos meses después, en enero de 1977, también fue asesinada. El nacimiento de Gelman en paz sucedió el 7 de enero de 1990, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo:
«Encontraron los restos de mi hijo y eso me dio consuelo porque fue rescatado de la noche y la niebla militar y devuelto a la cultura. Conozco su tránsito hasta el campo de concentración de donde lo sacaron para asesinarlo, pero ignoro su suerte durante los 15 días que transcurrieron entre su ‹traslado› y su aparición en un tambor de grasa de 200 litros, lleno de arena y cemento, que arrojaron al canal San Fernando. Todavía me pregunto, qué padeció esos días, en blanco para mí.»
Tras el hallazgo, faltaba localizar los restos de su nuera y conocer el paradero de un bebé que sabía que había nacido y a quien escribió, en abril de 1995, su Carta abierta a mi nieto, conmovedor texto que cierra con el anhelo del encuentro:
«Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera».
El nacimiento en paz sucedió el 31 de marzo del año 2000 cuando, después de muchas pesquisas, pruebas de ADN y trámites de rigor, pudo abrazar a su nieta. Se llamaba María Macarena, tenía 23 años, había nacido en Montevideo y adoptada por la familia de un policía uruguayo que murió en 1996.
Cuando se confirmó su identidad, la madre le confesó que la habían adoptado y que sus padres biológicos habían sido torturados y asesinados por dictadura militar argentina. «Fui un regalo robado», expresó la joven e inició los trámites para recuperar sus apellidos pero conservó el nombre que le dieron sus padres adoptivos, ahora se llama María Macarena Gelman García.
«Él ganó muchas batallas (…) A pesar del dolor, la vida que tuvo, pudo hacer muchas cosas. Una de ellas, gracias a la ayuda de su esposa Mara (Lamadrid), fue encontrarme (…) Lo pude conocer, pude compartir tiempo con él. Me hubiera gustado que fuera mucho más pero hicimos lo mejor que pudimos», dijo al periodista Yemeli Ortega cuando vino al velorio de su abuelo y lo lloró con sus ojos verdegrises.
Gelman tiene una obra muy extensa, podría recordarlo con una vasta selección de poemas, prefiero hacerlo con la carta de 1995
Carta abierta a mi nieto
Juan Gelman
Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado «el Jardín». Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras «papá» a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice-, sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.
12 de abril de 1995
* Carta publicada en el semanario Brecha, Montevideo, el 23 de diciembre de 1998
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