[Disculparán la entendida lectora y el comprensivo lector que por esta ocasión dirija mi columna a un solo destinatario, pero es que mi estimado amigo y colega está pasando una vez más un duro trance].
Manuel:
Me consta que eres fuerte -siempre lo has sido, como corresponde a quien es y sigue siendo esposo y padre, protector y amantísimo; velador perenne del bienestar y la salud de los suyos-, pero la pena acumulada de tantas desgracias familiares en tan poco tiempo puede velar tu ánimo y tu espíritu, ante el tamaño de la tristeza que se ha convertido en un rayo que no cesa.
Ayer, cuando me enteré que perdiste a otro ser querido, a tu hermano Carlos, a la edad de 62 años, temprana con tanto adelanto de la ciencia médica, no pude más que condolerme contigo, que has sido compañero de tantas batallas periodísticas, que para nosotros se volvieron de vida y enseñanza.
Primero fue tu padre, que era además para ti un compañero inseparable en las horas más tempranas del día y lo seguía siendo en toda la jornada. Hace apenas unos años tuviste que dejarlo ir, y un instante después también despedías para siempre a tu madre honesta y cumplida, todo amor y enseñanza.
Para ti, Manuel, perder a tus padres fue motivo de una gran tristeza porque tuviste a los mejores, que te prodigaron su cariño y su ejemplo.
Llegabas apenas a la resignación cuando un nuevo golpe, demoledor, se llevó trágicamente a tu querido cuñado Guillermo, un ser excepcional cuyo asesinato sigue esperando la justicia de que quien le mandó a segar la vida pague el castigo que los hombres y la ley le han impuesto. Esa pena profunda acabó en unos meses a tu otro cuñado, Rafael, y por poco se lleva a tu amada esposa Martha, quien sobrevive gracias a tus cuidados y al amor de tus hijos Manolo y Gerónimo.
Entre pena y pena, tuviste que sacar fuerzas de lo más profundo de tu corazón para asistir el dolor de tu primogénito, que perdió con el cáncer a la compañera sentimental de su vida.
Hace apenas unos días nos vimos en otro funeral -cuántas desgracias depara la vida a todos-, en el de Joaquín, el querido hermano de mi esposa Elsa, que se nos fue en la flor de la vida, y ahí nos inculcabas fe y esperanza, nos deseabas resignación y consuelo.
Qué íbamos a imaginar que en tan poco tiempo tendríamos que devolverte los mismos deseos, darte este pésame sentido, en medio de nuestros dolores entreverados.
Lo que me queda, Manuel, es desearte que sigas encontrando el ánimo del espíritu, que saques fuerza de flaqueza una vez más, a pesar de tantas tragedias reiteradas.
La vida sigue su curso, es inevitable, y algún día encontrarás que aunque nunca desaparecerá, el tiempo permitirá que el dolor se vuelva soportable, como te dijo con justeza alguna vez un atinado amigo.
Eres todo un profesional en esta vocación que hemos elegido como oficio. Tus logros y tus triunfos cotidianos, tu esfuerzo permanente de reportero sin descanso y sin cuartel, te darán el respiro que necesita tu corazón.
Fuerza, Manuel, una vez más los tuyos necesitan tu sostén. A veces quisiera uno poderse dar el lujo sucumbir a la debilidad, pero ése no es tu sino.
Quienes estamos cercanos en el afecto te acompañamos en tu dolor, y te deseamos que todo pronto pase y que tu noble corazón encuentre de nuevo la calma.
Y por el buen Carlos, una oración… elevada desde lo más profundo de nuestra tristeza compartida.
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