—¿Sabes cuánto cuesta un voto, mi pequeño Saltita?
Estoy sentado con el Gurú en una banca del Parque Juárez de Xalapa.
Frente a nosotros, en un río de carne de la calle, pasan manifestantes, mitineros, quejosos, enervados, gritones y hasta que uno que otro habitante común y corriente, en esta ciudad tomada por la furia contra la autoridad, por los liderazgos venales, por alguno que otro dirigente social bien intencionado que conduce a alguno que otro seguidor igualmente bien intencionado.
Eso es Xalapa, pienso, una capital tomada por todo tipo de intereses particulares y por escasos intereses generales (aunque todos digan que se manifiestan y cierran la calle contra la autoridad y en favor de los ciudadanos)..
El Gurú me ha dejado fluir en mis reflexiones, y me recuerda los versos del Martín Fierro: “Me siento en el plan de un bajo/ a cantar mis sentimientos,/ como si soplara un viento/ hago tiritar los pastos./ Con oros, copas y bastos/ juega allí mi entendimiento.
—Se nota que dejaste que jugara tu entendimiento, —finalmente me interrumpe el hombre— y eso es bueno hacerlo varias veces al día, cuando menos una por la mañana, una por la tarde y una por la noche, o cada ocho horas, como los analgésicos que debes tomar cuando tienes un dolor persistente. Pero, de regreso ala realidad, al ver pasar a tanta carne de cañón electoral -que eso son estos manifestantes para quienes los dirigen y los estimulan- recordé que la venta del voto ha sido una costumbre que ha mermado lastimosamente a nuestra incipiente democracia. Todos compran votos y muchos los venden al mejor postor.
El rostro casi siempre apacible de El Gurú, se ha empezado a colorear por un enojo que empieza a asomar ostensiblemente… indignación que asoma, diría yo mejor. Por eso intervengo con una pregunta, que le da ocasión al maestro para recobrar la compostura casi perdida.
—¿Y cómo es esa mecánica, maestro? —digo lo primero que se me ha ocurrido, pero sin salir del tema.
—Muchos partidos tienen grupos que se dedican a esa mala costumbre. Son verdaderas estructuras que pueden cambiar -lo han hecho infinidad de veces- el resultado de la elección. Los compradores de votos van ubicando a su clientela a lo largo de la campaña y determinan cuántos serán los “agraciados” con esta maña. Primero los ubican; después los convencen con ventas de futuros, lo que se conoce como el bono de la esperanza; después, los asustan al pedirles el número de su credencial de elector (o de plano les retiran la propia credencial, para asegurar que personas de grupos afines a algún candidato de oposición no acudan a las urnas).
Me encanta ver que El Gurú ha logrado mantenerse calmado, aunque sé que en su interior bulle una tormenta. Culmina su lección del día con palabras calzadas de tranquilidad, pero palabras que podrían quemar como tizones al rojo vivo a los parias de la democracia…
—Por eso te pregunté ¿cuánto crees que cuesta un voto? Podrías responderme que 500 o mil pesos, o tal vez un puesto en el gobierno entrante, o alguna canonjía. Lo cierto es que un voto cuesta muy caro, porque vale por la voluntad de un ciudadano, ésa que sumada a las otras debería darnos el mejor fruto de la democracia que, como su nombre lo indica y debiera ser, es el gobierno del pueblo, de un pueblo que ha sido ultrajado y comprado en su conciencia, pero que cualquier día se levantará y entonces reinará la justicia para todos… No lo dudes ni un instante.
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