De acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) con sede en Londres, México es, después de Siria, el país del mundo que “vive una situación de violencia mayor en número de muertos”. En ocho palabras: somos el segundo país más violento del planeta.
El IISS (por sus siglas en inglés) registró en 2016 la muerte de 23 mil personas vinculadas a la guerra del narco, cifra que no empata con la del Sistema Nacional de Seguridad Pública que registró en ese año 20 mil 824 homicidios dolosos, que incluyen tanto a víctimas del narco como de la violencia en general.
Y ya sabrás lector, de inmediato salieron los jilgueros gubernamentales a descalificar al IISS al asegurar que sus datos son falsos, malintencionados, sesgados y no reflejan la realidad nacional.
Un sujeto de cuyo nombre no me acuerdo pero que fue presentado en televisión nacional como “Especialista en Seguridad”, dijo que en Brasil hay más asesinatos que en México y que proporcionalmente hablando, Honduras padece de más muertes violentas que Estados Unidos. Por lo tanto, cómo nos comparan con Siria cuando allá hay una guerra y aquí sólo balaceras en puntos específicos de la geografía nacional.
Con el debido respeto, a nosotros nos vale madre que Brasil, Honduras y Siria estén más jodidos que México en ese renglón. Esos muertos nos preocupan y conmueven, pero nada más.
Los que nos duelen son los muertos de aquí porque son nuestros familiares, amigos, vecinos, conocidos o al menos paisanos.
Afirmar que la criminalidad está concentrada en “puntos específicos” de nuestra geografía es una soberana jalada y una garrafal mentira. Está ubicada en al menos 21 de los 32 estados que tiene la Federación. Es decir, en más de la mitad del territorio nacional.
En el caso concreto de Veracruz, el nuevo gobierno prometió acabar con la inseguridad en seis meses, pero como aterradora paradoja, hemos tenido cinco meses de pesadilla con las ejecuciones. En diciembre del 2016 hubo 114; en enero de este año 97; en febrero 134; en marzo 182 y en abril 162.
Marzo fue un mes particularmente cruento ya que nunca en la historia de la entidad se habían registrado tantas ejecuciones. Y ni qué decir de los secuestros cuya tasa se ha multiplicado en relación al sexenio anterior.
Por muy errados que estén los datos del IISS, no se puede soslayar que vivimos en un país donde la inseguridad y las ejecuciones le están ganando terreno a los tres niveles de gobierno. Por lo tanto, es hasta pecaminoso negar que somos uno de los países más violentos del mundo.
¿Qué ganan los jilgueros descalificando el trabajo del IISS? ¿Es que acaso una descalificación obrará el milagro de que se acabe la inseguridad y la criminalidad?
En el sexenio de Felipe Calderón, cuando comenzó la guerra contra el narco, se dijo que los soldados apoyarían el tiempo necesario para formar una nueva generación de policías (honestos, eficientes, mejor entrenados y pagados), para hacer frente a los criminales.
Como recordarás lector, soldados y marinos fueron sacados de sus cuarteles para hacer trabajos que correspondería hacer a las diferentes corporaciones policiacas, labor que fue imposible porque en varios estados fueron infiltradas por la delincuencia.
Han pasado casi once años de aquel anuncio y… ¿dónde está esa policía?
¿Qué va a pasar cuando el Ejército y la Marina, cansados de luchar solos contra los maleantes en 21 estados, y hartos de que el Congreso Federal les siga regateando el apoyo necesario para realizar su labor, decidan desobedecer a su comandante en jefe y regresen a sus cuarteles?
Es ahí donde quiero ver al gobierno de Enrique Peña Nieto y a los legisladores buenos-para-nada pariendo chayotes.
El problema es que nosotros los pariremos a la par de ellos.