El reclamo de los dirigentes priistas de Veracruz fue claro: «No es posible que nos enteremos a través de los medios de comunicación de lo que pretende hacer la dirigencia nacional de nuestro partido con el Gobernador de Veracruz. Nadie nos dijo en qué momento Javier Duarte dejó de ser el primer priista de nuestro estado, a quien le debemos lealtad y reconocimiento por lo que ha aportado a nuestro partido».
El pasado fin de semana fue de una intensa actividad por parte del Comité Nacional priista, que al leer el desplegado que emitieron sectores y organizaciones de ese partido en Veracruz, recordó que no los había tomado en cuenta.
Además de la carta de los legisladores federales veracruzanos, en la que calificaron de «injustas y desproporcionadas» las expresiones en torno a Javier Duarte, también fue emitida otra misiva, firmada por organizaciones de gran peso para el partido, como la CNOP, la CTM, la CNC, el Movimiento Territorial, las Redes de Jóvenes y Mujeres.
En ese documento afirman que “sería un error monumental el aplicar cualquier tipo de sanción al gobernador Javier Duarte, apoyados en las ridículas y electoreras denuncias de nuestros adversarios políticos, lo que generaría un pésimo precedente, debilitando a nuestra militancia y fortaleciendo a nuestros detractores, quienes han basado su estrategia política en la denostación sistemática de nuestras instituciones”.
Estas expresiones obligaron al comité nacional priista a aplicar medidas de contención. Aunque de forma extemporánea, consiguieron que los dos senadores priistas tuvieran expresiones favorables a la decisión del Presidente tricolor Enrique Ochoa Reza.
A través de su cuenta Twitter, José Yunes Zorrilla plasmó: «Como priísta acompaño firmemente la determinación del Pte del PRI @EnriqueOchoaR de hacer del combate a la corrupción principal causa del PRI».
Héctor Yunes fue más allá y denunció que en la elección del 5 de junio -en la que fue derrotado por su primo hermano Miguel Ángel Yunes- Javier Duarte hizo evidente «su inclinación por impulsar la votación a favor de otro partido político y consecuentemente de otro candidato al gobierno del estado, por lo que su expulsión significaría, simple y llanamente, regularizar su nueva afinidad política».
Para cuando Enrique Ochoa percibió que el proceso contra Javier Duarte se le estaba complicando, ya se había hecho público que él mismo, el adalid de la guerra contra la corrupción, había cobrado más de un millón de pesos como «liquidación» de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), pese a que fue él quien renunció a dicho cargo para asumir la dirigencia del PRI.
En las redes sociales de inmediato reaccionaron y le sugirieron al dirigente partidista que si pretendía limpiar su casa, debería empezar por él mismo. No faltó quien le recordara las 110 placas de taxi que adquirió en el año 2000, los 83 automóviles que posee, y la colección de arte compuesta por 33 obras.
Los trabajos de «contención» de la dirigencia priista incluyeron llamados a los diputados y dirigentes de sectores y organizaciones de ese partido que firmaron los desplegados en defensa de Javier Duarte. De pronto, como por arte de magia, muchos de los que plasmaron sus firmas se dijeron «sorprendidos», pues aseguraban que los engañaron sobre el contenido de texto que habrían de firmar.
Lo que queda claro es que, desconocedor como es de la ortodoxia tricolor, Enrique Ochoa ignoró los más elementales principios de comunicación y respeto con sus dirigencias, lo que tuvo que corregir a los empujones durante el fin de semana.
¿Quién pierde con la decisión tomada la noche del lunes por la Comisión de Justicia Partidaria?
Todos.
Pierde Javier Duarte, quien ahora ya está señalado de no contar con el respaldo de «su amigo» el Presidente Enrique Peña Nieto.
Pierde Enrique Ochoa, quien dejó claro que no es el operador político que necesita el PRI y muy pronto tendrá que dejar el cargo.
Pierde el Presidente, pues la bengala pronto habrá de apagarse y todos volverán a poner su atención en la crisis económica, la inseguridad del país y el fracaso de sus reformas estructurales.
Pero lo más grave es que pierde el PRI, que se queda en Veracruz sin cabeza, con grupos y liderazgos resentidos y confrontados entre ellos.
Y ahí enfrente, disfrutando del espectáculo tricolor, Miguel Ángel Yunes Linares y el panismo veracruzano se relamen los bigotes: «Ya casi está. Esto pinta para un período de por lo menos 8 años. Ni con sus senadores levantan la imagen de ese partido que hoy significa corrupción y autoritarismo».
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