Fanáticos de las frases hechas y los lugares comunes, cada que ocurre un desmán de singular importancia, los mexicanos solemos invocar el despertar del “México bronco” al que se refirió Porfirio Díaz hace más de un siglo.
La frase la pronunció hace 103 años un otoñal presidente oaxaqueño, el 31 de mayo de 1913, a bordo del buque alemán “Ipiranga”, cuando partía de Veracruz rumbo al exilio francés: “Adiós Patria querida, no vayan a despertar al México bronco”. Pero hasta ahora no ha pasado de sugerentes bostezos y la modorra social.
Una de las razones que se atribuyen al sueño eterno del durmiente azteca es precisamente que hasta la fecha no ha habido un movimiento anti sistémico –no sólo contra un partido en particular sino contra el Estado mismo- que haya tenido un carácter nacional y que dure el tiempo suficiente como para cambiar el estado de las cosas.
Así hemos tenido los movimientos del 68 –eterno en la memoria pero efímero en los hechos-, las guerrillas de los setenta, la revolución del voto y la caída del sistema en el 88, el movimiento zapatista a fin de siglo, la alternancia pacífica y hasta la guerra contra el narco –con sus innumerables marchas por la paz y en contra de la violencia-, que ha dejado una estela de dolor y muerte, alimentando la descomposición social en muchas regiones del país.
Pero en efecto, ningún movimiento ha sido verdaderamente nacional ni ha durado el tiempo suficiente para llamar a la movilización ciudadana. En la mayoría de los casos, ha motivado a la indignación, ha movilizado conciencias pero no ha podido sacudir el statu quo y a las instituciones que lo mantienen.
Sin embargo, en el amanecer del nuevo año, parece que el olor a gasolina tiene la intención de despertar a ese México bronco del que todo mundo habla. Los aumentos a los precio de los combustibles, del gas LP, de la electricidad y los que tendrán que venir en consecuencia, ha empezado a encender el pasto seco en que se había convertido el ánimo ciudadano.
Aunque desorganizadas, las movilizaciones en contra del gasolinazo empiezan a tener las dos características que avivan la llama del estallido social: su carácter nacional y una duración suficiente de lo que parece ser una crisis económica tan intensa como sucedió en los años ochenta. Sólo que en esta ocasión, de la mano de las redes sociales, el tema empieza a inquietar.
A dos días de la entrada en vigor del gasolinazo, no deja de preocupar las expresiones de tipos que ebrios lanzan un cohetón a una gasolinera en Apodaca, de grupos de encapuchados que no sólo toman sus instalaciones sino que están dispuestos a hacer destrozos en Veracruz, transportistas que bloquean autopistas en Puebla, manifestantes que saquean gasolineras en Zacatecas y de grupos de ciudadanos que se organizan en cada vez más regiones del país para impedir el funcionamiento de las estaciones de abastecimiento.
Según información de diversos medios, el día de ayer, la Policía Federal reportó al menos 19 bloqueos carreteros en 19 entidades del país en protesta por el afamado gasolinazo. Curioso que sea precisamente este combustible el que esté por inflamar al país.
Y en efecto, el gobierno federal ha dado razones suficientes para explicar los motivos del aumento a la gasolina y los combustibles. Pero al parecer, no sólo lo ha hecho de manera equivocada sino también de forma tardía. Hay que entender que en las revoluciones no se escuchan razones, sino que representan una violenta catarsis ante el hartazgo contra la clase gobernante. No debemos pelear con la realidad.
El silencio del presidente Peña sobre el tema no es una buena señal. Tampoco lo es el autismo del gabinete. La sola presencia del Secretario de Hacienda, Antonio Meade, y su lucha contra molinos de viento, refleja que el gobierno no tiene una respuesta eficaz al movimiento que se está generando y que evidentemente no habían calculado. Vaya, hasta los gobernadores empiezan a fijar postura sobre un tema que influirá en las elecciones de este año y el siguiente, si es que alguna desgracia no se adelante.
Y las cosas podrían ponerse peor si no hay una respuesta inmediata. En Veracruz y otros estados del país se anuncian más movilizaciones, más protestas. El llamado de Pemex a no bloquear ni vandalizar terminales de almacenamiento y venta de gasolina suena a cándida moraleja.
Y así, mientras la población se enardece, la delincuencia organizada dedicada al robo de combustible se regodea viendo crecer sus ganancias exponencialmente, con la complicidad de las propias autoridades.
El país no está para más violencia; menos aún para amagos de revoluciones sociales. El caos sólo beneficiará a unos cuantos y postrará al país en la peor crisis social del último siglo. Así que alguien debe cantar una canción de cuna al México bronco que ya empieza a despertar de golpe y porrazo.
La del estribo…
Dice el Gobernador que no le gusta dejar a la gente sin empleo. Pero resulta que apenas se revisarán horarios y cargas de trabajo; que SESVER analizará a aquéllos empleados que realmente cumplían con su labor para recontratarlos; que se estudiarán contratos temporales. Es decir, como en la revolución, “primero fusilo y después viriguo”.