Era diciembre del 2014. Se discutía en el Pleno de la Cámara de Diputados, en San Lázaro, la exigencia de la oposición para crear una comisión especial que investigara la mansión propiedad de Angélica Rivera y su relación con el empresario Juan Armando Hinojosa Cantú.

Subió al estrado el diputado (en ese entonces petista, hoy dirigente en Veracruz de Morena) Manuel Huerta Ladrón de Guevara y afirmó con severidad:

– Es un error lo que están haciendo, creando esta comisión y más poniéndole plazo de tres meses, pues en las calles la gente está desbordada, no van a poder ocultar las cosas… hay dos cosas que no se pueden ocultar: lo pendejo y lo ratero.

En realidad, la frase original, del dominio público, reza: «Dicen que en la vida, hay dos cosas que no se pueden ocultar, el amor y el dinero».

Ambas expresiones, finalmente, son producto de la llamada «sabiduría popular». Muy pocas veces fallan.

Eso fue lo que no tomó en cuenta Miguel Ángel Yunes Linares.

En sus cálculos estaba que lo investigarían y tratarían de demostrar que cometió peculado en su paso por los diversos cargos que ha ostentado en el servicio público. No le preocupó, pues sabía que había cubierto a la perfección todos sus movimientos.

Sin embargo, desconfiado como es, no se atrevió a poner su fortuna en las manos de un prestanombres. No, eso era demasiado riesgo. Optó por elegir a uno de sus hijos para que se convirtiera en «el empresario de la familia». Por esa vía habrían de justificarse todos sus ingresos.

Pero la voracidad fue mayor, y hoy no es capaz de reconocer las dimensiones de su tesoro, y mucho menos demostrar que todo fue acumulado de forma legítima.

Ya estábamos avisados. La guerra de lodo será cada vez más cruenta, conforme se acerca el día de las elecciones. El problema es que algunos de los negocios que se exhiben están bien sustentados y demandan una explicación muy detallada.

Esta semana la cadena Univisión hizo pública una grabación en la que se capta una conversación entre Miguel Ángel Yunes Linares y su hijo, el próspero empresario Omar Yunes Márquez. En la charla dan detalles sobre una compra inmobiliaria en Nueva York por un monto cercano a los 58 millones de dólares.

“Es la 55, entre Park y Lexington. El precio de venta. Tienen dos ofertas ellos ahorita: 55 y 58. Obviamente, pues se irían por la de 58. Entonces al menos habría que igualar eso. Y la única diferencia entre la nuestra y la de ellos es que actualmente ese inmueble está rentado. Están rentados dos de los inmuebles y dos que son de un mismo dueño los usan ellos para oficinas personales”, le explica Omar Yunes a su padre.

El millonario empresario explica las condiciones para el pago: «Este viernes tenemos que presentar una oferta y poner, no sé si este viernes -eso tengo que hablarlo ahorita con Lin, que me diga exactamente cuándo- poner el 10% en un escrow (depósito ante un tercero) en lo que haces tu due diligence (investigación)”.

En su defensa, el hijo del candidato de la alianza PAN-PRD dijo que durante la conversación hablaba de una transacción en la que él sólo fungía como intermediario.

«Yo no tengo 58 millones de dólares y si los tuviera no lo estaría haciendo a mi nombre», remató.

Eso lo explica todo. Ahora se entiende su acercamiento al bufete panameño de abogados Mossack Fonseca y su gestión para crear un fideicomiso en Nueva Zelanda. El objetivo era esconder el dinero.

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