La primera está en un fraccionamiento exclusivo de Xalapa; discreto, medio escondido del ruido mundanal, al inicio de la muy traficada Avenida Araucarias. Se entra a ella justo en donde está el café Expresso 58 (saludos, Davicho Velasco) y de inmediato se aprecia su versatilidad: subidas y bajadas y una curva pronunciada que se pueden recorrer cómodamente por el cemento hidráulico con el que está revestida.
Las banquetas y guarniciones rechinan de nuevas y no ofrece el triste espectáculo de los alambres cruzados entre los postes, porque tiene cableado interno. Por ahora, es oscura por las noches puesto que aún no encienden las luminarias que ya están colocadas, pero en cualquier momento le darán la alegría de la luz a esa calle que sonríe durante el día por su equipamiento urbano de alta calidad y el buen temperamento de sus adornos.
A los lados hay casas modernas, nuevas; edificios hechos con el gusto de la buena arquitectura, que no afectan la armonía urbana.
Es una calle de primer mundo, grata, limpia.
La segunda es una rúa perdida en los entreveros de una colonia populosa de Coatepec. Apenas una cuadra y media que da de malas contra una pared; unos 70 metros en los que con trabajos caben tantos hoyos que tiene en su mal asfaltado arroyo. Cruzan de un lado a otro, como pasacalles del mal gusto, los cables de la luz y muchas sospechas de diablitos puestos por la desesperación de no poder pagar los servicios indispensables para seguir viviendo en esta vida moderna, tan cara y acongojada.
Ésta sí tiene luminarias encendidas, pero son unos cuantos focos descoloridos que no pueden derrotar definitivamente a la penumbra en la que se esconde el peligro de un robo, de un asalto, de un abuso.
Sus banquetas son angostas y malhechas, e interrumpen el paso cada tantos metros los postes que están plantados en donde menos debieran. Las guarniciones están a punto del desborde, muchas ya destruidas por el uso inconsecuente.
Las casas son pequeñas, feas, malhechas en el gusto del maistro de obras que le sabe a la mezcla, al alambrón y al ladrillo, pero no tiene idea del arte o cuando menos del buen gusto. Son cajones con techo, puertas y ventanas colocadas al arbitrio y sin disposición alguna, que participan de lo deslucido y lo sustentan.
Es una calle fea, perdida, angosta.
La primera calle lleva el nombre de un funcionario que hizo obra pública y fortuna en el sexenio del gobernador Rafael Hernández Ochoa, fue alcalde de Orizaba y pasó a la historia sin pena ni gloria porque no destacó particularmente como un funcionario innovador, entusiasta, capaz.
Isaías Rodríguez Vivas fue un Director de Obras Públicas entre gris y cumplido, en el límite mínimo de su responsabilidad como servidor público. Seguramente lleva esa primera calle de Xalapa su nombre porque la construyó algún fraccionador que fue beneficiado por aquél cuando fue funcionario porque era su amigo o colega.
La segunda calle, que ni siquiera está en Xalapa, su ciudad natal, se llama Sergio Galindo, y mal conmemora al mejor escritor que dio la Atenas Veracruzana en la segunda mitad del siglo XX, pero que además fue un editor formidable que puso en el mapa literario del mundo y de la historia a la Editorial de la Universidad Veracruzana en los años 50 y 60, cuando le publicó a todos los jóvenes escritores que después se convertirían en las glorias de nuestra literatura, como Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska, Jorge Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Emilio Carballido…
A Sergio Galindo -que nació y vivió su infancia al igual que sus numerosos hermanos en la vieja casona familiar de la calle Insurgentes de Xalapa- le debemos los veracruzanos el lustre de nuestra literatura estatal y un legendario trabajo de promoción editorial de cuyo prestigio sigue viviendo la UV hasta nuestros días.
Galindo también fue fundador y director de La Palabra y el Hombre, la revista insignia de nuestra máxima casa de Estudios, que sigue apareciendo a la fecha.
Es cosa de justicia y de criterio: ahora que la Universidad y los veracruzanos celebramos los 60 años de la Editorial UV, podrían las autoridades de la casa de estudios gestionar ante la autoridad municipal que por fin haya una calle decente (o una gran avenida, que eso se merece Galindo y más) que recuerde a los xalapeños al hombre de letras que tanto hizo por nuestra cultura.
Digo, si se la pudieron dar a Isaías, que no hizo gran cosa…
Tienen la palabra doña Sara y don Américo.
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