A través del escritor José Homero, paisano y compañero de trabajo por varios años cuando hacíamos el suplemento cultural El istmo en la Cultura (Premio Nacional de Periodismo 1987), me fui adentrando a la vida de unos de los músicos que siempre había coexistido en mi, pues siempre su música llenaba muchos espacios de la existencia. En un aniversario de su nacimiento decidimos dedicar el suplemento a su obra. Varios amigos escritores le entraron al proyecto, a traducir sus poemas, a escarbar en su obra. A mi me tocó resumir su biografía y para ello leí varios textos dedicados a sus andanzas, poco a poco fui conociendo a través de él las calles de Los Ángeles, donde transitaba, Venice y el bar desde donde un día saltara a la fama. La primera vez que estuve en Los Angeles, en el coche de llegada del aeropuerto, miraba los nombres de las calles y me fui encontrando con el entorno de Morrison, por donde había transitado. Me imagine su vida dramática y acelerada en estos espacios que vieron nacer el Blues de la Carretera, Mujer de Los Ángeles…
Hace una docena de años, cuando con Los Cojolites se nos dio la oportunidad de estar en París, mi primer deseo era visitar la tumba de Morrison y la de Julio Cortázar, el escritor, como una deuda adquirida pues sentía esa complicidad que se da entre uno y la música, con la escritura como me sucede con Julio, el entrañable, al que un día pude ver en Xalapa.
Pude ir al cementerio con Benito Cortés y con Ishtar Cardona, una buena amiga, conocedora de la música, que fue el conecte y guía para el viaje de Los Cojolites a Europa. El boleto de entrada es caro para un provinciano mexicano pero no tiene precio cuando uno se interna por esa pequeña ciudad que es el cementerio, sus callecitas con nombres, sus esquinas con los faroles colgando de bellos postes, la belleza de las flores y de los árboles, las tumbas en su mayoría son obras artísticas que encierran grandes figuras de la existencia humana, la del poeta Apollinaire, del escritor Miguel Ángel Asturias, Balzac, Bizet, María Callas, Camus, Delacroix, la gran Isadora Duncan, al fundador del espiritismo Allan Kardec, Molieré, de la Fontaine, Edith Piaf, Marcel Proust, Simone Signoret, Oscar Wilde y muchos más, filósofos, políticos, artistas, pensadores. Teníamos el mapa del cementerio en la mano y como que no encontrábamos la tumba de Jim Morrison, entonces nuestra vista corrió hacia un grupo de personas que rodeaban un cuadro en la tierra, allí era.
El jinete de las tormentas estaba ahí, sin poder escapar por ninguna puerta, enterrado en una tumba sencilla, en la cabeza una pared gruesa como lápida parada y a los costados y en los pies un pequeño cerco de cemento que encerraba un cuadro de tierra. Infinidad de pequeños mensajes encima de ella, flores y pequeñas bachas como regalos. Era un ir y venir hacia su tumba, muchas personas querían estar cerca del Rey Lagarto, todos llegaban en silencio y en silencio se iban, como nosotros, que estuvimos un rato parados frente a ella, cada quien en su pensamiento, y luego dar media vuelta y regresar a la puerta, a un mundo más irreal. Yo más descansado pues allí se quedaba la emoción fuerte que significaba estar allí, ese momento.
Ya no dio tiempo para ir al Cementerio de Montparnasse a visitar a Julio Cortázar, y siempre me digo que un día regresaré a cumplir ese propósito.