Llevábamos ya una hora parados frente a la pantalla de 70 pulgadas.
Una chulada: con cuatro veces más resolución que una full HD, preparada para HDR, un escalador a 4K y Motion Rate de 120 mhz. Obvio, era una Smart TV con acceso ilimitado a Internet y rendimiento mejorado. La pantalla venía con retroiluminación LED, ahorro de energía, y tenía dos entradas USB y tres puertos HMDI.
Era de color negro y ultra delgada.
El maestro había dedicado la primera media hora en admirarla, alabar sus características, sorprenderse con los avances tecnológicos que traía y gozar anticipadamente en la imaginación los servicios de entretenimiento, formación e información que gozaría a través de tal maravilla construida por la ciencia humana.
El precio del producto era alto, muy alto, rondaba los 30 mil pesos y yo sabía que el Gurú andaba en una temporada de vacas ya no flacas sino famélicas, al igual que la mayoría de los mexicanos y el total de los veracruzanos, que sufríamos además de los embates de la crisis la terrible herencia del saqueo inmisericorde que habían hecho el Gobernador anterior y su grupito depredador de familiares y amigos enquistados en su equipo de gobierno.
—Venerable Maestro, —dicho por mí con toda sorna, frente al entusiasmo juvenil que el pensador mostraba, ante la certeza de que estaba a punto de ser el dueño inminente del nuevo aparato— si piensa adquirir esta pieza, ¿qué esperamos para llevarla de una vez? Todo es cosa de llegarnos a la caja, pagar por el producto y subirla al vehículo para llevarla a su departamento y colocarla en el lugar que considere más conveniente. Yo le ayudaré a cargarla en la medida de mis posibilidades, porque sabe que no debo hacer grandes esfuerzos dadas las condiciones de mi corazón.
—¿Llevarla a la caja? ¿Pagar por el producto? ¡Ni en la imaginación, querido discípulo! Y menos pedirte prestado a ti porque buen papel haría como maestro tratando de darte un sablazo con un dinero que tal vez me tardaría mucho tiempo en poder pagar.
—¿Entonces no la piensa llevar? —le pregunté un tanto amoscado, tomando en consideración el largo tiempo que nosotros y el vendedor de la tienda habíamos perdido -según yo- contemplando, admirando, sopesando y enterándonos de las condiciones de la famosa pantalla.
—Claro que la pienso llevar. No es otra mi intención. Si tenemos la paciencia suficiente, pronto la verás adornando la pared más grande de mi sala —me contestó lleno de seguridad en la voz.
—Pero ¿cómo le piensa hacer? Ya me dijo que no tiene dinero ni aceptará un préstamo mío.
—Pues te digo que es cosa de saber esperar. Recuerda que yo, como el Siddartha de Herman Hesse son tres cosas las que sé hacer fundamentalmente: pensar, esperar y ayunar. Así que vamos acomodándonos bien, porque de un momento a otro el día de hoy -o tal vez mañana o pasado- llegará una turba de ciudadanos indignados por el alza a los precios de las gasolinas y vandalizará esta tienda. Va a ser un grupo de varios cientos de ciudadanos exasperados, que por su número y su actitud decidida harán imposible la función de resguardo que tienen encomendada los dos guardias de seguridad que están a la entrada… y cargarán con todo lo que puedan
El Gurú volteó hacia la entrada del súper, con la ilusión de que ya vinieran llegando los indignados a hacer su función justiciera y me dijo;
—Así que vámonos poniendo lo más cómodos posible, pero sin alejarnos mucho de la pantalla. Y apenas llegue la turba, nos abalanzamos sobre esa belleza de aparato y lo llevamos con toda prisa al coche.
—¿Y la ética, maestro? ¿Y la moral que preconiza?
—Esto no es asunto de ética ni de moral, mi pequeño Salta. Pero para acallar tu conciencia le podemos llamar una “recuperación proletaria” o un asunto de “justicia igualadora”, ambos desde el punto de vista de la plusvalía. Ahí te dejo de tarea leer a Marx sobre este último término.
…y nos dispusimos a esperar pacientemente.
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