La de Enrique Peña Nieto el 6 de enero, no fue una visita a Veracruz en calidad de estadista sino de miembro de su partido, el PRI, que ve en la entidad un escenario sumamente complicado para los comicios del 5 de junio próximo.
Aunque la celebración por los 101 años de la promulgación de la primera ley agraria en México, hecha en Veracruz por Venustiano Carranza, debiera ser de todos los campesinos del país, lo cierto es que hace décadas se convirtió en un acto priista donde se ensalza la alianza de ese sector como uno de los que han aportado el mayor volumen de voto duro.
Y el cónclave tuvo todos los ingredientes para considerarlo el arranque oficial de la campaña priista para ganar la minigubernatura de este año, ingrediente indispensable para que el PRI se considere con mejores oportunidades para mantenerse en Los Pinos en los comicios federales de 2018.
A pesar de que el PRI en Veracruz está mostrando un parto muy difícil, que amenaza con una fuerte hemorragia para dar a luz a su candidato, y que los conflictos internos podrían malograr al neonato, el presidente Peña Nieto ha venido a darle aliento electoral a su partido, a fortalecer la imagen desgastada del gobernador Javier Duarte de Ochoa pero, sobre todo, a renovar su propia imagen en el imaginario popular.
En Boca del Río se vio al Presidente de la República más enjundioso que durante sus actos de campaña en 2012. Se salió del libreto, se dio su baño de pueblo, se le vio sonriente, saludador, cálido, electoral.
Y es que el horno no está para bollos. No solo hay en el país una generalizada descalificación hacia su gestión, sino también en la prensa extranjera que ha visto caer poco a poco todas las joyas que ostentaba al tomar el cargo con la aprobación de todas sus reformas estructurales.
A ello hay que agregar que el precio del petróleo sigue en caída libre, que el dólar ha rebasado la barrera de los 18 pesos por unidad (cerca de la cotización del euro), que la corrupción no tiene castigo y la violencia está, proporcionalmente, cobrando más vidas que en el gobierno de su antecesor Felipe Calderón. Que nada le funciona, pues.
Lo más grave es que dos de los más influyentes diarios del mundo, The Financial Times y The Economist, avisoran una dura derrota para el PRI en las presidenciales de 2018, justo en manos de su peor enemigo, Andrés Manuel López Obrador, lo que de suceder no solo permitiría revertir todas las reformas constitucionales logradas por Peña, principalmente la energética, sino que permitiría una gran cacería para castigar los actos de corrupción de los priistas, incluido el Presidente de la República.
El diario británico The Economist señala que la pérdida de votos experimentada por PRI, PAN y PRD en los comicios federales de 2015 en un 8 por ciento, fue a parar a Morena, lo que ha convertido a AMLO en el principal contendiente a la presidencia en 2018.
“López Obrador, rejuvenecido por el éxito de Morena, pasará los próximos tres años mostrando que los reveses electorales sufridos por los grandes partidos muestran que la reforma [educativa] es impopular.”
Por su parte, The Financial Times dice que Peña Nieto “ha soportado tres años agotadores como Presidente de México”, el país ha sufrido “una violencia terrible y un creciente descontento social”, y explica además que su popularidad “se ha derrumbado” en medio de una serie de escándalos de corrupción.
Este lunes, The New York Times critica a Peña Nieto en su editorial por profundas lagunas en materia de rendición de cuentas. En el artículo “La tercera resistencia de México a la rendición de cuentas” señala que EPN será recordado como “un político que rodeó la rendición de cuentas a cada paso”, derivado de la “evasión de verdades feas” y “restar importancia a escándalos”. Y señala como los casos más paradigmáticos el caso de la Casa Blanca, la fuga de El Chapo Guzmán y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Por ello este año, pese a los graves síntomas de la economía, el gobierno federal priista favorecerá las inversiones públicas más importantes en los estados más importantes en términos de número de votos en que se dirimirán los comicios estatales para Gobernador.
Pese a la grave crisis en las finanzas públicas estatales, producto del creciente endeudamiento y el desaseado manejo de los recursos, que ha sido identificado como actos de abierta corrupción, es posible que Veracruz viva un cierto alivio en materia de inversión pública este año.
El gobernador Javier Duarte de Ochoa ha sido reiterativo en que 2016 será un buen año para Veracruz. Lo visto en el último trimestre de 2015 no deja, sin embargo, argumentos sólidos para creerle, y lo único que puede salvar la plana es un flujo presupuestal extraordinario del gobierno federal, cuya justificación sea más bien electoral y no tanto como resultado de los ajustes crediticios propuestos por el gobierno estatal, y autorizados por el Congreso local.
Enrique Peña Nieto se juega en Veracruz, al igual que en Puebla (que son los estados con los mayores padrones electorales de entre los 12 estados que cambian gobernador y, por cierto, para gestiones de dos años), la permanencia de su partido en el poder. De ahí que su reticencia a los actos populares esté cediendo y cada vez con mayor frecuencia lo veremos prodigando sonrisas y apapachos.
Veracruz, sin embargo, es lo que más le preocupa, no solo porque Puebla está en manos de la oposición, con un gobernador que busca ser el candidato presidencial del PAN dentro de dos años, sino porque acá están en juego 5 millones de votos y aunque no gane su candidato en 2018, le aportará una buena cantidad de sufragios, siempre que este año gane el PRI los comicios para mantener el Palacio de Gobierno.
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