Como treintones que, aun viviendo en casa paterna enarbolan la bandera de la autonomía y quieren poner una pica en Flandes, algunos paisanos plantean que Veracruz se separe del pacto federal y se convierta en república, sobre todo a raíz de que el gobierno de Enrique Peña Nieto se ha negado (al menos públicamente) a rescatar a Veracruz tras el abominable atraco cometido por el prófugo criminal Javier Duarte de Ochoa.
No puedo negar que en varias ocasiones me he afiliado a esa conjura. El hecho de que Veracruz haga un fuerte aporte fiscal a cambio de un retorno que privilegia a las entidades menos favorecidas en su Producto Interno Bruto (PIB), es un argumento similar al que esgrimen los independistas de Cataluña, al que plantearon quienes hicieron posible la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea con el #Brexit y quienes postulan convertir al estado de California en nación independiente, bajo el #Calexit, que ha tomado más relieve a partir del triunfo de Donald Trump el martes pasado, a pesar de que los californianos aportaron 55 votos a la demócrata Hillary Clinton.
Pero el hipotético #Verexit tiene abismales diferencias con esos intentos, solo uno de los cuales ha sido exitoso hasta el momento, el de Gran Bretaña.
Cataluña representa el 20 por ciento de la economía española y tiene una historia larga y trágica en la búsqueda de su independencia como nación; una guerra separatista larga y sanguinaria en que tuvo que enfrentar a la alianza de España y Francia, que la vencieron en septiembre de 1714. Los esfuerzos recientes por lograrlo en el ámbito de la ley fueron protagonizados durante el proceso soberanista de 2012 a 2015, pero en los 300 años que han mediado entre la derrota militar del siglo XVIII y los aún fallidos intentos de independencia vía referéndum han sucedido hechos de dura confrontación y violencia.
En el caso de California, cuyos habitantes se quejan de directrices centristas por parte de Washington DC, que han permitido la sobrerregulación en el comercio y un escaso retorno de impuestos, grupos locales han lanzado la plataforma “Yes California” para separarse de la Unión Americana. La propuesta ha tenido un intempestivo apoyo a raíz del resultado electoral del martes pasado.
Desde ya podemos anticipar que, como nación, no le iría nada mal, sobre todo si logran incorporar a ese propósito a los estados de Washington y Oregon, lo que le cortaría toda la costa del Pacífico al imperio que a partir del 20 de enero gobernará Donald Trump.
California, que aporta casi el 14 por ciento del PIB de la Unión Americana, sería la sexta potencia económica del mundo, más poderosa económicamente que Francia, tendría más población que Polonia (cerca de 40 millones de habitantes), y con 423 mil 970 kilómetros cuadrados es el tercer estado con mayor extensión territorial de los Estados Unidos (luego de Alaska y Texas). Ahí, la producción cultural, tecnológica, agrícola y vitivinícola lo convertirían en un poderoso país sobre el planeta.
Tan avanzado está el tema que este miércoles se unieron a la petición de independencia varias figuras de la industria tecnológica de Sillicon Valley, y del inversionista mayor de UBER, Shervin Pishevar, quien ha prometido financiar la campaña por el Sí a la secesión.
Frente a esos ejemplos, ¿qué tiene de seria la propuesta de convertir a Veracruz en un nuevo país?
¿Rescate financiero o secesión?
Quien más recientemente ha levantado la voz en este sentido ha sido el jurista de la UV, José Lorenzo Álvarez Montero, para quien el gobierno federal tiene la obligación constitucional de apoyar a los estados cuando estos se encuentren en problemas y ha dicho, según lo publicado por el portal Gobernantes, que Veracruz «vive una emergencia por la falta de pagos a maestros, jubilados, alcaldes, empresarios, campesinos, entre otros sectores sociales, lo que demuestra que hay un ambiente de conmoción que debe ser atendido por el Ejecutivo de la República”.
Propuso la creación de una agrupación que divulgue un acuerdo ciudadano para exigir a Peña Nieto el rescate financiero, e invocó el artículo 19 Constitucional que, en su primer párrafo, establece que los poderes de la Unión tienen la obligación de apoyar a los estados, tratándose de sublevaciones o trastornos internos, “y qué más que los que estamos viviendo”. Y concluyó que, ante la negativa del apoyo financiero por parte de la Federación, no tiene caso que Veracruz forme parte de la Federación.
A reserva de seguir con el tema, hagamos un ejercicio de imaginación sobre lo que sería Veracruz como país.
Si Veracruz fuera un país
Si Veracruz fuera un país (y hay quienes buscan imaginarlo así por el tamaño de sus problemas), por población se ubicaría en el lugar 17 entre las 35 naciones del continente, desplazando a Paraguay, Uruguay y a buena parte de los países localizados en Centroamérica y el Caribe.
Según el INEGI, Veracruz ostenta el tercer lugar nacional en número de habitantes, con 7 millones 643 mil 194, solo superado por el Estado de México y el Distrito Federal (para esperanza de nuestro género, en Veracruz la mayoría son mujeres). En el ámbito continental sería superado apenas por Honduras (con 8.5 millones de habitantes), pero estaría por arriba de Paraguay (6.75 millones), El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, entre otros.
En superficie, sin embargo, nuestro oblongo territorio sería uno más de los ‘pulgarcitos’ de América (como el poeta salvadoreño Roque Dalton denominó a su país), pues estaría ubicado en el lugar 21, después de Panamá y apenas superando a países centroamericanos y del Caribe.
Su territorio de 71 mil 826 kilómetros cuadrados, sin embargo, resguarda tesoros inimaginables en su subsuelo y, a diferencia de países que no tienen una salida al mar, como Bolivia y Paraguay, domina más de 745 kilómetros de litoral, que representan el 29.3 por ciento de la costa del Golfo de México.
Si Veracruz fuera un país ya estarían las empresas energéticas mundiales sobre nuestros huesitos para extraer la riqueza en hidrocarburos en nuestra plataforma continental y mar territorial, extrayendo gas y petróleo, dominando la petroquímica, succionando el material pétreo de nuestro vecino mexicano y, por supuesto, contaminando las zonas circundantes a las áreas extractivas, industriales y de exportación.
Tendría tres puertos muy importantes (Tuxpan, Veracruz y Coatzacoalcos) que, además de representar nuestra plataforma para exportar nuestras mercaderías, prestarían servicios logísticos de transportación al gigante mexicano para llevar sus productos a los puertos de toda América, Europa y África; contaríamos con enormes territorios dedicados a la producción de alimentos, y los atractivos turísticos los habríamos atendido de tal manera que crecería en cada temporada vacacional el flujo de turistas internacionales proveniente de los países vecinos de América del Norte como Canadá, Estados Unidos y, sobre todo, México.
Gracias a la disposición de la riqueza derivada del petróleo, nuestras carreteras y autopistas estarían en altos niveles competitivos y servirían de puente para el trasiego de personas y mercancías entre el sur de Tamaulipas y el sureste del vecino mexicano, así como entre la capital mexicana y sus entidades del Caribe, lo que representaría un importante flujo de ingresos por derechos de paso.
Los aeropuertos de la pequeña república mostrarían renovados bríos. No solo tendría éxito el de Veracruz sino que recuperaría su esplendor el de Canticas, en la zona petroquímica de Coatzacoalcos, y podría reavivarse el aeropuerto de Poza Rica, si consideramos que los esfuerzos de la hipotética empresa paraestatal y de las privadas del sector petrolero tendrían que concentrarse en reimpulsar las exploraciones del denominado aceite terciario, desde la otrora Meca petrolera hasta la región de Chicontepec.
Su carácter de capital nacional supondría para Xalapa una serie de históricas inversiones en infraestructura, movilidad, desarrollo económico desde el punto de vista comercial y turístico, y un mayor impulso a sus instituciones de educación superior. La formación de capital humano le alcanzaría incluso para promover tecnopolos que diversificarían sus ramas productivas. Dejaría de ser la Cenicienta de los sucesivos gobiernos estatales priistas para convertirse en la joya de la corona de un país pequeño pero pujante y con enormes posibilidades de desarrollo.
La posibilidad de concentrar el presupuesto nacional permitiría impulsar la actividad pesquera, no solo en la explotación de sus ríos, sino en la creación de empresas productoras de especies acuáticas y, lo que es muy importante, del apoyo para la creación de una flota marítima propia que permitiera al nuevo país luchar por la riqueza pesquera de su mar territorial, recuperando la vocación productiva del puerto de Alvarado en la industria de alimentos, orientada al consumo nacional y el mercado internacional.
Veracruz, ¿un país pujante o en quiebra?
Sin embargo, si Veracruz fuera un país y hubiera tenido por 8 décadas, para nuestra desgracia, un partido dominante semejante al PRI mexicano, si dentro de esa organización partidista sentaran sus reales familias políticas que buscaran eternizarse en el dominio de los puestos de elección popular, para medrar con los fondos públicos, como se ha estilado con mayor estulticia en los últimos 16 años, difícilmente nos serviría dejar de depender de una recaudación y una distribución del gasto público federal tradicionalmente asimétricas, que priorizan una mayor inversión estatal en aquellas entidades con menores grados de desarrollo y, por ende, menores aportaciones fiscales.
Nuestra deuda externa e interna nos ubicaría muy cerca de la situación que han vivido países de la Unión Europea, como España y Grecia, y nos pondría en la posibilidad de llegar a una situación de impago, como ha sucedido con Argentina.
El bajísimo crecimiento de nuestro Producto Interno Bruto a niveles por debajo de un punto porcentual, o apenas por arriba de esa cota, imposibilitarían la dinamización de las economías a escala y colapsarían los niveles de recaudación fiscal, impidiendo cumplir con las obligaciones financieras con instituciones locales e internacionales.
Ello llevaría, por un lado, a la negativa de otorgar créditos para obras de infraestructura requeridas por nuestro modelo de desarrollo e impuestas por las políticas sociales suscritas por nuestro nuevo país en el ámbito internacional, y por otro, significaría una inmediata intervención de los organismos financieros internacionales que vendrían ‘a rescatarnos’, imponiéndonos medidas draconianas de sacrificio, que caerían sobre las espaldas de más del 50 por ciento de los veracruzanos, ubicados en una pobreza por debajo del nivel de flotación.
La vorágine de corrupción e impunidad afectarían no solo a las esferas públicas sino habrían minado los mínimos niveles éticos de la población; el crimen organizado ‘nacional’ y ‘trasnacional’ asolaría a los veracruzanos sin que el aparato policiaco minado por la corrupción pudiera contenerlo.
Los puertos, aeropuertos y carreteras de la hermosa República de Veracruz se utilizarían para el trasiego de drogas, mientras que las actividades industriales, particularmente las relacionadas con la extracción, transformación, transportación y comercialización de hidrocarburos, estarían dominadas por los grupos criminales.
En medio de ese caos, los connacionales veracruzanos veríamos cómo políticos corruptos utilizan los recursos públicos, uno, para perpetuarse a través de su propia pandilla que evitaría que fueran enjuiciados por corrupción, y dos, para su extraordinario enriquecimiento personal, cuyas fortunas mal habidas disfrutarían en países vecinos, como México. El dominio político se sumaría a un sometimiento brutal mediante los cuerpos policiacos, mientras las normas y leyes se harían más laxas para permitir un alejamiento incluso de las más elementales normas democráticas y de administración de justicia.
Ese país, pobre país, tendríamos en Veracruz. Y entonces sí seríamos, más que nunca, parte de la comunidad Centroamericana y del Caribe, y veríamos cómo las potencias extranjeras nos convertirían en los hechos en su colonia.
De un cuento de hadas, la historia de Veracruz como nación independiente se trastocaría en una novela de terror.
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