“Esta mañana fue llamado a la casa paterna el Padre José Benigno Zilli Manica”. El comunicado es escueto y sin embargo da cuenta de la coronación de una vida que fue plena en el estudio y la enseñanza; de un apostolado que se congregó en las aulas, en donde también hay muchos hijos del Señor.
Porque el padre Zilli fue tan maestro como sacerdote y tan filósofo como teólogo.
Nacido en la zona de inmigración italiana cercana a Huatusco, profundamente religiosa, José Benigno vio siempre como algo natural e inevitable para él que dedicara su vida al sacerdocio. No obstante, el seminario le dio la oportunidad de abrevar en la filosofía, a cuyo estudio se dedicó con toda la entereza de su vocación de aprendiz perenne, y así la Universidad Veracruzana ganó a uno de sus intelectos más reconocidos.
Hoy ha sido un día triste para quienes lo conocimos y empezaremos a extrañar su manera particular de demostrar el afecto, su modo fuerte y cariñoso al mismo tiempo. “Estos mensos fueron mis alumnos”, decía de Arturo Reyes Isidoro y yo alguna vez que nos encontramos en el Auditorio de Humanidades (ése que lleva el nombre de otro querido amigo nuestro ya ido también, Jesús Morales Fernández) mientras nos presentaba con don Luis Villoro (Villoro el bueno, porque el hijo…). Mi colega y yo pudimos ver cómo un filósofo enorme como don Luis, sostenía un trato de iguales con el padre Zilli, a quien respetaba y admiraba.
Pero cuidado y se vayan con la finta, y piensen que el padre Zilli era irrespetuoso. No, qué va. Para él, quienes tomamos su clase alguna vez, continuamos siendo siempre aquellos muchachos ávidos de saber que nos bebíamos sus enseñanzas de pe a pa porque era de los que sabía mucho y nos compartía plenamente su conocimiento. Y como un mentor cariñoso nos siguió tratando siempre.
Recuerdo que en el aula, el padre Zilli siempre se enojaba conmigo por dos razones concomitantes:
Una, cuando a mitad de su larga clase de dos horas (de 4 a 6 pm, en esas tardes de estío que invitaban tanto a la siesta) decía: “Vamos a hacer un pequeño receso de 10 minutos para descansar, porque Sergio ya se está durmiendo”.
Dos, cuando estábamos a punto de presentar un examen con él y yo siempre le hacía -le hice- la misma petición: “Padre, solamente le rogamos que a la hora de calificar este examen, se porte Benigno con nosotros”.
Por razón de nuestra circunstancia, quienes fuimos sus alumnos lo recordamos como un maestro sutil pero estricto, sencillo y profundo en su enseñanza; una enseñanza que vertía siempre con una sonrisa, pero muy en serio. Durante la mayor parte de su vida profesional fue catedrático y director de la Facultad de Filosofía de la Universidad Veracruzana, y en su carga académica tuvimos la suerte de que diera algunas clases de su especialidad a los alumnos de la Facultad de Letras, que fue mi caso.
Los que fuimos sus alumnos, sus amigos, sus feligreses vamos a extrañar al padre Zilli, aunque nos consuela que ya dejó de sufrir la larga enfermedad que por fin lo postró.
Hoy se ha adelantado José Benigno, todo un hombre de Dios. Su intelecto ávido ya debe saber a estas horas qué tan cierto era lo que tanto pensó y reflexionó acerca de la divinidad, porque fue un teólogo formidable que tuve la oportunidad de ver en todo su esplendor en sus discusiones teologales con otro filósofo de gran fuste, el tres veces doctor Renato Prada Oropeza.
Seguramente van a seguir la discusión interminada allá en donde podrían estar ahora.
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