—Usted me va a disculpar, maestro, pero no voy a poder pasar las mañanas de esta semana con usted, no obstante que hay vacaciones. Resulta que el titular de la oficina (así le dicen los burócratas) ordenó que se hagan guardias para estar pendientes en caso de que surja algún imprevisto, y me tocó cubrir el turno matutino…

—¿Guardias? —intervino extrañado el pensador—. Pero ¿cómo puede haber algún “imprevisto” en tu oficina si trabajas en el sector educativo? Es evidente que en estas fechas no habrá servicios escolares (lo digo así para continuar en el tono burocrático que tú empezaste, conste), no habrá clases, vamos, y por lo tanto no habrá alumnos ni maestros ni personal administrativo en las escuelas.

—Cierto, maestro, están cerradas y vacías —confirmé.

—Mira, eso de las “guardias” no es más que una medida demagógica que aplican los flojos que no hacen nada durante el año, para tratar de sembrar entre la ciudadanía la idea de que son muy cumplidos, productivos y responsables, al grado de que trabajan en sus oficinas hasta en las temporadas de asueto… bueno, debería decir “acuden a sus oficinas” en lugar de “trabajan”, porque en realidad solamente van a perder el tiempo, a comer en deshoras y a tratar de ligarse a las secretarias o a los jefes, según sea el caso. ¡Ah!, y a ver qué se transan, porque la corrupción está muy extendida entre este tipo de dañinos personajes, que pululan en las dependencias públicas de los tres niveles de gobierno y de todos los poderes.

—Ahora que usted me lo dice, veo que tiene gran razón, mi estimado antifilósofo. De inmediato se me vinieron a la mente varios compañeros que son la quintaesencia del “dejar hacer, dejar pasar”, los fanáticos de la procrastinación, los enormes holgazanes. Me recuerdan al personaje del cuento aquél, un jarocho que está recostado en su hamaca, camiseta roída, shorts desvaídos, chanclas de gallo que penden milagrosamente de sus pies. “¡Vieja, vieja!”, le grita a su esposa y le pregunta el tiempo: “¿Tenemos suero contra la picadura de alacrán?” Ella le responde presta: “Sí tenemos”. “Pues tráemelo de volada”, le urge el otro. “¿Qué, te picó uno?”, pregunta asustada la mujer. “No… -contesta el haragán- ¡pero ahí viene!”

—¡Cierto! —exclamó el Gurú—. Nuestros perezosos son capaces de quedarse inmóviles incluso ante peligros ciertos como el del bicho ponzoñoso de tu cuento. Prefieren padecer cualquier veneno antes que realizar alguna tarea productiva. Vicios de nuestro sistema, de la propaganda insulsa, de los modelos que proponen la televisión y el cine gringos. ¿Te das cuenta de que los héroes de las series y las películas norteamericanas nunca trabajan, nunca estudian, nunca se esfuerzan por hacer algo productivo? Lo único que saben hacer es destruir: autos, celulares, edificios, vidas, familias y amores.

—¡Cierto! —exclamé a mi vez—. Ahora que lo pienso, nunca se ve cómo un experto aprende, como un especialista se convierte en tal. Los personajes yanquis son genios hechos al vapor. En la tele y en las películas, la cultura del esfuerzo está desaparecida.

—Y hay una razón —concluyó el maestro—. La idea es que las masas se convenzan de que el trabajo y el aprendizaje son algo innecesario. El Karate Kid se convierte en todo un maestro de artes marciales pintando una barda, cualquier ama de casa se enfrenta a asesinos consumados y los vence con relativa facilidad, el pobre angelito de 10 años pone en ridículo a los consumados ladrones que piensan robar su casa.

—Y todo eso, ¿con qué fin, maestro? —pregunté.

—El establishment o como le quieras llamar sustenta su hegemonía en la ignorancia de la gente. Por eso hay tantos malos estudiantes y tantos flojos… y por eso muchos tienen que dejar guardias… no sea que se vaya a necesitar una urgencia. Je je.

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