Me escribe un querido lector, don Albert Guardiola:
“Señor Levet, buenos días, he visto que en su columna usted ha escrito varias veces sobre llamadas inoportunas que recibimos para que contratemos servicios, y quiero comentarle que a mí me acaba de pasar lo mismo, con unos telefonistas del banco Citybanamex. Le cuento a usted lo que me pasó, y le pido que lo cuente en su columna, si tiene a bien hacerlo, porque me gusta su estilito”.
Cumplo con él:
—Buenos días, ¿tengo el gusto de hablar con el señor Fulano de Tal y Tal? —la voz del otro lado del teléfono tiene un acento extraño y difícil de identificar; es una mezcla entre español caribeño y argentino, si eso es posible.
El que contesta el teléfono (que en adelante llamaremos El Cliente) responde con cortesía que sí, y con eso ya cayó en la trampa, según piensa el telefonista, de acuerdo con lo que sus capacitadores le enseñaron, pues tiene la idea de que si se logra mantener a El Cliente en la línea más de tres minutos, seguro contratará el servicio. Esa consideración no tiene que ver nada con la realidad, pero convenza usted a esos genios de la mercadotecnia, que con su ideota nos hacen que tengamos que esperar colgados del teléfono las largas pausas a que nos obligan desde el otro lado de la línea:
—Señor Fulano de Tal y Tal… Espero que tenga… un muy buen día… Mi nombre es… Mengano de Cual y Cual… y me pongo a sus órdenes… Estamos llamándole para ver si se interesa en un servicio especial… es un servicio que sólo le ofrecemos a personas como usted… clientes distinguidos…
En estas alturas empieza a entrar El Cliente en desesperación, porque esas llamaditas llegan por lo general cuando se tiene alguna urgencia, ya del trabajo o ya de la conducción del auto o -lo peor- ya de la vejiga (porque ni modo que nos metamos al baño con el teléfono a hacer una acción que requiere cuando menos de las dos manos). Y el otro:
—… clientes que se sentirán muy satisfechos… si deciden aprovechar esta oportunidad que le da… —aquí por fin mete el nombre de la empresa que nos está fastidiando— …en este caso el banco CityBanamex… que pone a su disposición su nueva tarjeta de crédito especial —para embaucar a ingenuos, piensa el Cliente que no es tonto— …solamente con que me proporcione algunos datos personales… para que uno de nuestros ejecutivos se comunique con usted… pero antes déjeme contarle de otros beneficios… que usted obtendrá si decide…
Aquí El Cliente ya ha caído en el Síndrome de Los Panchos (se llama así porque el paciente padece “ansiedad, angustia y desesperación” -saludos al excelente doctor Jorge Vázquez Sangabriel-) y no encuentra cómo cortar la llamada.
No sé por qué razón, pero más de 98 por ciento de los ciudadanos consideran imposible cortar abruptamente una llamada telefónica. Por un condicionamiento ignoto, todos nos rehusamos a colgar si no es con el consenso de quien está en el otro teléfono. La verdad es que lo más fácil sería interrumpir sin miramientos al impertinente que nos está quitando el tiempo, pero qué difícil resulta hacerlo así, y ahí es donde ganan las empresas que contratan a sujetos o sujetas para que nos llamen a deshoras para ver si consiguen vendernos un producto que las más de las veces es semi-fraudulento.
Y la otra pregunta que queda en el aire, es cómo demonios consiguen esas empresas nuestro número y nuestro nombre.
Servido, don Albert.
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