A estas alturas, la expulsión de Javier Duarte del Partido Revolucionario Institucional ya es una nota intrascendente, carece de importancia. Al veracruzano común le tiene sin cuidado si el ex gobernador de la entidad todavía es considerado militante o si es expulsado de un partido que, además, está demasiado desacreditado, desprestigiado por tanto escándalo de corrupción en sus 87 años de existencia, como Partido Nacional Revolucionario, primero; como Partido de la Revolución Mexicana posteriormente; y como el actual PRI, desde 1946.
Así, ante la avalancha de pruebas, denuncias y señalamientos que se han acumulado contra su administración, contra él y algunos de sus más cercanos colaboradores y prestanombres, lo verdaderamente importante no es la expulsión de Duarte del tricolor, sino la pronta acción de la justicia.
Este martes, Duarte fue citado a las 13:00 horas por la Comisión Nacional de Justicia Partidaria; por supuesto, nadie esperaba que acudiera, simplemente por el hecho de que cuenta ya con orden de aprensión y, por tanto, es considerado un prófugo de la justicia, de tal manera que su inasistencia al encuentro con los miembros de la citada comisión se puede considerar normal.
El ex mandatario no consideraba de ninguna manera asistir al degolladero; ir a la sede del PRI era igual que entregarse.
Debido a ello, el tricolor determinó retirarle sus derechos, primero, para posteriormente determinar su expulsión, dado que el ex gobernador, se dijo, incurrió en los causales que establece el artículo 227 de los estatutos del partido, que enlista, entre otros puntos, los siguientes: por atentar de manera grave contra la unidad ideológica, programática y organizativa del partido; sostener y propagar principios contrarios a los contenidos en los documentos básicos o lineamientos concretos de los órganos competentes del PRI, y realizar actos de desprestigio de las candidaturas del partido u obstaculizar las campañas respectivas.
Otras causas para expulsar a un militante: atentar contra la integridad moral o la vida privada de candidatos o dirigentes, funcionarios o representantes populares priistas; y cometer faltas de probidad o delitos en el ejercicio de las funciones públicas.
Esa expulsión anunciada, sin embargo, no puede considerarse una sorpresa; por otro lado, el veracruzano no es el primer ex gobernador en una situación de ese tipo; antes, por ejemplo, fue expulsado del PRI el tamaulipeco Tomás Yarrington, en 2012, por presuntos nexos con el crimen organizado. Otros ex gobernadores que ya no aparecen en el padrón priista son Jesús Reyna, de Michoacán; Andrés Granier, de Tabasco; y Mario Villanueva, de Quintana Roo, todos ellos, presos, excepto el de Tamaulipas, quien a pesar de contar con orden de aprehensión y ser buscado en los 190 países en que tiene presencia la Interpor, no ha sido detenido.
Por otro lado, lo que más llama la atención del proceso de expulsión de Javier Duarte del Revolucionario Institucional no es únicamente el hecho de que el tricolor intente deslindarse de un ex gobernador, hoy ex militante destacado, que se ha convertido en referente nacional de corrupción, sino que ese es el tamaño del daño y la dimensión del desprestigio; es decir, ¿qué necesita hacer un militante del PRI para que su partido lo expulse?, sobre todo tomando en cuenta que durante años, ese partido ha sido sinónimo nacional de corrupción, de privilegios de la clase gobernante, de negocios al amparo del poder y de todo tipo de fraudes y trampas. Es como si una pandilla de delincuentes echara a uno de sus cómplices por ladrón.
Ni hablar, recordando a Díaz Mirón, hay plumajes que cruzan el pantano y lo ensucian; Duarte es de esos.
¿Hasta por una vaca?
Héctor Yunes Landa no es ningún improvisado en la política; ya fue dos veces diputado federal y actualmente es senador de la República; ha ocupado diversos cargos en los gobiernos estatal y federal y su formación académica parece muy sólida, cuenta con una licenciatura en derecho y una maestría en Derecho Internacional y Comparado.
Precisamente por esa experiencia, no se entiende el desliz verbal de Yunes Landa, cuando era entrevistado por el periodista Ciro Gómez Leyva.
El senador veracruzano, ex candidato al gobierno estatal, hablaba del voto duro de los partidos y al referirse al del PRI, se aventó la puntada de afirmar “si les pones una vaca dormida, votan por ella”.
La expresión, por supuesto, provocó la natural y comprensible reacción de rechazo entre los priistas; y la burla y el escarnio entre los militantes de otros partidos.
Pues bien, Yunes Landa utilizó sus redes sociales, Twitter y Facebook, para corregir una expresión desafortunada: “ofrezco una disculpa por la expresión de una alegoría que no debí utilizar. Respeto mucho a la gente que ha entregado su confianza, su trayectoria, su trabajo y so voto al PRI”, explicó.
Aunque un poco tarde, lo bueno es que el senador veracruzano tuvo el tino de corregir el resbalón. @luisromero85