Me lo contó una señora que pasaba por ahí o vive enfrente, no me quedó muy claro. E igual como me lo dijo se los relato, hasta donde es posible rescatar fielmente en el texto escrito lo que se expresó por medio de la lengua hablada. Pero le haremos la lucha.
Era el mediodía de un día que había amanecido soleado y caluroso, y terminó de descomponerse con unos negros nubarrones que, además de bajar la temperatura, amenazaban con hacer caer un chaparrón (y no me refiero con esto a algunos de los funcionarios bajitos del actual Gobierno que están en la tablita porque han dejado que les gane la fiaca o la hormona)… un chaparrón de ésos con sus goterones helados que insisten en caer en los lugares más desprotegidos e inconvenientes -el cuello de la camisa, por ejemplo, para atajar a los mal pensados, que nunca faltan-.
Era el mediodía y llegó a la Plaza Montemagno, tan de moda ahora en Xalapa, la patrulla de Transito de Estado con número económico (?) TE01-514, y con sus respectivos dos oficiales, como ellos mismo se hacen llamar, dentro. Atrás de ella venía una pavorosa grúa, que revelaba su oscura intención de levantar vehículos que estuvieran incurriendo en alguna infracción.
En alguna infracción… pensó mi relatora en ese momento, pero pronto se dio cuenta de que el verdadero propósito de la remolcadora era llevarse vehículos en las condiciones que fueran, con un objetivo francamente recaudatorio. Pero en eso de “las condiciones que fueran” los “oficiales” de Tránsito eligieron pésimo, pues se dirigieron al área de discapacitados y la grúa empezó a hacer maniobras para levantar dos automóviles que estaban ahí estacionados.
Para fortuna de sus propietarios, ambos estaban en el café de junto (en el café de Justo) y se acercaron de inmediato a dialogar con los agentes.
Uno de aquéllos era un venerable ciudadano, de alrededor de 80 años, que caminaba con la ayuda de un bastón. El otro, de la misma edad, se veía más ágil, aunque su condición de edad seguramente le permitía ocupar ese espacio especial.
Pero hay una premisa filosófica que dice que los agentes de Tránsito siempre tienen la razón (la tienen más que el protagonista del aforismo que usan a menudo los ofrecedores de servicios: el cliente siempre tiene la razón… pues los tránsitos la tienen más aún). Y por eso no valió ninguno de los razonamientos que los respetables señores esgrimieron, con toda propiedad y decencia, ante ellos.
Cuando vieron que lo que decían los afectados era demoledor en su lógica, uno de los uniformados se sacó un as falso de la manga (es una metáfora) y de plano les dijo que ese lugar sólo era para ascenso y descenso, y que tenían que quitar sus coches porque “varios vecinos se habían quejado”. Ahí, la señora que era testigo y los ancianos se quedaron perplejos ante la extraña lógica del, hummm, servidor público, y no faltó un colega periodista que se acercaba en ese momento y que prácticamente terminó regañando a los “oficiales” por oponer tan endebles argumentos.
Bueno, después de una larga discusión, el asunto terminó en que el señor más ágil tuvo que quitar su coche de ahí, y dejaron que el señor del bastón no moviera su vehículo. Pero eso sí, consiguieron molestar a dos ciudadanos que debieran gozar del respeto que se merecen, y más de dos representantes de la autoridad.
Para no irse con las manos vacías, la grúa y la patrulla se fueron a buscar otros vehículos en las calles adyacentes, con el fin de levantarlos y cobrar las multas (¿o mordidas?) correspondientes.
¿Y así quieren que voten por ellos?
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