Hace unos días, el periodista  y analista político Raúl Sánchez Trujillo, declaró a la periodista Claudia Montero que el gobernador electo está perdiendo tiempo de enseñar cómo gobernar y cuál es su proyecto. Que debe de enfocarse en sus prioridades para mostrar en qué renglón de la política dará un acento mayor. Y reconoció que a Yunes Linares se le puede decir cualquier cantidad de cosas pero nada se le puede comprobar.

 Dijo, además, que el nuevo gobernador no debe desgastarse en las denuncias que ha interpuesto porque no le benefician para nada, porque si en 100 días no mete a la cárcel a Duarte, como lo ha prometido, le va a ocurrir lo que otros gobernadores, como el de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz, con 3 averiguaciones y con 3 indagatorias formales, el juez  le eliminó dos y queda como indiciado sólo en una.

Ya es tiempo que Veracruz tenga un gobernador de propuesta porque las denuncias ya siguen su curso, claro sin dejar de atenderlas, pero debería  profundizar una campaña de difusión de su plataforma política, que no se ve como muchos quisiéramos.

Ya es tiempo, también, de que se sepa quiénes van a integrar su gabinete, principalmente en el ramo de seguridad  del  Estado. Su preocupación deberá fincarse  ante la delincuencia y pronunciarse ante  esa sangrienta  guerra entre los Zetas y Nueva Generación de Jalisco  que tanto daño están causando a muchos veracruzanos, sobre todo en estos últimos días en que el actual gobierno está preocupado y ocupado en otras cosas, menos en ver por la seguridad y el bienestar de la gente.

Tal vez no le es tan fácil al gobernador electo, seleccionar a sus próximos colaboradores  debido a la maraña entre la alianza PAN-PRD. Pudiera ocurrir que alguien se transformara en Pedro el Pescador, quizá para demostrar que donde hay cardenales también puede haber  apóstoles.

 Todo este ir y venir de nuestros celestiales  notables recuerda a un famoso personaje de la regencia, durante la minoría de edad de Luis XV: el duque de Mazarino, caballero fatalista para quien los caprichos del azar constituían las únicas señales válidas de la voluntad del cielo.

Una mañana de tantas, Mazarino organizó el más estrafalario sorteo de que se tenga memoria. Metió en un globo de lotería los nombres de todos sus servidores y, en otro,  tantos papeles como eran los empleados de su casa. Empezó luego a sacar un nombre de un globo y un empleo del otro para distribuir, de este modo, los puestos de su servicio. Y resultó que el mozo de cuadra se convirtió en su secretario particular, el jardinero ocupó el sitio del  jefe de cocina, el ayuda de cámara tuvo que hacerse cochero, el cochero maestresala, etcétera.

 Las cosas, naturalmente, andaban manga por hombro en la mansión del señor duque después de aquella rifa infernal. Pero el noble cuanto excéntrico Mazarino seguía creyendo, con todo, que el azar es el mejor distribuidor de cargos y que el desorden, los derroches, la ineficiencia y la improvisación a que los caprichos de acaso obligaban a su servidumbre, redundaban en el provecho de su casa y su persona. ¿Encuentra usted algún parecido de lo que ocurre en México en cada sexenio y principalmente lo que le sucedió al que ya va a dejar el poder en Veracruz?  ¿Y si le ocurre al gobernador electo con el sistema Mazarino? Pero no. Las cosas allá arriba no son así de sencillas.

 Para un barrido y para un fregado no será posible tan caprichoso y arbitrario resultado como la lotería del extravagante duque francés.

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