Fue tan radiante pensador, fue tan buen escritor, fue tan importante semiólogo que lo mejor que se puede hacer, en lugar de hablar de Umberto Eco, es dejar que él hable por sí mismo. Ahora que ha muerto, cómo encuentra sentido su apreciación sobre nuestra estancia en este mundo:

“¿Qué es la vida sino la sombra de un sueño fugaz?”

Niño y adolescente educado por los salesianos en el Piamonte italiano de posguerra, joven brillante en la Universidad de Turín, destacado catedrático en Florencia y decano imprescindible en la Universidad de Bolonia, Eco pasó de ser uno de los más importantes aportadores a la reciente ciencia de la Semiología (o “Semiótica”, como le dicen muchos que se quieren hacer pasar por elegantes, y que no tienen la menor idea de lo que propuso De Saussure) a ser uno de los narradores contemporáneos más leídos del planeta. Como estudioso, a la altura de Levy-Strauss, Jakobson, Chomsky; como escritor, del tamaño de Dante Alighieri, Boccaccio, Salgari, Pavese, Papini, Moravia, Calvino, por citar a paisanos suyos.

Vivió entre libros y para ellos, y por eso recomendaba:

“Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa”.

Y esta otra:

“El libro es una criatura frágil. Sufre el paso del tiempo, el acoso de los roedores y las manos torpes, así que el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido.”

Y otras tres más:

  1. “Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera”.
  2. “Los libros se respetan usándolos, no dejándolos en paz”.
  3. “El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee”.

Quienes lo conocimos como un irreprochable teórico del estructuralismo, a través de obras tan importantes como La estructura ausente o su Obra abierta, tuvimos la grata sorpresa de encontrar que todo su gran conocimiento sobre los intríngulis del lenguaje y la comunicación pudo servir también para convertirlo en un enorme escritor de obras de ficción, que empezaron con su monumental El nombre de la rosa, ya un clásico de la literatura universal.

“Para sobrevivir, tengo que contar historias”, terminó diciendo cuando se decidió a entrar al mundo de la ficción narrativa, ya grande de edad, como Saramago o Kafka.

Umberto Eco decía que una “novela es una máquina de generar interpretaciones”, y a partir de las que escribió en el último tercio de su vida, nos reveló los misterios de la existencia, que aprendió de la propia literatura o que conformó desde su poderoso intelecto.

Se ha ido un gran científico, un ser humano de excepción, pero nos dejó su obra inmortal…

Mañana le sigo con él. Ah, y hoy por hoy, solamente para asegurar, porque lo sé, que Felipe Amadeo no se va pronto del PRI estatal. Queda dicho.

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