No sé si con tanta televisión y redes sociales los nietos y las abuelas de este siglo tengan tiempo de sentarse a platicar en las tardes o en las noches, a mí sí me tocaron dos abuelas que contaban anécdotas, historias y leyendas. Mi abuela paterna, doña Regi, era misanteca y prefería las historias de aparecidos, lloronas y almas que penan por la sierra.
Mi abuela materna, la profe Meli, maestra de tiempo exclusivo, era más versátil, lo mismo me narraba pasajes de la mitología griega que de las novelas de Verne o las hazañas de Atila. Entre su repertorio había también muchas leyendas, recuerdo ahora una argentina que cuenta el nacimiento de la guitarra:
Un gaucho al que, para regionalizarlo, llamaré Juan vivía solo en su rancho rodeado de trinos, riachuelos, pétalos y apacible verdura. Tenía cabras para pastar, tierras para labrar y un caballo para bajar al pueblo a comerciar. Ignoro la razón, pero no tenía perro.
Vivía en santa paz hasta la noche en que soñó a una mujer, la más hermosa que había visto jamás. A partir de entonces la soledad, con quien sostenía un tórrido romance, fue siendo desplazada por la soñada a grado tal que Juan tomó su caballo y partió al pueblo en su busca.
Las leyendas no se cuestionan, simplemente se escuchan y se aceptan así que no sé cómo es que dio con ella ni de qué artificios se valió para seducirla, pero así sucedió.
En aras de la equidad de género podemos pensar que ella también lo soñó y se enamoró y que el encuentro no fue sino la concreción de un destino preconcebido.
(Aquí debo abrir un paréntesis porque al escribir lo anterior saltó a mi mente el Poema de amorosa raíz de Alí Chumacero.
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos
Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo)
De cualquier manera que hayan sucedido el hallazgo y la negociación, el resultado fue que se fueron juntos al rancho y disfrutaron de ese paraíso sin remordimientos ni culpa porque ni ella había salido de costilla alguna ni había serpiente ni manzana que los tentara a hacer lo que hacían cumpliendo los dos únicos requisitos para ello, amarse y desearse.
Todo era miel sobre hojuelas pero el infortunio acecha estas historias para ocupar un papel protagónico en la trama, así es él, ¿qué podemos hacer?
No le hemos puesto nombre a la mujer, llamémosla María. Era tan hermosa que cuando la vio el cacique del pueblo vecino también se enamoró hasta la obnubilación, vanamente trató de seducirla, la entereza de la mujer era tan grande como su belleza.
El sábado siguiente, como todos, Juan partió al pueblo para vender sus productos y hacer sus compras. Cuando volvió se encontró con la casa revuelta y manchones de sangre dispersos por doquier. María no estaba, había sido secuestrada por el despechado tirano al que tampoco hemos nombrado, llamémosle, por ejemplo, Fidel. (Quizá un perro hubiera evitado la tragedia pero entonces no habría historia que contar)
A galope tendido, Juan siguió el rastro del caballo fidelista (no hemos bautizado los caballos pero no importa, ya vamos a terminar) hasta darle alcance y, de una sola puñalada, acabar con el nefasto caballero.
La lucha había sido feroz, María estaba moribunda, Juan la subió al caballo y emprendió el regreso pero la mancillada mujer murió en el camino.
Al llegar al rancho la tomó en sus brazos y se sentó en un tronco, desconsolado. Podemos imaginar la magnitud del dolor, el viudo lloró hasta que fue derrotado por el sueño.
Al alba lo despertó una música muy bella y tan próxima que parecía salir de su interior. Cuando miró sus brazos descubrió que la amada se había convertido en madera cantora.
Esa es la verdadera historia del nacimiento de la guitarra, si les cuenta cualquier otra, descrean de ella, es apócrifa.
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