Vivimos tiempos inéditos. Vemos cosas que antes nunca se vieron. Padecemos males que parece nadie había sufrido en la historia de nuestro país.
Después de tantos años de crisis, que nos han obligado a sacrificios renovados durante la mejor parte de nuestras vidas, y después de ver cómo la corrupción se ha terminado de asentar entre los políticos, pero también pervive en muchos ciudadanos… después de todo eso, los mexicanos vivimos en un estado permanente de ira en contra de la autoridad y en contra de cualquier cosa que represente a una autoridad, la del tipo o modalidad que sea.
Cierto: nuestra realidad como país es cada día más difícil de aceptar, nuestros gobiernos nos han llevado a la ruina. No se vale.
Y por eso estamos enojados y mentamos madres contra el mal gobierno, y por eso también como respuesta usamos el legendario ingenio mexicano para burlarnos y desquitarnos de los que nos han hecho tanto daño.
Enojo y burla son las dos contestaciones que tenemos en lo inmediato ante los defectos y las fallas del gobierno federal, de los gobiernos estatales, de los gobiernos municipales, de todas las instituciones públicas, que parecen estar dedicadas de lleno a hacer mal a la población, a echarle a perder la vida al mexicano común y corriente, como somos la mayoría en este país.
Enojo y burla han sido nuestras herramientas para decirle al régimen, a los políticos enquistados en el poder, a los dueños de los partidos políticos que no nos parece lo que hacen. Y está bien, porque es sano que como pueblo tengamos una respuesta frente a la injusticia y la inequidad (y la iniquidad).
Pero no está bien si nuestra respuesta se queda sólo ahí: si nos plantamos en el enojo que nos hace insultar a la autoridad desde el anonimato de las redes sociales o desde la masa amorfa de las manifestaciones o escondidos atrás de las congregaciones ciudadanas; si sólo alcanzamos a burlarnos de quienes se roban los dineros públicos y el futuro de bienestar de nuestra nación, y nos quedamos en los memes, por más divertidos que sean, o en los chistes a costa de los funcionarios gubernamentales, de los diputados y senadores, de los magistrados y jueces.
Don Jesús Reyes Heroles (que tal vez dijo pero nunca creyó eso de que “la forma es fondo”) manejaba desde la cúspide del poder el principio de la olla exprés. Decía que era importante que el pueblo tuviera válvulas de escape para sacar por ahí la fuerza de su indignación, de modo que perdiera vigor y no se dirigiera en contra de quienes ostentaban o detentaban la autoridad.
Un pueblo que insulta y que se burla de su gobierno y sus políticos, es un pueblo que ha dado el primer paso para cambiar el orden de cosas. Pero si solamente se queda en ese enojo y esa burla, es un pueblo que está condenado a seguir padeciendo la injusticia.
Permítanme que en el próximo “Sin tacto” le dé voz a dos pensadores que han desarrollado el tema de manera mejor o más profunda: Fernando Savater y Mario Campos.
Mañana nos vemos, si les parece.
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