Ayer se realizó la primera elección con un gobierno de oposición en Veracruz, o mejor dicho, con un Gobernador distinto al PRI, aunque haya surgido del propio partido. Y en efecto, se notó un cambio sustancial: el clientelismo que tanto criticaron, hoy lo sustituyeron por una serie de eventos –la intervención de la policía y grupos de choque- que incitaron a la violencia en un número importante de municipios, con el propósito de infundir miedo.
Y en eso de elecciones de Estado, el gobernador sabe mucho. No sólo porque las realizó en sus tiempos de priista, sino también porque las padeció en sus varios intentos por ser Gobernador y diputado federal como opositor. Por ello, aplicó una estrategia muy clara: no ganar todo, sólo ganar en donde le era necesario.
Así, trabajó los municipios más importantes para el PAN –esa es su apuesta política personal- y le dejó el chiquitaje al PRD, a través de sus amanuenses en el gabinete. No le importaba perder lo menos, porque eso era un bono de marcha para una izquierda que ya no necesita, y de paso, le servía para justificar un respeto a una pluralidad que no existe.
Pero no contaba con que los veracruzanos tenían una intención distinta. Votaron pocos –tan solo la mitad del padrón, cuando en elecciones municipales la cifra llegaba hasta el 70 por ciento- pero los pocos que votaron decidieron poner un freno al mandatario estatal. Él lo sabía, por ello la disputa pública y permanente con Andrés Manuel López Obrador, el gran ganador de esta jornada en todo el país.
El miedo como estrategia electoral. La de ayer fue una de las jornadas electorales más violentas que se recuerde. No hubo muertos porque ese no era el propósito, sino el de amedrentar a candidatos y ciudadanos. Y lo lograron; desde temprano y hasta el cierre, las casillas lucieron semi vacias. En Xalapa, las del centro de la ciudad cerraron seis en punto ante la ausencia de votantes; la abstención fue mayúscula, y aún así, los promotores de la violencia se quedaron con un palmo de narices. El resultado sólo confirmó sus temores.
Cuando dieron las seis campanadas, el recuento de incidentes era verdaderamente alarmante: bombas desactivadas en hoteles del puerto de Veracruz; la Fepade ya había recibido cerca de 300 denuncias por compra de votos y acarreo de votantes en casi un tercio de los 212 municipios; y se contaban por montones los eventos donde casas y vehículos de los candidatos, de unos y otros partidos, habían sido baleados.
¿Cuántos detenidos hubo a causa de estos hechos violentos? Hasta la tarde del domingo, sólo se sabía de unos cuantos por los eventos ocurridos en Catemaco -donde murió una persona- y Tlacotalpan. El corte de caja confirmó que la policía fue puesta al servicio de las elecciones y el órgano electoral metió la cabeza cual avestruz, en su agujero de la calle de Juárez.
Y en esta violenta jornada electoral, ¿qué fue lo que obtuvieron los partidos y sus candidatos? Ya entrada la noche, muchos resultados estaban por conocerse, aunque la mayoría ya marcaba una tendencia casi definitiva.
Del gobernador Miguel Ángel Yunes se podría decir que salió tablas. Un empate de último minuto. Apenas logró ganar lo más urgente –Veracruz y Boca del Río, tal vez Córdoba- y vio como perdía la mayoría de los municipios a manos de Morena, a quien bastó la sola imagen de AMLO a la distancia para consolidarse como la segunda fuerza política y electoral del estado.
Andrés Manuel, en cambio, se erige como el gran ganador. No sólo sacudió al sistema desde Toluca sino que en Veracruz amplió lo que ya tenía. Ganó de manera contundente en Xalapa y las cifras le daban ventaja considerable en Tuxpan, Poza Rica, Minatitlán y Coatzacoalcos. Y peleaba por un centenar de municipios más, a pesar de los escándalos.
No sirvió el miedo impuesto, ni la elección de Estado. Tampoco sirvió la cuantiosa cantidad de recursos destinados a las campañas del PAN-PRD. Menos ayudó que Miguel Ángel haya tirado el arpa del gobierno y se haya convertido en el dirigente estatal de sus dos partidos políticos satélites. Falló en el gobierno y ahora ha fallado en la elección.
Y falta lo peor. Con las presidencias municipales y el control del Congreso, Morena se convertirá en un dolor de cabeza para el gobernador. Las adhesiones de Rodrigo Escalante y el voto de Eva Cadena no son más que actos desesperados por no perder el control del Congreso.
Por su parte, el PRI sabía que en el recuento de las alcaldías no iba a obtener ganancia. Perdió muchas ciudades que gobernaba –Xalapa, Veracruz, Poza Rica, Coatzacoalcos, entre otras-, y ha sido enviado a la tercera fuerza electoral. A lo que le apuesta es a alcanzar más de medio millón de votos al final de los cómputos, de lo contrario, la elección del 2018 será una tarea de titanes, aunque hay que decirlo, muy distinta a la de ayer.
Los chiquitos siguen siendo chiquitos. Y los independientes siguen siendo presa fácil del sistema de partidos políticos.
Resultados preliminares…
- Una buena y una mala. La buena es que ayer por fin terminaron las elecciones a presidentes municipales; la mala es que hoy empiezan oficialmente las del 2018. El divorcio entre azules y amarillos ya está en el juzgado de lo familiar.
- Por primera vez en más de una década, Fidel Herrera Beltrán no pudo llegar a votar a la casilla del Club Britania. Hace un año, claridoso como es, habló de que Veracruz estaba preparado para la alternancia… y el exilio; muchos aún lo extrañaron aunque nadie lo mencionó.
- Ana Miriam se dijo ganadora de un proceso que apenas estaba iniciando; ganó la plaza Lerdo pero antes de las 6 de la tarde desmontó su templete. Con eso, ella misma anunció su derrota. El miedo y la inexperiencia la devoraron.
- Para muchos medios de información en crisis, el Ayuntamiento de Xalapa se había convertido en el último refugio. El virtual ganador, Hipólito Rodríguez, ha dicho que no pagará a medios. La cosa se va a poner color de hormiga.