El ejercicio onírico del agua
Los amorosos, dice Sabines, salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Yo sé de dos montañeses, también amorosos, que salieron de sus cuevas jubilosos a espiar los sueños de los moradores del campo y descubrieron que casi todos soñaban con volar, la crisálida se imaginaba alada, el nido quería elevarse con sus aves, la hormiga se soñaba chicantana, ser murciélago era el sueño del ratón.
Andaban por ahí, con sus atrapasueños colgados cuando cayó una gota solitaria que fue absorbida por la tierra, después llegaron siete y luego diez y veinte y cuando se dieron cuenta, el desfile de gotas aisladas se había convertido en aguacero pertinaz. Supieron entonces que la lluvia es un acto colectivo, que la lluvia solo puede ser si se suman las voluntades de muchas gotas aisladas, que solo la unión y la colaboración son capaces de propiciar una llovizna tenue o un aguacero torrencial, un diluvio apocalíptico o el persistente chipi-chipi que adorna las tardes del invierno.
Descubrieron, también, que los sueños de la lluvia, a diferencia de los de la mayoría, no son la elevación sino el descendimiento, que no quieren volar sino bajar a la tierra para ejercer su vocación fertilizante, su necesidad de creer y hacer creer, de crecer y hacer crecer.
Y descubrieron, también, que los sueños son posibles si se sueñan entre muchos, que los sueños compartidos son capaces de mover y conmover, de crear y de inventar, de crecer y hacer crecer.
Y con todo eso inventaron un sueño que van a regalarnos este fin de semana y el siguiente. La montañesa es Leticia Valenzuela, amanuense y actriz; el montañés es Enrique González, director y cómplice de la pluma. Todo esto me lo platicó Leticia:
Ojalá que llueva café en el teatro
Esta es una obra basada en un grupo de mujeres de Minatitlán que vivían en el basurero. El gobierno lotificó el basurero municipal y vendió los lotes, claro, baratísimos y estas señoras vivían allí, imagínate en qué condiciones. Hace muchos años hubo un incendio y corrieron peligro de muerte ellas y sus hijos, a raíz de eso decidieron que no tenían por qué vivir así, entonces empezaron a organizarse y lograron que se sacara el basurero de ahí y que les dieran esos terrenos.
A partir de esa organización empezaron a hacer acciones de beneficio común: una hortaliza comunitaria, una casa de salud, gallineros, se organizaron en cooperativa para vender antojitos y poco a poco la organización fue creciendo y sosteniéndose, claro, no sin ataques porque el gobierno no perdona que le ganen.
Cuando me contaron esta historia dije ay, qué bonito sería ponerla en teatro porque se me hacen muy interesantes los alcances que puede tener una organización así. Ellas se llaman Promotoras de salud de Minatitlán pero han extendido su organización hacia la defensa territorial en contra de los gasoductos, han hecho un programa de vivienda bien interesante donde todas participan en la construcción de las casas de todas, entonces, lo que me interesa de esta organización es su carácter antisistémico. Van por todo y, bajita la mano, tienen incidencia en la vida de la Iglesia, de la familia, del consumo, de la producción, de la vivienda y, sin presumir ni nada, ahí están esas señoras y me parece una organización digna de que se conozca, de que se difunda su trabajo y, además, es una historia humana muy interesante.
Me tardé mucho tiempo en hacer la obra, después, la asociación civil FASOL me dio una beca y dije vamos a ponerla. Le pedí ayuda Enrique González, del grupo Chicantana, con quien yo ya había trabajado hace muchos años y resultó que él quería abordar justamente ese tema y quería, también, hacer una puesta en escena diferente a lo que comúnmente hacemos y el resultado es este monólogo.
Nos llamamos Dos en la montaña porque los dos vivimos en el cerro, somos vecinos. Fue muy rico trabajar con Enrique porque fue una relación de trabajo muy tersa, muy fluida. Yo escribí el texto y él hizo algunas aportaciones entonces desde el principio estábamos en el mismo canal de propuesta y después, cuando pasamos al escenario, procuramos que fluyera mucho y que tuviera el mismo nivel de propuesta y de compromiso y, con la expresividad de todas las herramientas con las que cuento como actriz y las aportaciones de Enrique, hicimos un trabajo que a nosotros nos gusta mucho.
La obra se llama Los sueños de la lluvia y esto es porque la lluvia siempre ha estado presente allí, es un lugar donde llueve mucho, y porque la lluvia era un problema para ellas y después se volvió su aliada en varias experiencias que tuvieron entonces ellas quieren ser como la lluvia que crece y hace crecer, justamente eso es lo interesante.
Es una puesta muy sencilla, el escenario está prácticamente vacío, sólo tenemos un tapete que decoró mi esposo, Salvador López, que delimita ciertos espacios y tiene que ver con la historia que se cuenta, y una actriz que va haciendo varios personajes. Eso es lo que tiene el monólogo, es una sola persona en el escenario pero son muchas las presencias que evoca, que conjura; de lo que se trata es de que un solo cuerpo pueda multiplicarse en una serie de presencias, de acciones, de posibilidades y que el público esté dispuesto a entrar a esa convención y a poner su parte para crear eso que no se ve pero que puede crearse dentro de su cabeza y de su corazón.
Ya estrenamos la obra en Minatitlán con las protagonistas de la historia, fue muy interesante porque estaban muy emocionadas pues es una historia de 30 años de lucha, se la pasaron llore y llore.
Queremos llevarla a diferentes espacios donde haya estas organizaciones de la sociedad civil para infundir ánimos pero tomando en cuenta que es un evento teatral y que merece estar en un espacio teatral porque, aun cuando podamos ir a algunos espacios alternativos, no es una obra para presentarse en la calle, es para presentarse en un lugar cerrado donde podamos tener una comunicación más cercana, mucho más íntima porque es una obra muy de emociones.
Utilizamos muy poca música, solo un requinto jarocho, y la imagen que utilizamos en el cartel es la de un trabajo que hacen ellas, entre muchos, que las chilenas llaman arpillas, son unos bordados con volumen en donde ellas cuentan, como a manera de retablo, su proceso.
También quiero reconocer el aporte que he tenido de parte de una asociación civil que se llama Pobladores, ellos fueron quienes me conectaron con estas señoras y quienes me ayudaron contándome la historia, diciéndome quienes eran las protagonistas.
Vamos a tener una temporada muy breve en el foro Miguel Herrera de la Casa del Lago UV. Las funciones van a ser el viernes primero, sábado dos y domingo tres de abril y, la siguiente semana, también viernes, sábado y domingo. Las funciones de los viernes serán a las 8:30 de la noche y los sábados y domingos a las 7:30. Es una producción independiente pero pusimos un costo bastante accesible para que todo mundo vaya porque es preferible que paguen poco y vayan muchos a que cueste mucho y no vaya nadie (risas). Va a costar 60 pesos la entrada general y 40 para estudiantes e INAPAM. Los esperamos a todos.